Café Zimmermann & Eva Zaïcik | Crítica

Vivaldi reina entre las mujeres

Café Zimmermann y Eva Zaïcik en el Espacio Turina

Café Zimmermann y Eva Zaïcik en el Espacio Turina / Luis Ollero

Estuvo casi toda su vida vinculado de un modo u otro al veneciano Ospedale della Pietà, una institución que recogía a niñas huérfanas y cuyas figlie di coro recibían una exquisita formación musical, que convirtió a muchas en grandes virtuosas, tanto del canto como de la interpretación instrumental. Para una de ellas con voz de alto escribió Vivaldi su Nisi Dominus RV 608 (posiblemente en 1717) y para otra voz de alto un Stabat Mater (RV 621), que había presentado unos años antes (1712) en la Semana Santa de Brescia. Las dos obras, pensadas para mujeres, pudieron escucharse en este concierto de Café Zimmermann en la majestuosa voz de la mezzo francesa Eva Zaïcik, cuyo regreso al Espacio Turina, después de su debut la temporada pasada con música de Haendel, no ha podido ser más agraciado.

El programa era originalmente ambicioso y atractivo, ya que se trataba de ofrecer la integral de los seis conciertos para violín Op.9 del veneciano (una de esas colecciones que el editor Estienne Roger de Ámsterdam publicó por su cuenta, sin avisar al compositor), dos de los cuales se intercalaban además en medio de las piezas vocales, un recurso que pudo resultar extraño a muchos, pero al que no faltaba lógica y que respetaba la atmósfera armónica y el sentido progresivo del propio programa. Finalmente se ofrecieron sólo cuatro conciertos completos (5, 4, 2 y 1, por este orden) y el Allegro inicial del nº3, lo que restó potencia a la propuesta. Cierto que el programa original era un poco largo, pero no sé si el ahorro de apenas un cuarto de hora valió la pena.

En cualquier caso, el recital se hizo grande por la presencia de Eva Zaïcik, que interpretó de forma maravillosa las dos piezas sacras de Vivaldi. La voz de la cantante francesa transitó por ellas con una plenitud gozosa, asumiendo sin apenas contratiempos articulatorios las muy instrumentales líneas vivaldianas, sobre todo en los pasajes de agilidad, y haciendo de los movimientos lentos pequeñas islas en las que uno bien podría quedarse a vivir. Todo parte de un material extraordinario, un timbre terso y a la vez brillante, de una soberbia homogeneidad, con un centro precioso, de resonancias plateadas, y unos graves rotundos, robustos, de ideal encarnadura, que empastaban de manera especial con el profundo bajo continuo del conjunto, se engrandecía a él íntimamente pegado.

Algunos problemas de equilibrio hubo con la parte de la cuerda, por un tutti demasiado magro (dos violines más habrían sido casi imprescindibles), que a menudo fue engullido por la sonoridad del violonchelo y el contrabajo juntos. Además Pablo Valetti tardó en encontrar su momento: en su primera intervención como solista (Op.6 nº5), el fraseo resultó titubeante, la línea no siempre limpia y el sonido turbio por frecuentes raspaduras y roces metálicos. Fue creciendo y resolviendo sus problemas en las partes solistas, aunque en los ritornelos a los violines les faltó fuerza, empuje, casi toda la noche. En los acompañamientos, entregados a la voz de Zaïcik, los resultados fueron más convincentes. De cualquier modo, en el “Gloria Patri” del Nisi Dominus el violín del argentino fue incapaz de restituir la mágica sonoridad de la viola d’amore prevista por Vivaldi para ese número, y ello pese al empleo de la sordina y a los pasajes en dobles cuerdas, que simulaban las cuerdas por simpatía del instrumento originalmente prescrito para ese momento evanescente, absolutamente transido del estro vivaldiano. Eso sí, Valetti se sacó la espina en la propina, el "Erbarme dich" de la Pasión según San Mateo de Bach, en el que su violín palpitó en la misma onda que la voz de Zaïcik, dando cuerpo y sustancia material al sufrimiento íntimo y espiritual de Pedro.

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