Europe's living a celebration

200 millones de europeos vivirán hoy intensamente el Festival de Eurovisión. El televoto, la expansión geográfica y la proliferación del inglés lo han convertido en un divertido y apasionante fenómeno fan televisivo.

Francisco A. Gallardo

14 de mayo 2016 - 10:40

Eurovisión nació más bien como un programa estelar de radio, porque por entonces, en 1956, había pocos televisores que lo vieran. A orillas del lago Lugano, en la neutral y bancaria Suiza, como si fueran las actuaciones para unos jubilados de balneario, nació el festival de la UER. Una de tantas iniciativas para unir a los civilizados europeos que hasta pocos días antes se habían masacrado entre ellos. El empeño de agrupar el sector occidental fructificó, por la competencia y el irrisorio prestigio de dominar el continente con apenas un par de partituras. Hasta se aceptaron aquí a dictaduras como la nuestra, la portuguesa y la de Tito, como esbozo de sus aperturas. Eurovisión nació como una gala de los valores burgueses y hoy día es un gran acontecimiento fan que es lo más visto del año tras las finales futboleras.

La primera ganadora, Lyss Assia, se antoja como una émula de Maria Callas, una diva de ópera. Sus coetáneos contemplarían como una diva de opereta a Dana International, la transexual israelí que a final de siglo removió los cimientos televisivos de muchos países y ratificó que el lobby gay se convertiría en el gran motor de la gala europea con la nueva centuria. Victorias añadidas a la de Dana como la de la serbia Marija Serifovic o la austríaca Conchita Wurst fueron estandartes del respeto a la homosexualidad.

De los moños y echarpes se pasó a los pantalones de campana y las túnicas campanudas (que no lo jure Betty Missiego), pero poco antes unos reyes poperos, ABBA, señalaron el camino. Waterloo modernizó Eurovisión, aunque tardara en consumarse. La interacción con millones de espectadores a través del televoto, el inglés como idioma franco (este sábado todos cantarán en inglés, salvo Austria), la ampliación hasta Siberia e incluso Australia, han convertido a aquella obsesión de Fraga en un talent show global donde, geoestrategias aparte, se premia la calidad, la sorpresa y la innovación. Ganadores como los monstruos de Lordi hubieran sido impensables en años analógicos (y más académicos, con los jurados tristes).

Este es uno de los espacios más apasionantes a los que se enfrenta la audiencia. Las esperanzas de victoria, como aquella por Rosa en 2002 con Europe's living a celebration (una de las grandes sugestiones vividas en este país), fue como un título de la Roja, con 14 millones de espectadores. Unos 8 millones de españoles se zamparán hoy canciones y votos; y 200 millones de europeos no se levantarán del sofá. No hay nada como una noche musical entre vecinos.

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