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Bordeando los límites

  • El Festival de Música Antigua de Sevilla explora los recursos experimentales y bizarros que han enriquecido el repertorio

El lema que sirve para titular la XXVIII edición del Festival de Música Antigua de Sevilla, Manierismos y extremos musicales, resulta ser un concepto ambiguo, que puede adaptarse bien a diferentes citas de la muestra, siempre que estemos dispuestos a cambiar el punto de vista desde el que las observemos.

Por norma, en música se ha entendido como manierista el repertorio italiano de transición entre el Renacimiento y el Barroco, en especial la producción madrigalística de compositores que adoptaron como marca de estilo la pintura musical, esto es, el uso de armonías y efectos sonoros variados que pretendían potenciar el sentido de los poemas a los que se ajustaban, aunque ello supusiera el recurso a disonancias y todo tipo de relaciones armónicas de carácter bizarro y experimental. Carlo Gesualdo y otros compositores de su tiempo, como los asociados a la refinada corte de Ferrara, hicieron abundante uso de estos recursos, lo que quedó demostrado de sobra en el concierto inaugural de la muestra.

A esa misma idea de extremo musical cabría asociar el recital que ofrecerá el conjunto sevillano Accademia del Piacere el sábado 19, un recorrido por piezas vocales relacionadas con el amor y el erotismo en el primer Seiscientos, en el que se plantea el mismo tipo de juego musical con los afectos. El programa, que titulado Le Lacrime di Eros dio forma al primer disco del conjunto hispalense, nunca había sido presentado tal cual en Sevilla, y en él la música vocal se completa con obras instrumentales de la misma época, que también pueden entenderse como una forma de extremismo musical, por su carácter de vanguardia, que aquí representa por un lado la profundización en los recursos ornamentales asociados a la disminución y por otro la eclosión del repertorio destinado al violín. El conjunto Delectare, creado hace pocos años por la soprano argentina Adriana Fernández y que cuenta como concertino con su compatriota Manfredo Kraemer, presentará este sábado obras de los primeros maestros violinistas del norte de Italia asociadas a cantatas y arias de la veneciana Barbara Strozzi, que asumen ya con naturalidad el estilo monódico, instalado de forma mayoritaria en las colecciones de música profana publicadas a partir de 1620.

También encontramos extremos en el recital que ofrecerá este domingo la Orquesta Barroca de Helsinki, aunque vistos desde otra perspectiva, en concreto la excentricidad de los centros de producción musical escogidos, en torno al mar Báltico. Se trata de un repertorio poco transitado, donde se juntan compositores nórdicos, polacos y alemanes, aunque la mayoría de ellos fuertemente influidos por la fuerza incontenible del arte italiano. En los límites del repertorio, pero esta vez desde el punto de vista cronológico, se sitúan también otros recitales. Si hoy día está bien asentada la práctica de la interpretación histórica en la música barroca y anterior, aún provocan algunos recelos los acercamientos historicistas al repertorio clásico (como el que afrontarán el miércoles 16 los Solistas de la Orquesta Barroca de Sevilla con las Sinfonías de Haydn en los arreglos camerísticos de Peter Salomon) y, sobre todo, al romántico, doblemente representado en el Festival: con el recital que, este domingo, la violonchelista Mercedes Ruiz y el fortepianista Alfonso Sebastián ofrecerán de música de Mendelssohn y Beethoven y con el concierto de clausura, que la OBS, dirigida por uno de los violinistas más prestigiosos de Europa, el italiano Giuliano Carmignola, hará con música de Schubert y, otra vez, Mendelssohn.

En los límites de la interpretación histórica se desenvuelve también por norma el conjunto Graindelavoix, que dirige el musicólogo Björn Schmelzer, aunque en este caso ese carácter extremista se refiere básicamente al criterio interpretativo. Cierto que la música de Ockeghem puede considerarse en buena medida a la vanguardia del repertorio polifónico que habría de convertir a Flandes en el centro vital del desarrollo de la polifonía clásica durante el siglo XVI, pero lo que convierte el concierto de Graindelavoix (jueves 17) en una experiencia extrema es la concepción que Schmelzer tiene de lo que debe ser la interpretación de esta música, lo que queda bien reflejado en esta frase incendiaria de sus notas al programa: "Liberar la música de Ockeghem (y la polifonía del siglo XV en general) de sus connotaciones pseudo-etéreas, su corrección pseudo-profesional y su tedio pseudo-histórico: éste es el desafío de nuestra ejecución". Para ello, Graindelavoix se acoge a formas de emisión y ornamentación heterodoxas, que fueron condenadas multitud de veces a lo largo de la historia por la corriente oficial vinculada a la Iglesia Católica. Técnicas de canto exuberantes y bizarras, incluso "bárbaras" para algunos tratadistas, que buscan la belleza de las irregularidades, la provocación y conmoción dionisíaca del oyente antes que su placentero abandono en el éxtasis apolíneo.

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