Las promesas electorales del PP

Cúpula directiva del Partido Popular. / EFE

05 de marzo 2013 - 16:35

F. D.

os políticos siempre se desatan en campaña. Prometer es el verbo favorito entonces. Sus programas electorales se convierten en tratados enciclopédicos donde la mano del líder amputa decididamente tumores sociales y aplica recetas ecuánimes. Mariano Rajoy llegaba a las elecciones del 20 de noviembre con la victoria bien interiorizada. Los sondeos avalaban sin fisuras su candidatura a partir de una idea fuerza: el PP, como ya demostró José María Aznar, es el mejor gestor de lo económico. España se debatía desesperada en el torbellino de la crisis. Zapatero era un presidente amortizado, o la sombra de un presidente.

En 214 páginas, las que ocupaba el documento programático popular, caben infinidad de ideas. La prioridad, sin embargo, era la crisis, y con ella el horizonte de esperanza que debía transmitirse a parados, pensionistas, jóvenes y cualesquiera colectivos colindantes con la marginalidad. El desempleo frisaba los cinco millones, una cifra escandalosa, y Rajoy proclamaba que su reforma invertiría la tendencia sin abaratar el despido. La tendencia no se ha invertido (seis millones hoy), pero el despido sí se ha abaratado. Y ésa fue la primera gran decepción.

Hubo otras: "Quiero dejarlo muy claro: nos vamos a oponer a las subidas de impuestos". La frase del Rajoy todavía candidato voló por los aires. Hubo recargos en el IRPF, el IBI, las rentas del ahorro y el IVA. Educación, sanidad y pensiones estarían libres de la podadora según el gallego. Tampoco: se dispararon las tasas universitarias, se introdujo el copago sanitario y las pensiones se revalorizaron por debajo del IPC. El PP también se alzó en armas cuando Zapatero anunció su intención de aprobar una amnistía fiscal que nunca llegó a buen puerto. Fue finalmente el ministro Montoro quien copió y aplicó la iniciativa. Y quedan los objetivos de déficit marcados por Bruselas y elevados por Rajoy de la oposición a dogma de fe. El 2 de marzo, suavizaba unilateralmente el objetivo. Posteriormente desvelaría, hasta en dos ocasiones, incumplimientos de lo incumplido. Ante el vicio de fallar, la virtud de no prometer.

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