El tormento de Lipasam en la Cartuja de Sevilla
El problema de la limpieza
La empresa municipal trabaja a destajo, pero el entorno del monasterio es una vergüenza para la ciudad
La Cartuja, la boca del lobo
Ensucian los vecinos, no los alcaldes

Sevilla/No se trata de una zona invadida por el turismo, ni marcada por la concentración de bares. Pero sí está lastrada por la suciedad, la maleza y las pintadas. La Avenida de los Descubrimientos, una de las principales de la Cartuja, zona cero de las grandes celebraciones del 92, es un estercolero en los alrededores del monasterio. La catalogación de Bien de Interés Cultural sirve de poco. El esfuerzo de Lipasam tiene escaso resultado y alcanza casi la consideración de una suerte de tormento de Sísifo: limpiar para que en poco tiempo todo vuelva a estar igual. Ayer mismo se acumulaban botellas, restos de prendas y plásticos en un marco afeado aún más por las pintadas de los vándalos. Ni los muros del monasterio ni la vegetación están cuidados. No es una zona con residentes, razón por la que quizás nadie alza la voz contra este deficiente estado de conservación.
Los turistas que acuden al monasterio, sede del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, acceden a su interior por la puerta principal, localizada justo en la fachada opuesta. La que presenta un evidente estado de descuido es la que se corresponde con la sede del Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico (IAPH), que cuenta con decenas de trabajadores, pero no es lugar de visita turística. La suciedad la sufren los de casa, por así decirlo.
Si las calles de la Cartuja por la noche son una boca del lobo, el tramo de la avenida principal se convierte en lugar de botellonas cuya suciedad se tarda en recoger porque nadie exige la limpieza inmediata allí donde no vive y por donde ni siquiera transita.
No se puede negar que Lipasam acude a la Cartuja. Tal vez podría hacerlo con más intensidad los lunes. En cualquier caso la ciudad ha llegado a un punto en que conviene tener claro que la primera causa del problema de limpieza que sufrimos es la falta de educación de quien deja la basura donde no debe. Con posterioridad se puede analizar la mejor ubicación de los contenedores, la frecuencia de los barridos y el baldeo, o la capacidad de los contenedores soterrados, pero nadie con una mínima conciencia cívica pinta los muros de un BIC como el monasterio de la Cartuja o deja unos zapatos viejos o restos orgánicos junto a su fachada. Claro que si hay quienes lo hacen junto a la misma Giralda o el Ayuntamiento, el grado de sorpresa es cada vez menor.
Bajan los índices de población en el centro, pero no los de los visitantes. La percepción es que se genera más basura ahora, en la era del turismo disparado, que cuando el fenómeno era solo estacional. En cuanto al caso concreto de la Cartuja, Lipasam asegura que hace intervenciones específicas para adecentar el terreno en los días de mayor acumulación de basura y que tiene en proyecto una actuación coordinada con Parques y Jardines y el servicio Reur: “Hacemos un gran esfuerzo y trabajamos a destajo”. Comienza a cundir que el problema desborda a cualquiera.
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