“Me crié entre bastidores, como el fantasma de la ópera”
Adelita Domingo. Maestra tonadillera
Está a punto de cumplir 79 años y dice que siente “muy antigua”, que no se adapta a las cosas de hoy. Pero el brillo de sus ojos y su sentido del humor delatan un espíritu joven: cada semana celebra con sus amigos los viernes de la copla en su casa sevillana de la Alameda, donde tocan el piano y cantan hasta altas horas de la madrugada. Tuvo la suerte de vivir la edad dorada de la copla andaluza, cuando el hambre de la posguerra alimentaba las ansias de triunfar de las artistas, y ser maestra de una generación de triunfadoras. Este año ha sido galardonada con la Medalla de Oro de Andalucía por un trabajo al que ella no le concede más mérito que el de sus circunstancias vitales: “¡Habiendo crecido en el ambiente de un teatro me iba a hacer abogado!”.
–¿Cómo se fragua una artista?
–Para ser una gran artista lo importante es tener una gran afición y renunciar a muchas cosas como, por ejemplo, los novios.
–Mucho sacrificio pide.
–Un novio empieza por quitártelo todo: tú no cantes, tú no vayas, tú no vengas. Y una artista tiene que ser libre, necesita una entrega total. Imagine a una chica cantando en una sala de fiestas con el novio detrás. Eso corta, ¿no?
–Supongo.
–He tenido alumnas que se han retirado en plenas facultades porque se casaron, como Magdalena del Río. Gracia Montes pegó un pelotazo con Será una rosa, será un clavel y lo dejó por un novio.
–Pero habrá parejas que apoyen…
–No. Los hombres, en general, no quieren que las mujeres sean artistas. Salvo que te cases con un representante. O con un caballero de Soria, como hice yo. Nunca me apoyó, pero tampoco me quitó nada.
–¿Usted empezó bailando?
–Empecé de chiquitita bailando con Ángel Pericet. Pero me quedé sin padre a los ocho años y mi madre decidió que no bailaba más. Como tenía un carácter muy serio, me puso en el conservatorio a estudiar piano.
–¿Así nació su vocación?
–Lo que me ha marcado es que nací en un camerino del Teatro San Fernando, como mi madre. Mi abuelo fue conserje allí desde los 22 años y se murió con 92. Mi madrina era la dueña del teatro, doña Adela Grande Barrau.
–¿Vivían allí?
–Por alguna circunstancia el teatro estaba cerrado. Mi madre se casó y se quedó a vivir allí. Cuando enviudó puso una fonda y me dejó en el teatro con mis abuelos.
–Creció tras las bambalinas.
–Me crié entre bastidores, como el fantasma de la ópera. Jugando en el escenario, viendo a todas las artistas buenas que salían en aquella época. Así nació mi vocación.
–¿Viendo actuar a las artistas?
–Salió la reina de la canción, Juanita Reina, el espejo en el que yo me he mirado. Ella empezó con espectáculos en el teatro San Fernando y yo me los veía tarde y noche. Luego los tocaba y se los enseñaba a mis amiguitas.
–¿Se dio a conocer muy joven?
–Se corrió la voz de que la niña de Emilio tocaba las coplas de Juanita Reina. Me traían a las niñas para que se las enseñara y así fue como empecé a dar clases, con diez o doce años.
–¿A cuántas niñas enseñó?
–No me atrevo con el cálculo. Tenía cuarenta o cincuenta alumnas a la semana, y así durante sesenta años. Lo dejé en 2002, porque ya no tenía nada que hacer. Han cambiado los gustos y las costumbres.
–¿Ya no interesa la copla?
–La canción andaluza ha pasado a la historia. Desgraciadamente no hemos sabido defender esta parcela de nuestra cultura. Antes había festivales y concursos de flamenco. Ahora ni las artistas buenas tienen galas.
–Pero tienen Operación Triunfo.
–La Operación Triunfo la inventé yo hace mucho tiempo, con las Galas juveniles. Ponía a las niñas en el escenario cuando llevaban dos meses en la academia. De ahí salieron muy buenas artistas.
–¿Por ejemplo?
–Lolita Sevilla, Gracia Montes, Conchita Bautista… Ése era el trampolín. Aquí las fabricábamos y luego se iban para Madrid. Venía gente de toda Andalucía.
–¿Cuál fue su mejor alumna?
–Depende. Rocío Jurado ha sido la mejor cantante, con una voz fabulosa. Vino de Chipiona con su abuela y le di clases una temporada. Ella dijo que conmigo fue la primera persona con la que cantó al piano.
–¿Y cuál le ha dado más alegrías?
–Cristina Hoyos me da satisfacciones continuamente. Era una niña flaquita y pecosa. Apareció en mi academia en el 57, con su madre. Era la primera que llegaba y la última que se iba.
–¿Qué había en ella de especial?
–Tenía un don especial para la danza y un pellizco flamenco. Recuerdo que por actuar en Conozca usted a sus vecinos, de Radio Sevilla, le regalaron un corte de tela, un globo y un bono para una foto. ¡Cuántas veces he recordado ese momento!
–¿Cuál fue el secreto de su academia?
–Les abría horizontes a las niñas. Venían queriendo cantar y las ponía a bailar, y al revés. Creé mi propio estilo.
–¿Qué les inculcaba?
–Le enseñaba a ser artistas, sin tanto rollo de respiración y vocalización como en otras academias. La ponía en el escenario, a que se las apañaran. Les decía: si te equivocas sigue, si se te cae la flor sigue.
–¿Eran niñas de familias humildes?
–Para ser artista hay que tener hambre. Aquellas niñas querían sacar a sus padres de los corrales. Hoy en día, como tenemos de todo, no hay artistas. Los toreros ya no se acercan a los toros.
–¿Podían pagarle las clases?
–He dado muchas clases gratis. Paquita Rico se ponía en la ventana a escucharme tocar. Un día le pregunté si sabía cantar, le dije que entrara y me dijo que no me podía pagar los tres duros de las clases.
–¿Y la admitió?
–La admití. Mi abuela le daba hasta de desayunar, porque su madre le pegaba si le pedía un huevo duro.
–¿Le gusta que le llamen maestra?
–Me gusta que me llamen Adelita, que es mi nombre de batalla.
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