Clinton ya trabaja como secretaria de Estado con la intención de recuperar la relevancia perdida
El Departamento de Estado se dispone a recuperar su competencia sobre la política exterior de EEUU tras años de subordinación al Pentágono.
A Hillary Rodham Clinton todavía le quedan poco más de tres meses para alcanzar los resultados tangibles que se esperan de cualquier político estadounidense antes de la llegada de las primeras encuestas que valorarán los 100 primeros días de ejercicio, en un departamento severamente discriminado después de tres administraciones en las que ha terminado cediendo progresivamente las competencias de la política exterior estadounidense al Departamento de Defensa.
Clinton ha recogido el testigo de Condoleezza Rice, quien durante los últimos años ha ejercido en muchas ocasiones de portavoz de las decisiones adoptadas por los secretarios de Defensa Donald Rumsfeld y Robert Gates, bajo las directrices del vicepresidente Dick Cheney. Antes, Colin Powell había sido virtualmente eliminado del proceso decisorio a causa de sus reticencias sobre la línea de acción adoptada en Iraq y Afganistán.
Yendo un poco más atrás, el mismo Powell consiguió su puesto aupado por funcionarios de Exteriores indignados con la escasa relevancia de su departamento durante la década de los 90, bajo la dirección de Warren Christopher y Madeleine Albright. Clinton recoge el testigo de manos de Rice, de quien la senadora demócrata Barbara Boxer llegó a decir que su única misión "fue vender la guerra en Iraq" hasta tal punto que "sobrepasó su respeto por la verdad".
Clinton ha dejado claro desde el primer momento que su intención es reconstruir el prestigio de la diplomacia estadounidense abordando con precisión cada conflicto internacional a través de la acción de un enviado especial para cada zona.
Tres son los nombres a destacar: George Mitchell, que ejercerá de supervisor directo del proceso de paz en Oriente Próximo; Richard Holbrooke, representante para Afganistán y Pakistán, y Dennis Ross, pendiente de ver confirmada su designación como responsable de la negociación con Irán sobre el programa nuclear de la república islámica. Todos ellos de contrastada experiencia en el ámbito de la diplomacia internacional.
George John Mitchell (Maine, 1933) fue uno de los principales negociadores del Acuerdo del Viernes Santo. Fue precisamente su comisión la que certificó los principios de no-violencia bajo los cuales se desarrollaron las negociaciones que desembocaron en el acuerdo de paz de Belfast firmado en 1998 y que ponía fin a décadas de lucha sectaria en el Ulster.
Posteriormente, el ya retirado senador demócrata abordaría el conflicto israelo-palestino a través de la redacción del informe Mitchell, y que establecía una nueva estrategia para el conflicto en Oriente Próximo tras el fracaso de las negociaciones de Camp David entre Israel y la OLP a través de la vía de la negociación, el santo y seña de este veterano político que abre la puerta incluso a la posibilidad de que EEUU pudiera emprender negociaciones con el Movimiento de Resistencia Islámica (Hamas), recién salido de 23 días de conflicto armado con Israel.
Richard Holbrooke (Nueva York, 1941), por su parte, mantiene una estrecha relación de amistad con la nueva secretaria de Estado, forjado durante su etapa como embajador ante Naciones Unidas de EEUU bajo la Presidencia de Bill Clinton. Al recién designado enviado para Afganistán y Pakistán le respalda su labor en los acuerdos de Paz de Dayton, marco en el que se desenvolvieron las negociaciones para el fin del conflicto en Bosnia.
El problema al que se enfrenta Holbrooke no desmerece en complejidad al de su compañero. Frente a él se encuentra una situación que involucra no sólo a la insurgencia talibán afgana, sino a la relación siempre tensa entre India y Pakistán -incrementada más aún tras los atentados de Bombay-, y los continuos roces entre Washington e Islamabad, objeto de críticas de los oficiales estadounidenses que consideran insuficientes sus esfuerzos en la lucha contra el terrorismo.
Ross (San Francisco, 1948), el principal candidato para obtener el puesto de enviado especial en las negociaciones sobre el programa nuclear iraní, mantiene una postura absolutamente inflexible respecto a la república islámica. Ross podría complicar el trabajo de Clinton porque ha adoptado una línea muy dura contra Irán, alimentando los temores de Israel no sólo respecto al presidente Mahmud Ahmadineyad, sino en relación también al líder supremo iraní, el Gran Ayatolá Alí Jamenei.
Para que todos funcionen será extremadamente importante la labor de equipo, precisamente esa idea de cohesión que Clinton trasladó en su primera comparecencia ante los medios de comunicación el pasado jueves, tras pasar su primer día entero al frente del departamento. "Esto es un equipo", indicó. "No vamos a tolerar la clase de división que ha paralizado e impedido nuestra habilidad para resolver las cosas en Estados Unidos".
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