JOAQUÍN ACHÚCARRO | CRÍTICA

Pianismo más allá del piano

Joaquín Achúcarro en el Teatro de la Maestranza

Joaquín Achúcarro en el Teatro de la Maestranza / Guillermo Mendo

Comencemos en esta ocasión por el final. Porque en la tanda de propinas, tras un Claro de luna de Debussy poético pero sin espiritualidades adventicias; tras la Habanera de Ernesto Halffter llena de elegancia en el legato, vino el estudio para mano izquierda de Scriabin y allí fue el asombro. Porque me resulta imposible imaginar una manera más delicada de frasear con una sola mano, de conseguir juegos polifónicos sin aspavientos, de acariciar las teclas con todo el cariño posible hacia la música, de embarcar al oyente en un viaje hacia la Belleza y hacia la Evocación sin descomponer la figura, con movimientos sutiles, sin dejarse distraer por los cantos de sirenas del diluvio de toses y estornudos más propio de jayanes que de personas amantes de la Música.

Un momento que hubiera valido por todo un concierto si no fuera porque el concierto propiamente dicho lo ofrecía Joaquín Achúcarro. Que es como hablar no ya de un Gran Reserva, sino de un Grand Cru Classé, algo excepcional fuera de las categorías con las que se miden los demás vinos o, en este caso, pianistas. No es necesario detenerse en detalles en este caso, porque el arte de este bilbaino incombustible trasciende a las cuestiones más concretas para elevarse a la categoría de maestro absoluto. Con ser evidente el control técnico superlativo (maravillosa mano izquierda, sensacional técnica de pedal, pulsación exacta y limpia), Achúcarro consigue lo que pocos hacen, ocultar la fisicidad de la interpretación bajo el despliegue de intensidad expresiva mediante un fraseo que refleja todo el espectro anímico.

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