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Carmen | Crítica

Carmen, aún afectada, eleva su tono dramático

Después de los problemas y retrasos por el brote de covid durante la preparación de la obra, Carmen se estrenó el sábado en el Maestranza con el que estaba previsto como segundo reparto. El domingo debutó el primer reparto y los resultados mejoraron tanto dramática como musicalmente. Las escenas de conjunto  resultaron mucho más verosímiles (especialmente en un cuarto acto más equilibrado en todos los aspectos), acaso con la excepción de la pelea entre las cigarreras del primer acto, un momento imposible, sobre todo con el escenario tan vacío por las bajas en el coro (quizás habría sido ocasión de tirar de la figuración)

Es sin duda el coro el gran perjudicado por el brote epidémico y la falta de ensayos conjuntos. Los desequilibrios se siguieron produciendo (especialmente en las mujeres, reducidas casi a la mitad), pero su primer acto, tan comprometido, fue mucho más lucido y en el resto el grupo se creció. Lo hicieron también los niños de la Escolanía de Los Palacios, que tuvieron un primer día algo más que difícil.

Ketevan Kemoklidze fue una Carmen espléndida, en lo teatral como en lo vocal. El secreto del personaje no está en el registro (muy central: de hecho, lo han cantado y lo siguen cantando infinidad de sopranos con éxito) ni en los saltos o agilidades (casi inexistentes), sino en la expresión, en la intención de cada frase, y la georgiana supo encontrar la variedad y el sentido a cada palabra. Fue el final, muy bien resuelto dramáticamente, el momento de menor personalidad musical de su actuación, como si no terminase de hallar los acentos que requiere la vena trágica del personaje. Acaso la ayudó poco el acompañamiento no demasiado sutil, un poco de brocha gorda, con dinámicas poco contrastadas, de Anu Tali, que, como el sábado, se mostró más eficaz en los pasajes más camerísticos.

Muy lírico el Don José del tenor francés Sébastien Guèze. El timbre es muy claro y en los graves se diluye. Fue perdiendo fuelle a medida que el personaje le exige más peso. Le puso ardor y fogosidad, pero la emisión es muy trasera, el timbre, poco brillante y el caudal sonoro, escaso.

Simón Orfila tiene los graves de Escamillo, y su entrada en escena resultó poderosísima. Lució luego especialmente en el dúo con Don José, pues en el del último acto, cuando tuvo que apianar y mantener el canto en los labios, su voz perdió lustre.

Magnífica la Micaela de María José Moreno, cantante de una naturalidad desbordante, de voz tersa, elegante, clara, distinguida, de timbre bellísimo, con todo dicho a flor de labios, como si no le costara trabajo. El personaje ha tenido mucha suerte en esta producción.

Aún quedan cinco representaciones y es de esperar que si el coro incorpora algunas de las voces perdidas por la covid y se ajustan detalles, escénicos y orquestales, el espectáculo, que teatralmente funciona casi sin caídas de tensión, crecerá en intensidad y emociones. Que no son pocas las que lo recorren.

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