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DERBY MOTORETA'S BURRITO KACHIMBA | CRÍTICA

Flores desde el cielo

  • Primera de las dos noches triunfales de Derby Motoreta's Burrito Kachimba en el Teatro Lope de Vega, presentando su segundo disco, 'Hilo negro'

El Lope de Vega rendido a los pies de Dandy Piranha

El Lope de Vega rendido a los pies de Dandy Piranha / Ángel Bernabéu

Una magia fascinante se adueñó del Lope de Vega desde que el noise de las profundidades de La cueva se fundió con el zumbido inicial de La gitana, roto por el sonido grave de la batería y el galope de metal de toda la banda. Del hechizo de su abrupto final nos sacó Soni, que cambió su bajo habitual por un maravilloso Fender VI de seis cuerdas que tomó vida propia en sus manos introduciendo Turbocamello, del que luego disolvieron sus aires orientales las guitarras de Gringo, como de sitar, y la rockera de Bacca. Se unió Kiko Veneno en unas Alas del mar aún más emocionantes en vivo, resueltas de nuevo por Bacca de forma dura y brillante, antes de retirarse todos, excepto los dos que se quedaron sentados en sillas de enea en un rincón: Dandy Piranha, cantaó distorsionado en Somnium Igni, junto a Gringo, que sacaba falsetas de guitarra flamenca de su Fender Jazzmaster eléctrica. Un tramo en el que la banda pasó por el flamenco, la psicodelia y hasta el metal industrial. Derby Motoreta’s Burrito Kachimba no es que se rebelen contra el rock andaluz en que tantas veces les encierran, sino que existen aparte de él, haciendo música que suena como si viniera de las profundidades de la tierra, brotando en un magma que todo lo quema.

Desde el inicio se vio que iba a ser una gran noche, cuando todo el teatro a la vez respondió a la invitación de Dandy al dejar de cantar The New Gizz y ofrecer el micrófono al público desde el borde del escenario. A partir de ahí vinieron seguidas siete de las canciones de su disco nuevo, Hilo negro, tirándonos flores desde el cielo como dice la letra de Porselana teeth; aplastando el duende flamenco con la guitarra eléctrica en Caño cojo y haciendo que El Valle fuese inmenso.

Las palmas acompasadas de todo el público se impuso al drone de la segunda parte de Somnium que arrullaba el sueño de la bestia, y despertó para echarnos su Aliento de dragón. Ahí comenzó un asalto de cambios de ritmo, stacattos, solos delirantes de guitarra, batería, a través de 13 monos, Samrkanda, y los bises con las Nanas del Camarón, Grecas y las líneas de teclado dando impulso para El salto del gitano. Casi una hora y tres cuartos de música imponente, a la vez de hermosura tan exquisita como de potencia capaz de aplastar al heavy de más peso.

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