Johannes Skudlik | Crítica

Sacándole brillo al Grenzig

Johannes Skudlik saludando desde la tribuna del Grenzig de los Venerables.

Johannes Skudlik saludando desde la tribuna del Grenzig de los Venerables. / P.J.V.

Con su trompetería horizontal y su rica registración barroca, el órgano que Gerhard Grenzig construyó para los Venerables en 1991 es no sólo el mejor instrumento de sus características que hay en Sevilla, sino una máquina de pintar melodías y crear armonías con colores. El alemán Johannes Skudlik (Múnich, 1957) volvía al Festival que ya cerró el año pasado para mostrar que se le da muy bien eso de contrastarlos, de mezclarlos en paletas vívidas, de hacerlos brillar, especialmente cuanto más subidos de tono.

Dejó clara su elección arrancando con la famosa Batalla imperial de Kerll que algunos discípulos de Cabanilles atribuyeron a su maestro, y por eso tan popular también en España. El espectacular brillo de la pieza (con las trompetas rasgando el aire del templo) pareció conectarlo con una fulgurante Tocata de apertura del BWV 564 de Bach, bien controlado en el Adagio y rapidísimo y algo superficial en la Fuga. La melodía se impuso luego en el Preludio, fuga y variación de César Franck, con algunos desequilibrios de la línea (y las dinámicas) en el arranque pero muy elegante en la sección final de la obra. El Andante de Mozart para órgano mecánico, que ya incluyó en su recital del pasado año, resultó tierno, casi infantil. Fue el preludio de una interpretación fogosa, ardiente del Preludio y fuga sobre el nombre de Bach de Liszt, hecha desde el poderoso arranque con un virtuosismo deslumbrante y una explotación exhaustiva de todas las posibilidades tímbricas (brillantísimas, claro) del instrumento.

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