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SERGEI MALOV | CRÍTICA

Violines más allá del tiempo

Sergei Malov cara a cara con Bach.

Sergei Malov cara a cara con Bach. / Francisco Roldán

Mencionaba ayer en estás páginas el interés de Bach por la numerología. Pues bien: sumando el valor de las notas del primer compás de la Allemande que abre esta partita nos da la cantidad de 81, que equivale a ‘Maria Bárbara’, la prima y primera esposa de Bach; y las del segundo compás (158) ocultan el nombre del propio compositor. En la Chaconne, por añadidura, se puede detectar la emergencia de diversos corales referidos a la muerte, todo lo cual lleva a pensar que esta pieza, como toda la partita, está concebida como un homenaje póstumo de Bach a su esposa fallecida en 1720, poco después de que ella pasase a limpio las otras obras para violín solo.

Trescientos años después, Sergei Malov también ha querido indagar en los valores subyacentes de esta partitura que nunca nos acaba de asombrar por su densidad emocional. Malov hizo una demostración magistral de cómo hay que ir mucho más allá de lo escrito para encontrar la manera de sacarle toda su carga expresiva. Jugó con la métrica a su antojo, añadiendo o quitando peso a las notas según su importancia dentro de cada frase; estableció dinámicas cambiantes y hasta jugó con efectos de eco en los breves motivos repetidos de la Gigue, una pieza cuya digitación y cuya técnica de arco dejaron pasmados al auditorio. Y conmocionados quedamos todos ante la profundidad del discurso de su Chaconne.

Apasionantes fueron también las improvisaciones montadas a partir de células de la partita combinadas con diversos efectos grabados sobre la marcha y controlados por Malov mediante diversos pedales, en un diálogo atemporal.

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