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Sergio Sarria | Guionista y escritor

"La nueva política ha abierto más caminos en el humor"

"La nueva política ha abierto más caminos en el humor"

"La nueva política ha abierto más caminos en el humor"

El escritor y guionista Sergio Sarria (Málaga, 1979) presenta su segundo libro, Cuando nadie nos ve (Espasa), una novela negra ambientada en la Semana Santa de Morón de la Frontera y en la base aérea. “Tenemos un pueblo típico andaluz y dentro otro de Texas, con su autocines, su bolera, su liga de béisbol. Me pareció tan aprovechable que me tiré de cabeza. La base tiene mucha influencia en Morón. Por ejemplo, Raimundo Amador no existiría tal como lo conocemos sin la base. Hay una influencia mutua”, explica.

-La lápida de Billy Wilder reza: "Soy guionista pero nadie es perfecto".

-Viene a decir que dentro de la industria no es el mejor puesto. Pero a día de hoy esa idea se está invirtiendo y se le empieza a dar la importancia que tiene el guión como origen de todo. Luego, sí necesitas un buen equipo para que ese guión no se desmorone por el camino.

-¿Lo suyo no era el humor?

-Ahora me estoy abriendo un poco más porque me apetecían otros registros, pero hasta ahora estaba especializado en la comedia. El hecho de escribir esta nueva novela, Cuando nadie nos ve, es porque me apetecía meterme en thrillers y alejarme un poco de la actualidad, donde he estado 11 años. Con la anécdota y el chiste, a veces no puedes profundizar en el personaje.

-Normal.

-He hecho 2.000 chistes sobre Bárcenas, pero ahora me apetece saber cómo llega Bárcenas a ser Bárcenas. La novela te la oportunidad de empatizar más con los personajes.

-Hacer chistes por obligación debe ser muy complicado.

-Es duro. Por ejemplo, en El Intermedio estuve nueve meses escribiendo sobre Bárcenas. Y hay un número finito de chistes.

-Ni todos los días se está al mismo nivel de brillantez.

-No, no. Entre que tú puedes estar espeso y que tampoco te quedan muchas más cosas que comentar, pues es difícil. Pero eso justo es el desafío de un guionista: tener que encontrar algo nuevo en un tema que está muy machacado.

-¿Lo políticamente correcto ha puesto el humor más difícil que antes?

-Yo no quiero cruzar ciertos límites por ser ofensivo sin más. El hecho de cruzar fronteras tiene que ir ligado a un objetivo loable. Yo no voy a luchar por abrir límites del humor para hacer chistes machistas, racistas... No le veo el sentido.

-¿Cree que Arévalo o Martes y Trece serían hoy carne de red social?

-Son hijos de su tiempo. No puedes valorar a Arévalo en un contexto de 2019. Hoy nos parece aberrante, pero él jugaba en su momento con los límites que había. Y no sólo es Arévalo. En una película de los 70 de Woody Allen hay bastantes recursos que se pueden considerar machistas. Es un tema de adaptación y de empatía.

-¿Es más fácil meterse con la derecha o con la izquierda?

-En general, nos podemos reír absolutamente de todos. El vídeo que hizo Pablo Iglesias de Vuelve no me parece menos gracioso que lo que pueda decir Díaz Ayuso sobre los atascos. Por buena o mala suerte, se ofrecen bastante los dos a hacer chistes. Y cada día más. La nueva política ha abierto más caminos en el humor.

-¿Qué pasa cuando nadie nos ve?

-Pues que nos mostramos de otra forma. No somos lo que aparentamos en público. En lo íntimo cada uno arrastra sus propias miserias. En la novela juego un poco eso. Al final somos nuestros mejores relaciones públicas. Mostramos las mejores facetas y escondemos las que nos parecen más oscuras, pero existen.

-¿No le da vértigo relacionar la Semana Santa con la novela negra?

-He tratado la Semana Santa con mucho respeto. Las escenas de Semana Santa me parecen que son bastante realistas y fieles. He sido cofrade toda la vida. Y precisamente para que no hubiera polémica, que no es mi interés, ninguna de las cofradías o imágenes que salen en la novela son reales. No hay necesidad de estigmatizar a una cofradía relacionándola con un asesinato o las cosas clásicas de la novela negra.

-¿Entonces?

-El hecho de utilizar la Semana Santa es que me parece que tiene un elemento de thriller muy potente desde el punto de vista icónico: las luces tenues, el incienso, las caras de dolor de cristos y vírgenes... Aparte me ayudaban con el contraste con la base aérea de Morón. Algo muy tradicional y a pocos kilómetros la mayor industria armamentística.

-¿Se puede jugar con el sentimiento religioso?

-No lo llamaría jugar. Creo que se puede ser crítico. A mí ser ofensivo no me aporta nada. No sé qué gana alguien riéndose de un sentimiento de otra persona. Desde la crítica iría a otras cosas, como que la Iglesia no pague el IBI. Me parece absurdo reírse de alguien por sus creencias.

-¿Dónde está el límite?

-Tanto con la ofensa por sentimientos religiosos como con la libertad de expresión, para mí el límite es lo penal. Es decir, por un chiste no debería ir nadie a la cárcel. Pero por lo demás, todo el mundo tiene derecho a ofenderse. Faltaría más.

-La protagonista de su novela, Lucía, es guardia civil. ¿Es un homenaje?

-No lo sé. En el género negro, suele haber personajes masculinos y testosterónicos, pero a mí me apetecía que la protagonista fuese mujer, en un cuerpo que tradicionalmente es masculino y en un entorno rural donde a veces una mujer con carácter e independiente podía chocar más. Me abría muchas más posibilidades. En los thrillers que he leído, la parcela privada de los hombres interviene poco. En una mujer su parcela privada no se puede parar. La vida no se detiene aunque tengas un caso.

-¿Y entre sus metas estará llevar la novela a una serie o a una película?

-Sí, claro. Escribo las novelas como si fuesen series. Hago primero lo que en el mundo de los guionistas se llama una biblia, que viene a ser una definición de las características personales de los personajes, la trama argumental... Hasta que no sé todo lo que va a pasar, no me pongo a escribir.

-No le fue mal con El hombre que odiaba a Paulo Coelho.

-Sí, estamos rodando una adaptación. Hace tres años me lo dicen y no me lo creo.

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