MARIA PADILLA | CRÍTICA

Un nuevo Donizetti sevillano

Un momento de la escena final de 'Maria Padilla'.

Un momento de la escena final de 'Maria Padilla'. / Federico Mantecón

Espero que no hayan de pasar otros ciento cincuenta y cinco años (los que median desde la última representación en Sevilla de esta ópera) para que se pueda ver íntegra y en escena esta Maria Padilla. Atractivos no le faltan, desde luego, con sus ambientaciones en el Alcázar hispalense y sus personajes, tan atados a la memoria imaginaria colectiva de esta ciudad tan mitómana. Que hayan tenido que ser la ASAO y el Espacio Turina quienes asuman esta iniciativa dice mucho de la desconexión de otros espacios escénicos de la ciudad con su patrimonio inmaterial y su falta de imaginación y ambición a la hora de programar.

Porque, además, la música es soberbia, a la altura de otros Donizettis más frecuentes en los escenarios. Con el asesoramiento experto de Pier Angelo Pellucchi, Francisco Soriano realizó un trabajo extenuante a la par que brillante desde el piano y desde la dirección musical, con momentos tan logrados como la introducción de la escena de la locura de Don Ruiz. Aplausos para su labor de concertación, sobre todo en los números de conjunto de fines de acto.

Tuvo a sus órdenes a un brillante grupo de cantantes, encabezado por una Giulia della Peruta de voz muy timbrada, cristalina, fraseo belcantista y acentos trágicos. Combinó la elegancia y la morbidez de su línea de canto con el destello de sus agudos en los momentos más pirotécnicos. Carmen Buendía fue el complemento perfecto, con voz muy redonda, con cuerpo, muy bien proyectada y soltura en la coloratura, de la que fue buena muestra el remate de su primera aria. Ambas firmaron un duetto espléndido, de bellos perfiles, en el segundo acto. Imponente fue el Pedro I de Ramiro Maturana, flexible en el legato como contundente en las escenas más dramáticas. Si noble y autoritario era su fraseo, no por ello fue menos delicado y sensible en la escena final en la que reconoce su vínculo matrimonial con María. Puramente belcantista el Ruiz de Manuel de Diego, quien si remató con un soberbio Si bemol su cabaletta, atacada con bravura, supo también prestar los acentos y el fraseo más delicados a su escena de locura. Rotundo e imponente Ricardo Llamas, todo un lujo para tan pequeña participación. El coro sonó con muy buen empaste. Somera pero eficaz regia de Garattini, que sacó partido del reducido espacio y los escasos elementos escénicos para insuflar vida teatral a esta recuperación histórica.

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