Opinión

Violencia de género, violencia sexual y explotación sexual

  • La autora, abogada especializada en violencia de género y coordinadora del turno de oficio contra la trata de personas en el Colegio de Abogados de Sevilla, reflexiona ante la celebración el miércoles del Día Internacional contra la Trata 

Amparo Díaz Ramos

Amparo Díaz Ramos

Es bueno recordar que la violencia sexual y la explotación sexual no son fenómenos aislados y casuales. Son importantes eslabones en las cadenas que nos aprisionan a las mujeres dentro de esta sociedad machista. Cumplen la función de amedrentarnos, de hacernos saber que podemos ser usadas  por esos  hombres que no se cuestionan su machismo sino que lo aprovechan. Y en última instancia la violencia sexual y la explotación sexual  cumplen, al igual que las demás formas de violencia de género,  la función de someternos y perpetuar la desigualdad.  

Dentro del propio proceso de socialización de las niñas está inmerso que los hombres pueden juzgar de manera ostentosa  su físico según consideren que vale o no para darles placer visual o de otro tipo. Entre la infancia y la adolescencia las mujeres empezamos a recibir comentarios por la calle de hombres sobre si nuestros cuerpos se adecuan a lo que ellos quieren para su placer sexual. Hay clases donde se vota sobre la compañera que está más buena. Podemos consolarnos pensando que es un juego de niños, pero en todo caso es un juego que sitúa a las niñas en el papel de mercancía consumible y a los niños en el de depredadores.  Se trata de ser buenas para ser devoradas por depredadores. Y algunos de ellos, mientras miramos hacia otro lado y no abordamos en profundidad esta problemática, finalmente cometen ataques graves a la libertad sexual siendo todavía niños, como evidencia  la memoria de 2019 de la Fiscalía. 

Las mujeres tenemos que sobrevivir dentro de esta sociedad y nos vamos adaptando, intentamos cumplir las “normas machistas”  para no quedar excluidas o romper una relación que nos importa. Debemos esforzarnos para gustar visualmente, ser complacientes y tolerantes con muchas conductas que nos molestan, incluso en mayor o menor medida nos hacemos machistas y desarrollamos conductas machistas. Pero  a la vez debemos protegernos de la violencia machista menos sutil  y asumir que es nuestra responsabilidad  tomar medidas para evitar los ataques  físicos. Se trata de una misión doble y  paradójica de gran dificultad que nos quita energía,  tiempo y salud  a las mujeres. En esa misión el ser de la mujer queda diluido alrededor de las imposiciones de los hombres que están satisfechos con ser machistas, que no son todos obviamente, pero que causan un impacto muy negativo sobre todas. Porque siempre, en algún momento,  aparecerá un machista que nos perjudique  en nuestras vidas, ya sea el vecino de enfrente al que tienes que evitar porque insiste una y otra vez en que quedéis, ya sea el profesor de facultad que  te insinúa que si quieres salir bien parada tienes que pasar por su departamento y contentarlo, ya sea el hombre que te persigue por el parque,  el chico que intenta emborracharte en la discoteca para luego llevarte a su casa, o el hombre que aparece exhibiendo sus genitales, ya sea el novio que te grita o que no asume su parte del trabajo doméstico, o el compañero de trabajo que hace bromitas que te ofenden sobre tu culo, o el hombre que se te pega en el metro, o el jefe que te pide que después de tu trabajo limpies tú la tienda porque tú eres la mujer, o que te paga menos por el mismo trabajo que tus compañero.  La lista es infinita. 

Hay niñas que antes de llegar a la adolescencia y empezar a recibir conductas de acoso callejero,  ya  han sufrido ataques a su libertad sexual y a su derecho a ir desarrollándose sexualmente a su ritmo, por hombres de su familia o cercanos. Algunas de esas niñas quedan durante un tiempo  ancladas en el papel de objeto sexual, o con problemas severos que dificultan su desarrollo personal, o ambas cosas a la vez, y terminan dedicándose a la pornografía o a la prostitución.  

Otras mujeres sufren no solo las dificultades “propias” de ser mujer en una sociedad machista, sino también las de no contar con recursos económicos ni red de apoyo, mujeres españolas e inmigrantes en grave situación de precariedad, que son engañadas con ofertas de trabajo falsas, o que no ven otra alternativa que prostituirse. No es casual que en las manos de las mujeres está la mayor parte del trabajo que se lleva a cabo en el mundo pero sea en manos de los hombres donde esté la mayor parte del dinero.  Y una de las consecuencias de la feminización de la pobreza es la situación de prostitución por falta de otra alternativa de muchas mujeres.  

Otras mujeres, incluso niñas y adolescentes, son raptadas o engañadas para ser prostituidas. Sus familiares por lo general no vuelven a saber nada de ellas. 

Son mujeres reducidas a carne para consumo masculino. La prostitución es el paraíso del machismo, un espacio en el que quedan en suspenso los derechos humanos para las mujeres, en el que no importa lo que ellas  sientan, no importa lo que quieran, no importa lo que necesiten. Y eso es lo que se paga, la supremacía masculina. Ellas deben, para sobrevivir,  enterrar su propio ser e inventar el que quiere el putero y el proxeneta. Están reducidas a lo que le dé la “real gana” al  putero a un nivel que no es comparable con ninguna otra actividad.  

Y no deja de ser espeluznante que, ante una situación de vulnerabilidad en una mujer, haya hombres -y no pocos, basta con ver las noticias- que en vez de ayudar a ese ser humano, aprovechen para violarla o explotarla sexualmente.  Es más, hay hombres que se asocian con otros específicamente para provocar esa vulnerabilidad y violar en grupo. También en solitario o aliados están captando niñas a través de internet para usarlas sexualmente de manera directa y, en ocasiones,  a continuación explotarlas sexualmente.  También hay hombres que en grupo acuden con frecuencia al final de una reunión de trabajo, o tras llegar a un acuerdo empresarial, o después de la jornada de un congreso, o tras dejar en casa a sus novias o esposas, a un club de alterne.  

La violencia sexual contra las mujeres y la explotación sexual de las mujeres se está ofertando cada día  como una opción de ocio masculino, pero no debe ser así.  Véase por ejemplo algunos de los anuncios de lugares de copas. El plan perfecto de ocio: un hombre con una mujer con cuatro copas, o un hombre con una mujer desmayada, o varios hombres alrededor de una mujer. La violencia sexual y la explotación sexual, al igual que las demás formas de violencia de género,  atentan contra los derechos humanos y por tanto contra nuestro sistema democrático, el que según nuestra Constitución debemos implementar y preservar para mantener la paz social. Todas las administraciones públicas deben trabajar  con diligencia para remover los obstáculos que impiden la igualdad real entre hombres y mujeres (artículo 9 de la Constitución). Eso significa poner en primera línea de prioridades de las instituciones públicas la erradicación de la violencia de género, incluidas la violencia sexual y la explotación sexual.  

No necesitamos una política comercial que nos venda lo que se va a hacer sin una planificación real. No necesitamos una política  que nos venda una aparente modernidad en la que los problemas pasan a ser denominados de otra forma que los enmascara. Lo que necesitamos es avanzar en  una política honesta, trasparente,  dialogante, liderada y desarrollada  por personas capacitadas frente a esta lacra. Una política  que no caiga nunca en la tentación de dictar normas y no perseguir su incumplimiento, sino que trabaje día a día cumpliendo con la obligación de aplicar la diligencia debida para erradicar la desigualdad y la violencia de género, incluida  la violencia sexual y la explotación sexual.

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