Opinión

Tarde de verano

  • El autor reflexiona sobre el creciente distanciamiento entre la clase política y las preocupaciones reales de la ciudadanía

José Antonio Bosch. Abogado

José Antonio Bosch. Abogado

La otra tarde, casi sin darme cuenta, me fui metiendo en un telediario que emitían por no sé cuál cadena. Las noticias que estaba escuchando me iban enganchando poco a poco, hasta que toda mi atención fue absorbida por el televisor. Aparecía  un ministro al que le hacían una entrevista y al responder a la periodista no sólo formulaba autocrítica por un funcionamiento inadecuado de la administración central, sino que, extrañamente, no imputaba sus errores a la administración autonómica de turno, asumiendo su responsabilidad en primera persona y proponiendo cambios en su propio ministerio para mejorar las actuaciones en el futuro. No sólo aceptaba sus errores, sino que los publicitaba y presentaba soluciones para que no se repitieran.

A continuación habló un político autonómico que, increíblemente, también asumía los propios errores y, además, reconocía que los aciertos no eran exclusivos de su administración, sino que eran fruto del trabajo conjunto y coordinado de las diferentes administraciones públicas. Además, se extendió en explicar como la administración autonómica es una fórmulas de organización territorial del Estado, por lo que, en pura lógica, no caben enfrentamientos entre entidades que tienen la misma finalidad y que están concebidas para garantizar la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político; podrían generarse tensiones, como en cualquier organización, pero enfrentamientos, cuando se tiene un fin común, no caben.

Si la segunda intervención me enganchó, la tercera me dejó boquiabierto. El líder de la oposición ofrecía alternativas serias para la solución de los problemas que nos afectan e interesan a los ciudadanos. El planteamiento me pareció perfecto, ofrecía soluciones que completaban o mejoraban las actuaciones del gobierno. Fuera del mercadeo persa al que nos tienen acostumbrados los políticos y lejos de aquello de “o nosotros o el caos”, a la vez que se presentaba como alternativa de futuro, ofrecía soluciones realistas de presente y daba la sensación de que le importaban más los problemas de los ciudadanos y ciudadanas de este país que el deseo de que su partido alcanzara el poder. 

Es fácil entender por qué el noticiero me tenía absorto. No podía separar mi vista de la pantalla y no tenía oídos para otra cosa que no fuese el telediario.

Continuaron informando sobre la renovación de diferentes órganos, el Consejo General del Poder Judicial, el Tribunal Constitucional, el Tribunal de Cuentas… resaltando el acuerdo generalizado de todos los partidos para dejar de colocar a los amigos y presentar los candidatos más valiosos y con más méritos para cada puesto. Aprovechaba el presidente del Consejo General del Judicial para despedirse de los ciudadanos haciendo un resumen de cómo había mejorado en España, durante su mandato, la Justicia. En concreto, aportaba datos sobre la reducción de los plazos de espera en la Administración de Justicia, la cercanía y reconocimiento de los ciudadanos a las actuaciones judiciales así como sobre la independencia, asepsia y ausencia de toda motivación política en el cien por cien de las resoluciones judiciales. 

Le siguió un parlamentario que afirmaba que los políticos profesionales cobran (en concreto de los ciudadanos aunque los pagadores sean otros) para encontrar soluciones a los problemas de los ciudadanos, y que no pueden estar todo el día, toda la legislatura, enredados en debates insulsos cuando lo que nos preocupa a la inmensa mayoría de los españoles es la salud, en concreto y en la actualidad la COVID, el trabajo, la lucha contra esa desigualdad que está generando en nuestro país un número insostenible de compatriotas que se van empobreciendo día a día, y el futuro de nuestros hijos, que pasa por una buena educación, por la inversión en investigación y desarrollo,  y por promover las acciones necesarias para combatir el desastre medio-ambiental que llevará a nuestro país, antes pronto que tarde, a convertirse en un erial, momento del discurso en el que un zumbido molesto e intenso requirió de mi atención.

Al pronto comprendí que me había quedado dormido en el sofá de casa y era una llamada de mi móvil lo que me había despertado. Mi telediario había sido un sueño fruto del sopor propio de una tórrida tarde de verano. ¡Qué pena! Me resultó desalentador que la normalidad democrática, que el cumplimiento de los mandatos constitucionales, que aquellos a los que pagamos cumplan con los trabajos por los que cobran, sea en nuestro país una simple quimera. Resulta doloroso que a señores y señoras tan importantes, que a nuestros altos dignatarios, en el gobierno, en la oposición, en los diversos Parlamentos, en nuestras más altas instituciones… les cueste tanto asumir que sus preocupaciones y ocupaciones estén tan alejadas de los problemas de los ciudadanos con los que día a día aumentan la distancia.

Una vez despierto busqué un telediario. Sobraron unos minutos de seguimiento para confirmar las razones del desapego que está generando entre los ciudadanos nuestra clase dirigente (en el gobierno y en la oposición). Nuestra salud democrática está “tocada” y me temo que la vacuna que necesita va a ser bastante más complicada que la de la COVID, pero no debemos renunciar a buscarla y el esfuerzo debe ser conjunto, de todos los ciudadanos y ciudadanas porque como lo dejemos en manos de nuestros dirigentes, apañados estamos.

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