CUARTETO ISBILYA | CRÍTICA

Mozart como piedra de toque

Cuarteto Isbilya en Espacio Turina.

Cuarteto Isbilya en Espacio Turina. / Marina Casanova

La Sinfónica sevillana cede un espacio en su programación dominical de cámara a alumnos de Conservatorio Superior en una loable iniciativa que nos permite testar el nivel de nuestros próximos músicos profesionales egresados. La ocasión la aprovechó un joven cuarteto con piano que se presentó con un nada sencillo programa en los atriles.

Atacaron el primero de los cuartetos con piano de Mozart, con su tormentosa tonalidad de Sol menor (la de las sinfonías nº 25 y 40 o la del quinteto KV 516, por ejemplo), asociada a la tristeza y la tragedia, con tempo vivo, sin alargarse en los finales de las frases y con un piano de articulación clara y un fraseo muy moderado en el rubato. Hubo pasajes en este primer movimiento de afinación irregular en violín y viola, mientras que al violonchelo le faltó un poco más de presencia sonora. Tras un intenso final de este Allegro, las cuerdas abordaron con sonido ensoñador el Andante, para abordar un Rondó teñido de irregularidad en los tempos, con momentos lentos y otros más acelerados sin sentido expresivo.

Bastante mejor resultó su versión del segundo cuarteto con piano de Turina, con sonido más denso y expansivo en las cuerdas y un fraseo lleno de intensidad en el primer tiempo, en el que las cuerdas se recrearon en los juegos de colores y en los cambios de densidad en las texturas. Faltó más adelante flexibilidad en los cambios de ritmo sincopado, pero en la reaparición final del tema cíclico brilló la intensidad.

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