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Bromas aparte, Lambchop

Kurt Wagner, un músico en estado de gracia, en el Central.
Blas Fernández

21 de junio 2009 - 05:00

Pop-Rock en el Central. Lugar: Teatro Central. Fecha: viernes 19. Formación Lambchop: Kurt Wagner (guitarra y voz); Tony Crow (piano); Matthew Swanson (bajo); Ryan Norris (teclados y guitarra); Scott Martin (batería). Aforo: completo.

Dos días en lugar de los tres habituales, baile de nombres a última hora y hasta alguna eventualidad incomprensible (¿por que las entradas son en Sevilla más caras que en Granada o Málaga si de los teatros gestionados por la Consejería de Cultura es el hispalense el de mayor aforo?). Lo cierto es que todas estas cuestiones quedaron momentáneamente en el aire durante el concierto ofrecido el pasado viernes por Lambchop en la apertura de esta ajustada edición de Pop-Rock en el Central.

Si la discografía del cambiante proyecto tras el que oculta su nombre Kurt Wagner ha sido modélica, con varios títulos situados entre lo más destacado del rock independiente norteamericano de las dos últimas décadas, no es menos cierto que su directo ha sido sistemáticamente alabado como pulcro y efectivo. Y en esos dos pilares se sustenta este músico en estado de gracia: por un lado, un repertorio brillante que ha sabido discurrir sin aspavientos desde el alt-country al soft-pop redescubriendo, de paso, una imponente veta soul y un, quizás involuntario, parentesco en timbres y modos con el Cat Stevens de Tea For The Tillerman; por otro, la elección de unos instrumentistas magistrales capaces y sobrados para dar a sus canciones una corporeidad tan robusta como elegante.

Así, incluso en ese formato reducido de cinco componentes y aun pensando en echar de menos la ya relevada steel guitar de Paul Niehaus, cuando el maestro de orquesta da la orden y la maquinaria se pone en marcha uno no puede sino rendirse y entusiasmarse escuchando como los dedos de Tony Crow vuelan sobre piano -National Talk Like a Pirate Day... ¡Uf!-, comprobando la contundente sutileza con que Matt Swanson maneja las cuatro cuerdas, la pericia con que Ryan Norris construye arquitectónicas e invisibles capas de deelay o el partido que Scott Martin le saca a su (semi) batería. En resumen, hora y cinco de gloria y doble bis apoteósico, con el público, que agotó el papel, aplaudiendo en pie.

Antes actuó Damien Jurado, que convenció a buena parte del respetable, pero del que servidor no puede decirles mucho. El de Seattle requiere que uno entre en su juego, aunque en el caso de este cronista consiguiera que saliera, de la sala, a la quinta canción. Culpa mía, sin duda. Hasta Wagner, bromista todo el rato, lo alabó. Eso sí, sin comentar que él tampoco lo había visto: estaba justo en la mesa de al lado en la terraza del Central.

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