La Caja Negra

La hermosa huella dejada por Juan Reguera

  • Pescador de hombres, amigo de los presos, hermano del cura Balbino, mucho más que el director territorial de La Caixa que fue mano derecha de Fainé y alma de la entidad en Andalucía

Juan Reguera

Juan Reguera / M. G. (Sevilla)

El negocio de la banca de entonces tenía poco que ver con la oficina de diseño, los muebles minimalistas, las aplicaciones digitales y el márquetin de las relaciones personales. Más bien era una actividad de cuerpo a cuerpo, de barra más que de mesa, de oír e implicarse, de poco rollo de publicidad y mucha manteca al bollo de la realidad. Era una banca de las personas más que personalizada. Por eso estos días se ha oído y mucho hablar de Juan Reguera (1949-2022), el de la Caixa, el sobrino del Padre Leonardo del Castillo, el que visitaba a los presos, el enamorado de su familia y de Sanlúcar de Barrameda, el devoto de María Auxiliadora, el que se implicaba emocionalmente con los clientes, no se preocupen que yo les ayudo a adoptar a ese niño, que a esos jornaleros los visito a las seis de la mañana, que yo consigo el dinero y ya me pelearé con los de Madrid, se van ustedes tranquilos que ya el problema es mío... Dicen que Reguera fue director territorial de la Caixa en Andalucía, pero sobre todo fue simple y sencillamente Reguera. Estaba muy por encima de un cargo, por eso siguió en su pasión, el voluntariado social, cuando pidió el cese en el puesto sin los 65 años cumplidos, porque ya estaba más que realizado.  

La gente del campo de los años setenta, aquella Caja Rural, después la Caja San Fernando, Agrocaixa y la Caixa. Ay, no tuvo carné de ningún partido, pero nunca faltaron el trabajo, el cariño, la admiración y el respeto. Hermano de Balbino, el sacerdote. Juan siguió una evolución como los curas:de los pueblos a la capital. Nacido en San José del Valle (Cádiz) llegó al negocio de la banca por pura casualidad. Juan trabajaba en el ultramarinos de su padre, pero surgió la oportunidad de sustituir a un amigo que estaba de baja en la oficina de la Caja Rural del pueblo... y se quedó para siempre. Reguera era el niño que repartía en triciclo las viandas del comercio paterno. Su padre, por ejemplo, tenía la exclusiva de las tortas Inés Rosales, que el joven Reguera distribuía por las casasen función de los pedidos.  

Pasó por las oficinas bancarias de Vejer, donde su hermano estaba de párroco, Sanlúcar de Barrameda, Jerez... y Sevilla. No estudió en la Universidad ni falta que le hizo. Se hizo a sí mismo. Se autofinanció dos máster para tener una mínima formación. Juan podía adquirir en esos cursos la instrucción que le faltaba, pero quizás los demás nunca podrían aprender cuanto él llevaba recorrido en una vida de constante superación. He ahí tal vez la diferencia entre quien se convirtió en el alma de una entidad financiera y quienes trabajan en ellas escondidos en el burladero de la frialdad. Juan era ante todo persona. No buena persona, no. Era simplemente persona, que tal vez es el título de la verdadera aristocracia.  

En Sanlúcar creó un club de pesca y fue embajador de las carreras de caballos. Allí se veía con los clientes en la barra del bar cuando no estaba entrenado en el hábito de beber manzanilla. El primer día lo bordó en el trabajo, pero al día siguiente tuvo que descansar. La carrera fue imparable hasta hacerse la mano derecha de Fainé, el hombre que inauguró el rascacielos de Torre Sevilla. Un alto directivo catalán le preguntó al oído al ver el imponente edificio que le cayó a la Caixa al absorber Banca Cívica:“¿Pero esto qué es, Juan? ¿Qué hacemos con esto?”. Reguera le susurró al oído:“Esto es como el que tiene una hija con quince años y llega a casa embarazada. ¿Qué vas hacer? Ayudarla, acogerla y quererle más todavía”. A Fainé, por cierto, le encantaban esas reacciones. ¡Pocas veces le dijo:“¡Qué largo eres, Reguera!”.

La importancia del voluntariado

Leonardo tuvo que rogarle a Balbino, el hermano sacerdote de Juan, que no le mandara más monjas, que ya no tenía capacidad para atenderlas. La cola de peticionarios de ayuda era cada vez más larga... Y al final todos, Juan, Leonardo y Balbino, se las apañaban para no dejar a nadie desatendido. Pronto se enroló en el programa de voluntariado de la Caixa. Y, claro, ocurrió lo que sucede con las personas especiales: acabó liderando el programa y se consagró a sus objetivos una vez jubilado. Cuando se jubilaban los trabajadores del banco, ninguno se quedaba sin pasar por una entrevista con Juan, que les ofrecía formar parte del programa social. Y así se formaba el ejército de la solidaridad en colaboración con la fundación del padre Leonardo y de la pastoral penitenciaria. Reguera visitaba varias veces a la semana a los presos, les daba charlas de asuntos de actualidad, los orientaba, los acompañaba, les llevaba actuaciones en Navidad, los reyes magos, etcétera. Es curioso que compartía con el cardenal Amigo el mismo compromiso: estar junto a los privados de libertad. No juzgarlos, sino acompañarlos. No pedirles explicaciones, sino motivarles para reintegrarse en la sociedad.  

Reguera llevaba a la práctica la enseñanza de empresarios como José Moya. El dinero se gana con la cabeza y se debe gastar con el corazón. ¿Para qué usar el tremendo poder de una entidad financiera sólida y consolidada, un vez que el negocio está garantizado? Para hacer el bien con el inmenso margen que queda de opciones, recursos y objetivos. Por eso Juan dejó una hermosa huella para orgullo de sus familiares y compañeros.  

Su último almuerzo público fue en Becerrita, con el nuevo director territorial de la Caixa, Juan Ignacio Zafra, que tuvo el detalle de invitar a sus antecesores y principales colaboradores. “Qué buen rato hemos echado”, dijo al llegar a casa. El niño que repartía las tortas de Inés Rosales triunfó en la banca, pero eso fue nada, absolutamente nada, al lado de cuanto sembró entre las personas. Amaba la pesca. Yfue un pescador de hombres. Nunca dejó de visitar la cárcel. En la vida da tiempo a todo, decía Manuel Cardenete López, el fundador de la primer oficina de la Caixa en Sevilla, como recordó Fainé el día que inauguró Torre Sevilla el 3 de marzo de 2017. A Reguera le dio tiempo a viajar en el triciclo del negocio de su padre, en el coche oficial de la principal entidad financiera española y en su barquito de pesca con una cuadrilla de sanluqueños la mar de sencillos. Hijo predilecto de San José del Valle, querido en su tierra, siempre orgulloso de ella. Siempre llevó su pequeño pueblo por bandera. Un hombre de pueblo que nunca necesitó profesores para saber que a la gente se le atiende mirándola a la cara. Por eso es tan recordado cuando llegamos a la oficina bancaria y tenemos que coger un ticket dándole dedazos a una pantalla. Si estuviera Reguera... ya estábamos atendidos y tomando un café.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios