LAZARILLO | CRÍTICA

La amarga experiencia del pícaro

Libretista, compositor, directora y cantantes de 'Lazarillo'.

Libretista, compositor, directora y cantantes de 'Lazarillo'. / Federico Mantecón

De los más inmortales mitos literarios españoles Lázaro de Tormes era el único que no había servido hasta ahora como base para alguna ópera. Martín Llade ha realizado una buena síntesis del famoso libro, fundamentándose en el texto original y reescribiendo las transiciones en un lenguaje fiel al del libro. De su texto se colige que el libretista ha querido poner de manifiesto la profunda amargura que destila la vida de Lázaro en un mundo que es como el reverso de los fastos de la España Imperial. El final es especialmente hermoso en su tristeza. El texto, pues, funciona desde el punto de vista narrativo sin problemas ni caídas de tensión. Por su parte, David del Puerto plantea un tejido sonoro muy atado a la letra y con momentos que recuerdan al Falla del Retablo por su reinterpretación de la música renacentista. Está escrita de manera minuciosa, casi puntillista, con una fina escritura de encaje entre los instrumentos y una gama de colores muy acorde con las vicisitudes del pícaro, desde las alegres de las primeras escenas con el ciego a las más desesperanzadas del final. Lara Diloy supo subrayar todos estos matices con una dirección puntillosa, milimétrica y muy atenta a la fusión entre escena y música. Ello fue posible, por supuesto, gracias a un grupo de sólidos músicos perfectamente compenetrados.

El montaje, dentro de la sobriedad de medios, funciona gracias a un buen trabajo del movimiento escénico y a las buenas dotes actorales de los cantantes, con una Ruth González espléndida como actriz y como cantante, con esa voz cascabeleante y un fraseo que nos deja entrever al inocente personaje que es víctima de los prejuicios y las miserias de la sociedad que le rodea. Francisco Sánchez derrochó soltura escénica y vocal endiviable, acompañado de un Enrique Sánchez de voz contundente pero bien modulada y una Blanca Valido de voz profunda.

El balance sonoro quedó en parte emborronado por el uso de una amplificación que no era necesaria dadas las dimensiones de la sala. Al disponer dos micrófonos a pie del escenario, todas las pisadas y desplazamiento de atrezzo se amplificaban también, cuando no era un involuntario golpe a algún micrófono.

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