La Sastrería

Tanto monta, monta tanto

  • Dos sevillanos austeros, amantes de su ciudad desde la más absoluta discreción. El día que el Rey inauguró el estadio de la Cartuja hubo que buscarles para la foto. Usan bicicletas de ruedas grandes y comen el menú de la taberna del Alabardero

Los Monchi

Los Monchi / Rosell (Sevilla)

Los arranques se localizan en un estudio profesional en la calle Tetuán, muy próximo a la antigua Peletería Jacinto. Aquella era la Sevilla de los años 70, con un comercio puramente local y con muy pocos restaurantes de alto nivel. Los jóvenes Antonio Cruz y Antonio Ortiz estaban empezando en el oficio tras haber realizado juntos la carrera de Arquitectura en la Universidad de Sevilla. Vivieron in situ los tumultos que se formaron en la Universidad a cuenta de las revueltas estudiantiles de 1968, cuando expedientaron a medio alumnado. Ellos convivieron con los dos planes de estudio: el antiguo y el nuevo. Fueron de alguna forma conejillos de indias de la transición de un modelo a otro en la facultad y de una dictadura a una democracia en España.

En aquellos años se cruzaban por los pasillos con Alfonso Jiménez, José Ramón Sierra, Víctor Pérez Escolano, Guillermo Vázquez Consuegra, los hermanos Trillo, etcétera. La verdad es que si en la ciudad no había muchos comercios y restaurantes, tampoco en la Universidad había muchos alumnos. Quedaban muchísimos años para que se sufriera la masificación. Aquella era una escuela de “cuatro gatos”, con estudiantes que empezaron la carrera en el Pabellón de Brasil, continuaron en las aulas de la sede de la Avenida de Reina Mercedes y algunos tuvieron que terminarla en la capital de España. Varios de los alumnos de entonces tuvieron que irse a Madrid a terminar los estudios, porque en Sevilla les habían echado la cruz. No eran tiempos fáciles para casi nada. Yseñalarse en cualquier ámbito podía tener consecuencias trascendentes.

En aquel primer estudio trabajaron el proyecto que muy pronto les concedió prestigio como arquitectos: el edificio de viviendas del número 26 de la calle Doña María Coronel. La promotora era Almedi, una sociedad del padre de Antonio Cruz, el recordado notario don Alfonso Cruz Auñón. El jefe de obras era Jaime Raynaud, actual viceconsejero de Fomento de la Junta de Andalucía. Esa casa ha quedado definida por los expertos como una de las últimas obras de artesanía del ladrillo. De hecho, en Sevilla se celebró un congreso de urbanismo y patrimonio a mitad de los años ochenta donde este proyecto resultó especialmente destacado, como recuerdan hoy varios de sus participantes. Se valoró el respeto a las líneas de fachada y al volumen previo, que era una casa decimonónica, la conservación de los huecos existentes y la incorporación del párking en el patio. Y cómo incorporaron el ladrillo visto cuando en Sevilla había miedo a cualquier innovación.

El arquitecto técnico que siempre trabaja con los Monchi es Manuel Delgado, persona muy querida en la ciudad y respetada en el ámbito de las cofradías. Fue hermano mayor de la Sagrada Mortaja en tiempos de Manuel Román como presidente del Consejo. Delgado era tenido ya entonces por un cofrade trabajador, comprometido y muy discreto. A nadie extrañaba nunca que los Monchi confiaran en un profesional con características personales muy parecidas a las de ambos.

Desde el principio destacan como arquitectos. ¿Por qué? Porque arriesgaron y apuntaron alto de inicio. Ahora tienen el estudio en la calle Santas Patronas, lo que les permite almorzar el menú que se sirve en los salones de la planta baja de la Taberna del Alabardero. Económico, de calidad y bien servido. No son de grandes homenajes en los restaurantes. Son austeros, como lo son sus obras si se analizan con detalle. La rehabilitación de la casa de la calle Doña María Coronel no incluyó concesiones a molduras, columnitas o antigüedades impostadas. Supuso toda una apuesta por la originalidad en tiempos en que lo fácil para los arquitectos era no comprometerse mucho para que el proyecto obtuviera el visto bueno de las autoridades. Si la mayoría se conformaba con el cinco, los Monchi quisieron competir por las notas más elevadas desde muy pronto. Ejercieron una suerte de ambición prudente que les permitía progresar sin crearse demasiados enemigos.

Sus compañeros de profesión creen que ambos son defensores de los patios como lugares habitables. Son definidos, además de cómo austeros, como arquitectos trabajadores, estudiosos y que velan por sus obras muchos años después de estar terminadas.

Son muy sevillanos, pero no responden al estereotipo del sevillanito. Son personas muy viajadas, sin dejar nunca de residir y de trabajar en el caso histórico de la ciudad que los ha visto nacer.

Lograron pronto prestigio en Madrid. No son conflictivos, nunca buscan la polémica ni les oirán declaraciones altisonantes. Han trabajado mucho para la Junta de Andalucía y para particulares, sin ser nunca considerados como arquitectos del régimen. Han sabido estar próximos al poder pero guardando la distancia de seguridad. Y con este proceder es normal que nunca hayan buscado la notoriedad.

La referencia a superar

Emergieron en un años en los que el rival a superar era el gran Rafael Manzano, catedrático, conservador del Real Alcázar y muchas cosas más en su dilatada trayectoria. Víctor Pérez Escolano, historiador y entonces concejal del Ayuntamiento de Sevilla, los puso como ejemplo de savia nueva para la profesión. Escolano es quien promociona a los Monchi, Vázquez Consuegra, González Cordón, Manuel Trillo... Cada uno de ellos después desarrolló su estilo. Los Monchi son así conocidos, por cierto, por el apodo familiar de Cruz que acaba siendo válido para los dos.

Pues estos Monchi prefirieron siempre el ejercicio libre de la profesión en España y en el extranjero antes que trabajarse una carrera en la Universidad. No tuvieron interés ni en hacer tesis doctorales ni en la obtención de cátedras. De hecho costó que Antonio Ortiz aceptara ser recibido como académico de la de Bellas Artes. Han rehuido siempre esas liturgias por las que los demás se pirran a veces demasiado.Nadie nunca ha sabido con precisión cuánto hace cada uno en una obra. Algunos profesionales del ramo aseguran con acidez que hay algún arquitecto consagrado que tiene en su estudio verdaderos “esclavos persas”, mientras Los Monchi presumen ya de una hija profesional.

Los Monchi levantan el Estadio de la Cartuja al mismo tiempo que González Cordón se encarga del nuevo estadio del Betis, una hermosa y curiosa coincidencia. Los Monchi siempre tuvieron una muy buena relación con González Cordón.

Adaptación de los edificios

De ellos es también la adaptación de los juzgados de la calle Almirante Apodaca como archivo y hemeroteca, la rehabilitación de la Diputación Provincial y el nuevo edificio de oficinas, y la biblioteca Infanta Elena. Cuentan que ambos tienen claro que las escuelas de Arquitectura deberían enseñar más a adaptar los edificios que ya existen que a construir nuevos inmuebles. Sobre todo porque los términos municipales tienden a estar colmatados. Hay que saber transformar cuarteles en edificios administrativos, viviendas en apartamentos o incluso zonas de un estadio estadios en comercios.

Cuando ambos viajaban continuamente a Madrid para supervisar las obras de construcción del Wanda Metropolitano eran los tiempos en que los informativos machacaban con las andanzas de La Manada en Pamplona. Les dolía cómo se reseñaba siempre que se trataba de un grupo de “sevillanos”. ¡Y qué poco se hablaba, en cambio, de los arquitectos sevillanos del estadio!.

La experiencia de la Cartuja

La construcción del estadio de la Cartuja fue toda una aventura. Días y días de trabajo de negociaciones con políticos y todo tipo de profesionales. Testigos de aquellas jornadas recuerdan a ambos como sevillanos discretos, “muy viajados” como se ha apuntado, pero con profundo amor a la ciudad, austeros y buenos profesionales. No son vistos como hombres de negocio, sino como dos bohemios, defensores de su obra y que no juegan con el dinero público. Nunca quisieron elevar el coste de la obra, de tal forma que estudiaron la forma de hacer el cerramiento del coliseo con la misma grada. Apostaron por un suelo de hormigón pulido coloreado, siempre una solución económica, cuando se habría podido aplicar un tratamiento más fino y costoso.

La anécdota de una obra faraónica fue que a los pocos días de la inauguración, Antonio Ortiz andaba preocupado por determinados detalles de los palcos que se elevaban por encima del graderío. No estaba satisfecho con el color del hormigón. Estudiaron diversas tonalidades a una semana de la apertura de las puertas al público. Se revelaron como verdaderos escultores de la Arquitectura. Cuidaron hasta las fotos oficiales del estadio. ¡Y estudiaron la forma de colocar los grandes videomarcadores de forma discreta! Al final siempre se quedan bastante convencidos de lo que han hecho. El problema fue cuando el entonces alcalde, Alejandro Rojas-Marcos, solicitó en el consejo de administración que se aplicara el color almagra en alguna zona del estadio por ser una tonalidad muy característica de la ciudad. Se le dejó claro que ese tono en un edificio tan colosal resulta excesivamente llamativo, por lo que sólo se aplicó en las esquinas y con una intensidad rebajada.

El día en que por fin fue inaugurado el estadio por el Rey Juan Carlos, los miembros de la sociedad obsequiaron al monarca una maqueta del coliseo. Cuando fueron a proceder a la entrega y a realizar la foro de familia, hubo que ir a buscar a los arquitectos porque se habían quedado en un lugar más discretos, libre de codazos y de las cámaras.

Acabada la obra, se quedan siempre atentos y preocupados como del hijo que se ha marchado de casa. Se ofrecen a posteriori al promotor por si necesita cambios o nuevas ideas. El antiguo convento de San Agustín sigue siendo para muchos amantes del patrimonio una “vergüenza” para la ciudad. Tiene un patio enorme y fantástico, una escalera y unos artesonados de enorme valor. De Los Monchi es la idea de hacer un hotel. La portada es de Hernán Ruiz, el arquitecto de la ampliación de la Giralda. Este proyecto demuestra que estos arquitectos también ejercen de promotores siempre que las circunstancias lo permitan.

Al final de su discurso de ingreso en la Academia de Bellas Artes, Antonio Cruz citó a Luis Caballero, cuando le preguntaron si el flamenco debía permanecer fiel a sus orígenes. Para dejar claro que estaba en contra tanto del rigor conservacionista como del cambio radical, dijo una frase que Cruz destacó: “Al cante lo lleva el tiempo de la mano”. Por eso, parafraseando al autor de la cita, el nuevo académico defendió con respecto a la Arquitectura: “A los edificios los lleva el tiempo de la mano”.

Cruz dijo que podía haber entrado en la Academia su compañero Ortiz. Tanto monta, monta tanto. Los dos visten de forma muy parecida. Esos tonos grises que gustan tanto a los arquitectos de hoy tanto para las prendas como para los edificios, esas camisas con cuello de Mao, esas bicicletas de ruedas grandes que los asemeja a Harold Joyce.

Los Monchi, dos usuarios de la bicicleta, el medio de transporte donde se llega a todas partes. Tal vez más tarde que en coche, pero siempre más rápido que a pie.