Obituario

Un hombre de bien, un jurista sabio, un amigo

  • En la muerte de Plácido Fernández-Viagas Bartolomé

Alberto Revuelta. Abogado

Alberto Revuelta. Abogado

1979 en Cordoba, donde estoy destinado en el Tribunal de Menores, recibo una llamada de Manolo Del Valle, jefe del gabinete de don Plácido Fernández Viagas, presidente del Ente Preautonómico , preguntando si podía ir con el presidente a Madrid a una reunión con Gustavo Lescure, magistrado del Supremo, que era entonces presidente del Consejo Superior de Protección de Menores.
Cogería el Talgo en Cordoba y tendría asiento junto a don Plácido y en el trayecto me pondría al corriente de lo que deseaba. La reunión fue bien y en ella uno de los asistentes le preguntó por Placidito. Y allí conocí la existencia de quien ha sido ya en Sevilla amigo, compañero de aventuras democráticas, ilustrador de mis ignorancias jurídicas y bienhumorado caballero para conocer los entresijos de decisiones aparentemente incomprensibles de los gobiernos de estos cuarenta pasados años. 
Con Tomás Iglesias, presente siempre en el alma, con Pilar Troncoso, con Concha, con José Manuel se echó a andar Derecho y Democracia, afán de libertad constitucional, de derechos civiles, de una España donde el poema de Cesar Vallejo “español de pura bestia” no pudiera decirse con verdad. Equivocados estábamos en esto último, lo otro ha merecido el esfuerzo. 
Los largos años en que trabajé como abogado de CEAR/Sur asistiendo y defendiendo los derecho de inmigrantes por miles, Plácido tuvo su cabeza, su saber y su humor a nuestro servicio, gratuito, amable, puntual, sobresaliente en dictámenes y opiniones jurídicas. En uno de los primeros asuntos que llevamos ante el Comité contra la Tortura en Ginebra, Goreini se llamaba el inmigrante, el abogado del Estado, después conocido en los medios por otras lides, nos amenazó en escrito al órgano de Naciones Unidas con instar una denuncia por haber falsificado la firma del argelino que defendíamos.
Estudiando con Plácido la posible respuesta a la demanda nuestra y, entre ellas, la de falsedad,  miramos con lupa el tocho voluminoso de la causa. “Espera, dijo de pronto Plácido, compara con fotocopia ampliada las firmas de este hombre en la declaración en comisaría de Melilla, en la de Almería y ante el juzgado. A mi me parece que no coinciden”. Efectivamente no era las mismas. El Comité contra la Tortura admitió nuestra demanda y el abogado del servicio jurídico del Estado envainó su daga, callóse y fuese ido.
Así que hoy, cuando este jurista bien nacido se presente ante el Eterno, podrá avalar su vida con las tres firmas del Goreini, que valieron más que el vasico de agua del que habla el Evangelio. Con Walter de la Mare recordaré, hoy,  nuestros años: Ay, oyeron su pie en el estribo/ y el ruido del hierro en la piedra/ y cómo el silencio renacía suavemente cuando los cascos amortiguados se perdieron”.

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