El fuego de sentirse vivo

Antonio Reyes y Rycardo Moreno | crítica

Antonio Reyes y Rycardo Moreno enaltecieron el arte flamenco el jueves, dando inicio al ciclo de Las Noches Icónicas del Colón

Antonio Reyes y Rycardo Moreno
Antonio Reyes y Rycardo Moreno / Icónica Sevilla Fest

Dio comienzo en la noche del jueves la segunda edición del ciclo de Las Noches Icónicas del Colón con una velada flamenca de muchos quilates, a cargo de Antonio Reyes al cante y Rycardo Moreno al toque. Este último fue quien lo inició todo cuando en la biblioteca del hotel sus dedos rasguearon las cuerdas de su guitarra en una introducción a la versión libre de La leyenda del tiempo que cantó Reyes, tanto más apartada de las bamberas con que la interpretaba Camarón como cercana a los tientos de Morente.

Con tientos siguió el maestro; con un cante de otro maestro que estuvo presente en muchos momentos de la noche, el gran Juanito Villar, a quien Reyes nos recordaría mucho si no fuese por el alabeo más acusado de su voz. Y todavía le imprimió a sus cantes más de su personalidad propia, metiéndose en la ortodoxia más jonda con el primitivismo de los jóvenes gitanos que se entregan al flamenco de manera radical, que como a él solo le noto a Pepe el Boleco, cantaores que nos hacen falta; emotivas sus letras, incluso excesivas se estaban volviendo cuando trajo de nuevo a Villar con pídele a Dios que me muera y lo encadenó con un cante del Sordera. Demasiada intensidad hubiese sido para nuestros sentidos, pero Reyes tuvo el gusto de rebajarla, para terminar metiendo por este palo unos alegres tangos de Granada que a todos nos sonaron a fiesta cuando recordamos como los cantaban Las Grecas.

El tirititrán de las alegrías siempre tira de nosotros hacia arriba: De repente estábamos en Cádiz, con los gitanitos del puerto de José Serrano, con los marisqueros que cantaban por caracoles los cantes tradicionales que aquí resaltaban la voz de Reyes y las falsetas de Moreno. Qué bonito lo hicieron y cómo nos cautivaron; con gran sabor, con mucho gusto, con la delicadeza de las almas limpias.

El cantaó se retiró y dejó a Rycardo Moreno solo con los dos palmeros y cambiando de guitarra. Cuando Moreno toca la guitarra va experimentando a la vez; nunca hace lo mismo, nunca sabe qué va a tocar hasta que empieza a hacerlo. Estuvo majestuoso y sobrado de facultades. Se permitió probar a doblar esta guitarra, a retrasar su sonido, pero apenas percibimos los efectos que le metió a su colosal toque a través de un pedal looper y otro de delay, porque los usó de una manera discretísima. Bullicioso al empezar, íntimo después; simple y complejo; sobrio y elegante; triste y alegre.

Volvió a cambiar de guitarra porque para acompañar al cantaó hay que sacarle al instrumento el sonido de los palos y el que venía ahora nos hizo revolvernos como si nos clavasen puñales en el pecho: Reyes lloró por seguiriyas, destiló la pena negra de los siete dolores que pasó mi Dios; el regusto de más de dos siglos saboreando sangre y tierra, desde El Nitri hasta Inés Bacán, por en medio el Terremoto, Camarón; sacó fuerzas de la boca del estómago para traerlos a todos. Estuvo monumental. Y eso que yo pensaba que Antonio Reyes no era seguiriyero.

Antonio Reyes
Antonio Reyes / Icónica Sevilla Fest

Con las soleares nos fuimos a Morón, a las fiestas que organizaba el investigador americano en la finca de El Espartero con Juan Talega, con Manolito de María; escuchar esa letra de este, cuando se murió mi mare, en la voz de Reyes, fue como entrar por las puertas del cielo. Y si allí el que tocaba era Diego del Gastor, su espíritu imbuyó a Rycardo Moreno y el tándem que formó con el maestro seguro que no tenía nada que envidiarle al que el del Gastor formaba con el Talega; así lo demostró, y así lo vivimos, en la soleá con la que cerró esta parte del recital.

Todavía nos quedó regusto a soleá, de todos modos, porque luego recordó a La Moreno en una de sus soleares por bulerías, no te he pedio ná, quiero que vengas a verme por tu propia voluntá; metió La Salvaora de Caracol por bulerías de Jerez y cantó de una manera que hasta el Niño de Arahal se rompería las manitas aplaudiéndole escuchando en su voz esa letra que él cantaba como nadie. Después de los cantes festeros de Antonio Mairena sobre Triana llegó el momento más poético, la letra más hermosa de todas las que Reyes cantó: Bella, eres bella entre las bellas, pero por dentro vacía; la que Alfonso de Gaspar escribió a mayor gloria de Juanito Villar, con quien Reyes siguió otro ratito más por bulerías antes de terminar, adornando con lolailos, esa novia morena que se llama Andalucía, con regusto a Pansequito, una de sus fuentes de inspiración. Bulerías frescas y radiantes pero impregnadas de nostalgia.

Dos fandangos muy cortitos pusieron el punto final. Del Niño de la Calzá y, como no, el otro de sus grandes referentes, Camarón. Antonio Reyes le había cantado al fuego de sentirse vivo y le acompañó en las brasas un guitarrista en permanente estado de inspiración, Rycardo Moreno. Y nuestros corazones ardieron con ellos en esa pira.

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