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Homenaje a Manolo Marín | Crítica

El maestro es la estrella

Los cinco bailaores en la coreografía 'Cinco toreros' que cerró el espectáculo. Imagen: Remedios Malvarez/Fundación Cajasol.

Los cinco bailaores en la coreografía 'Cinco toreros' que cerró el espectáculo. Imagen: Remedios Malvarez/Fundación Cajasol.

Se trata de cinco estrellas de lo jondo, cinco intérpretes que con su propia compañía podrían haber llenado, individualmente, el aforo del Teatro Cajasol. El motivo de esta reunión es darle un abrazo público a su maestro común y hacerlo con aquello que Manolo Marín les enseñó, el baile. Una prueba evidente de la gran calidad de Marín como maestro es, no sólo que de sus manos han salido estas y muchas otras figuras de la danza, también el hecho de que su trabajo haya sido siempre respetuoso con la materia prima. A diferencia de otros maestros y coreógrafos, Marín respetó escrupulosamente la personalidad de cada uno de sus alumnos. Y este espectáculo es una prueba evidente: Manuel Betanzos bailó los tangos con unos caderazos de vértigo. Marco Vargas puso la tierra, la solidez, la pose carismática y también la fantasía. El Junco fue la chispa, el ángel, la calidez que hace que el público empatice desde el minunto uno. El Lebri la sobriedad, el carácter, la naturalidad, la frescura. Y Rafael Campallo la elegancia, el mucho oficio, el carisma de sentirse y ser una gran estrella del flamenco, de saberse tocado con una varita mágica.

Al final el maestro se animó a dirigirnos unas palabras emocionadas. Y a darse una pataíta demostrando que a sus años sigue estando en una forma prodigiosa. Lo suyo debe de ser un pacto con el diablo.

La base de todo este edicifio fue el saber guitarrístico de Miguel Pérez que deriva de su enorme calidad técnica pero también de los cientos de noches de trabajo duro. Roberto Jaén pespunteo el compás con electricidad. Las voces corrieron a cargo de dos cantaores dulces, líricos, muy bregados en el exigente y difícil oficio de acompañar al baile, Jesús Corbacho y Matías López.

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