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La Audiencia de Sevilla se queda sin Consuelo

Consuelo Cruz posa en el despacho que ha estado ocupando desde 2011 hasta 2024, en la segunda planta de la Audiencia de Sevilla.

Consuelo Cruz posa en el despacho que ha estado ocupando desde 2011 hasta 2024, en la segunda planta de la Audiencia de Sevilla. / Ismael Rubio

Cuando María José Segarra dejó de ser fiscal jefa de Sevilla y ascendió a fiscal general del Estado, le dijo a su secretaria que le regalaba lo que ella quisiera. Escogió una réplica de Los fusilamientos del 3 de mayo, la obra maestra de Goya, que simbolizaba el ‘fusilamiento’ policial, judicial y mediático que sufrió el juez Manuel Rico Lara durante el caso Arny, en el que se lo acusó injustamente de corrupción de menores. Ese pequeño cuadro ha estado presidiendo ese despacho desde 2018, pero ya no está allí. Ni la secretaria tampoco. Se llama Consuelo Cruz y el 10 de mayo fue su último día de trabajo después de 43 años al servicio de la Justicia. Se jubila una de esas personas anónimas que en verdad son el motor de instituciones esenciales para que una sociedad democrática funcione. La Fiscalía pierde a la mejor relaciones públicas, a la jefa de prensa oficiosa y a la segunda generación de una saga que inició su padre en los años 50 como “niño de los recados” en los juzgados de Almirante Apodaca. La Fiscalía se queda sin Consuelo... y sin consuelo también.

Consuelo se ha dedicado a lo que deseaba “desde pequeña” y por eso la primera palabra que le sale es “afortunada”. El responsable de esa vocación fue su padre, Manuel Cruz Guerra, que en 1952, con sólo 12 años, se coló en el mundillo judicial. Con 18 consiguió su primer nombramiento como interino y con 24, plaza de tramitador en un juzgado de Primera Instancia. “Se bebía los libros, era muy inteligente. Si hubiese nacido en una familia de bien, habría sido una persona muy importante”, asegura su hija.

En aquel entonces vivían al lado del Policlínico pero los juzgados cogían de camino a la casa de la familia materna. Cuando llevaba allí a sus hijos, la madre paraba a ver a su marido y Consuelo subía con ella. “Me encantaba aquello. Todavía recuerdo el olor a ese papel viejo, amarillo, timbrado... Y los sábados nos íbamos con él a hacer citaciones. De toda la vida decía que quería ser como mi padre”, indica.

En 1981, tras dejar Secretariado porque quería trabajar, Consuelo aprovechó que un meritorio se iba de los juzgados para sustituirlo. Tenía 17 años. “Mi padre no quería”, afirma. Su primer día fue el 2 de septiembre; su primer destino, el Juzgado de Primera Instancia número 2; y su primer trabajo, “coser los expedientes con hilo y aguja”. “Era mucho trabajo, pero como se quedaban los expedientes no se quedan ahora. No se perdía ni un papel”, asegura. En 1987 aprobó las oposiciones. “En mecanografía saqué la segunda mejor nota, un 8’54. La primera fue Mari Carmen Briones, con un 9”, detalla con envidiable memoria. Otra cosa es la materia que tuvo que estudiar entonces... “Sólo me acuerdo del artículo 1 de la Constitución”, confiesa.

La primera plaza de Consuelo fue muy lejos de casa, en Tarrasa (Barcelona). “Fue una injusticia muy grande. Las peores notas se quedaron en Andalucía Occidental y las mejores notas fuimos fuera”, lamenta 37 años después. El 3 de noviembre de 1987 tomó posesión en el Juzgado de Distrito número 1. “Allí no sabían cómo registrar una toma de posesión. Lo tuvo que hacer mi padre, que había viajado conmigo. Él redactó la toma de los veintitantos que llegamos de toda España”, cuenta.

Tras seis meses en Cataluña, Consuelo logró plaza en Sevilla. Estuvo en el Juzgado de de Primera Instancia número 8, el Social número 10 y la Secretaría de la Audiencia Provincial. En septiembre de 2002 aterrizó por fin en la Fiscalía. Y en mayo de 2011 pasó a ser secretaria del fiscal jefe. O la fiscal jefa, porque era Segarra. “Su secretaria pidió un traslado y me propuso a mí. ‘Si te ha elegido, tienes que decir que sí’, me dijo mi padre”, rememora. “Yo veía a otra persona más capacitada, pero su secretaria me dijo ‘no, la jefa necesita una persona que reciba al público con una sonrisa’”, desvela.

Entre 2011 y 2018, Consuelo estuvo junto a “la jefa”, como sigue llamando a Segarra. “Se le cogía cariño pronto, era como una hermana. Es muy jefa, pero también muy cercana y práctica. Me dolió en el alma cuando se fue, pero no me extrañó su ascenso”, admite. Y el 13 de octubre de 2018, y hasta hoy, pasó a estar a las órdenes de Luis Fernández Arévalo, con quien ya había coincidido en Vigilancia Penitenciaria. “Me alegré muchísimo. Si hubiesen elegido a otro, el cambio me habría costado más trabajo”, destaca.

“He sido muy feliz en todos los destinos, pero como he estado de a gusto en la Fiscalía no he estado en ningún sitio”, resume. “Desde los 17 años llevaba madrugando todos los días y necesitaba dejarlo ya, estar tranquila”, explica. ¿Lo echará de menos? “Sí, sobre todo a los compañeros, que me han tratado como una más”, agradece. El 10 de mayo, de hecho, Consuelo dedicó la mañana a visitar todas las sedes judiciales para despedirse de decenas y decenas de colegas. En estas dos décadas en la Fiscalía ha visto de todo, incluida “gente que ha llamado aquí creyendo que esto era una asesoría fiscal”, bromea.

De la 'fake new' de un torero a la asesina de los calzoncillos

Las anécdotas de Consuelo y su padre darían para una sección en el Archivo Histórico de Sevilla. Antes de viajar a Tarrasa, por ejemplo, su padre había dejado en su juzgado, bien guardada con candado, la sentencia de una demanda de paternidad de un famoso torero que debía mecanografiar antes de notificársela a las partes. Pues bien, de paseo por Barcelona, de repente en un quiosco vieron una revista del corazón en cuya portada aparecía en grandes letras el titular de que el diestro era el padre de la criatura. Manuel Cruz, tranquilo porque sabía que la sentencia estaba a buen recaudo, se echó las manos a la cabeza porque la noticia, encima, era falsa: el torero resultó no ser el padre del niño en cuestión.

Su hija atesora un logro similar con el caso Arny, cuya sentencia debía notificar a los procuradores: “Miguel Carmona, presidente de la Audiencia, nos felicitó porque no se filtró nada”, recuerda orgullosa. Fue la época en que se encargó de casos de jurado popular. En su memoria destaca el de una mujer “que mató a su novio estrangulándolo con sus calzoncillos”. No le impactó por el arma homicida, sino porque fue la primera vez que entró en la sala para oír el veredicto. “La recuerdo perfectamente a ella y cómo se quedó igual, fría, cuando la declararon culpable”, dice.

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