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ALEJANDRO MARÍAS & JORDAN FUMADÓ | CRÍTICA

El Bach nuestro de cada día

Fumadó, Marías y Bach.

Fumadó, Marías y Bach. / Luis Ollero

Aunque las tres sonatas originales para viola da gamba de Johann Sebastian Bach no estén (dicen) entre sus más excelsas composiciones de cámara, nada que venga de su mano y pluma puede dejar de llamar nuestra atención. Sobre todo si escuchamos con atención y miramos con curiosidad musical a los intérpretes en directo. Porque en la combinación de vista y oido es donde nos asombrará la maestría del compositor de Eisenach a la hora de disponer el material sonoro entre los dos intstrumentos, los entrecruzamientos de las frases, los intercambios entre clave y viola a la hora de acompañarse el uno al otro, la absoluta autonomía de la parte clavecinística que, sin embargo, se ensambla asombrosamente con el discurso que nace de la viola en un tejido perfecto.

Claro que la interpretación de Marías y Fumadó hizo mucho para que se materializara ante nuestros sentidos el milagro bachiano, con unas versiones en las que el concepto crucial fue el de equilibrio. Si el sonido de la viola de Marías fue siempre sedoso, intimista, suave, ajeno a las estridencias y sonidos metálicos habituales en otros intérpretes, el correlato en el clave de Fumadó fue un ejemplo de claridad y de sintonía absoluta con su compañero. Seguir en las manos de ambos el discurrir de los temas y contratremas, la polifónia admirable, el encaje total entre mano izquierda, mano derecha y viola, fue todo un placer y una especie de epifanía. No hay nada rutinario en Bach, no señor. Y eso que Marías tardó en encontrar el sonido y la afinación justas, pero desde la sonata BWV 1028 todo emergió con claridad, equilibrio y belleza.

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