Mano de santo para ganar el Nobel
ULISES | 100 AÑOS
Este miércoles se cumple el centenario del 'Ulises' de James Joyce. Algunos de los escritores que defendieron la novela del irlandés después recibirían el galardón de la Academia sueca
El 2 de febrero de 1922, James Joyce cumplía 40 años. Como regalo de cumpleaños, quiso ese día contar en París, donde residía, con sus primeros ejemplares del Ulises. En formato libro, porque algunos capítulos sueltos empezó a publicarlos en abril de 1918 y le valieron enfrentarse a un juicio por obscenidad que se inició en Nueva York el 14 de febrero de 1921. La confiscación de esos números de la revista implicó la quema de los ejemplares. Joyce bromeó con que iba a conocer "las llamas del Purgatorio".
Su biógrafo Richard Ellmann narra al detalle cómo vivió aquel cumpleaños. Una fiesta individual que el tiempo convirtió en una celebración de la literatura universal, ya que ahora celebramos el centenario de una novela que rompió los cánones. El maquinista del tren Dijon-París hizo entrega de dos ejemplares que un taxista llevó hasta la casa de Joyce. Uno lo puso Sylvia Beach, una de sus mecenas, en el escaparate de su librería. El otro, como un presente de cumpleaños, lo portaba Joyce en el restaurante Ferrari y en el café Weber.
1922 no fue un buen año para Joyce. A los problemas económicos, se le agotaba el contrato del piso en el que vivía de alquiler y no veía todavía las rentas de su novela, se le unían problemas de salud: su amigo Ezra Pound le puso en contacto con un célebre oftalmólogo de París porque estaba perdiendo la vista y le tuvieron que extraer un buen número de piezas dentarias. Las relaciones familiares no eran buenas. Nora Barnacle, su esposa, se negaba a leer el libro de su marido y, contra la opinión de Joyce, viajó con sus dos hijos, Giorgio y Luca, a Dublín, ciudad que vivía una época de turbulencias políticas. Su tía Josephine le había prohibido a sus hijas, las primas del escritor, que leyeran Ulises. En carta a su padre, Joyce le dice: "Hace cuatro meses que no veo el sol. Sin embargo, creo que existe porque está en la Biblia, libro que, como Ulises, ningún buen católico debería leer".
Irlanda tiene cuatro escritores con el Nobel de Literatura (Yeats en 1923, Bernard Shaw en 1925, Samuel Beckett en 1969 y Seamus Heaney en 1995) y ha ganado siete veces el Festival de Eurovisión. James Joyce, como Borges y Nabokov, son escritores que tienen en común que murieron y están enterrados en Suiza y nunca ganaron el Nobel. En 1922, el año que aparece el Ulises, Joyce recibió en París la visita de Desmond Fitzgerald, ministro del nuevo gobierno del Estado Libre Irlandés, quien le aseguró, según cuenta Ellmann, que "iba a proponer que Irlanda le nominara para el premio Nobel". El Nobel ese año fue para el español Jacinto Benavente. En 1904, el año en el que transcurre la acción del Ulises, el Nobel fue para José Echegaray. Leopold Bloom le daba suerte a las letras españolas.
El 18 de mayo de 1922 se produce el único encuentro entre Joyce y Marcel Proust, otro genio sin Nobel. Fue en una fiesta organizada en París en honor de los rusos Stravinsky y Diaguilev. El irlandés y el francés, el riñón y la magdalena, se fueron en el mismo taxi. La salida del Ulises fue un acontecimiento. Virginia Woolf le dedicó epítetos despectivos. Alguno dijo que era "una especie de Zola echado a perder".
La expectación fue creciendo en torno a una novela que nació como un cuento corto para Dublineses y fue creciendo a un solo día de mil páginas. Joyce no tuvo el Nobel. El año que muere, 1941, no se concedió por la Primera Guerra Mundial. Pero el irlandés tuvo mano de santo: numerosos escritores que se acercaron a su novela obtendrían el galardón de la Academia sueca. Su compatriota Yeats valoró la obra y recibe el Nobel en 1923; T.S. Eliot (Nobel en 1948) le dedicó encendidos elogios; André Gide (Nobel en 1947) acudió a pedirle un ejemplar; Ernest Hemingway (Nobel en 1954) le solicitó el libro por carta y después fue a visitarlo en París; Winston Churchill (Nobel en 1953) fue uno de los que respondió a las favorables críticas del libro realizadas por Valery Larbaud, su gran defensor en la corte parisina. Incluso el también irlandés Bernard Shaw, que rechazó el ofrecimiento del libro, "es un repugnante registro de una etapa desagradable de la civilización, pero un registro veraz", recibió el Nobel en 1948.
Joyce nunca tuvo el Nobel. Borges le dedicó un bello poema, Invocación a Joyce, "qué importa mi perdida generación, / ese vago espejo, / si tus libros la justifican", y valen para él las palabras de Cees Noteboom hacia el argentino. "Nunca consiguió el premio Nobel, y es una pena para el premio, pero se merece algo mejor. Alguien tendría que bautizar una estrella con su nombre".
En España la estrella Joyce tiene muchos lunáticos, gracias a la labor de quienes abrieron los ojos del cíclope, un extremeño de Valencia de Alcántara, José María Valverde, y un murciano de la Huerta (La Ñora), Francisco García Tortosa, gracias a quienes este centenario del Ulises es una fiesta española, gibraltareña.
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