Nadie daba un duro por nosotros

Alfonso Crespo

02 de febrero 2012 - 05:00

Compañía Los Ulen. Dirección: Pepe Quero. Ayte. Dirección: Maite Sandoval. Escrita por: Maite Sandoval, Pepe Quero y Javier Berger. Escenografía: Antonio Estrada. Iluminación: José Helguera. Vestuario: Virginia Serna. Intérpretes: Javier Berger, Chema Álvarez, Rebeca Torres, Rafael Erosa, Paco Tous. Lugar: Teatro Lope de Vega. Fecha: Miércoles 1 de febrero. Aforo: Casi lleno.

UVI (Zona Cero) es un sainete cabreado y corrosivo que busca que el público ría sin desconectarse de la realidad. Su texto es, desgraciadamente, intemporal; y si bien ahora, que aprendemos palabras nuevas como "copago", la pertinencia de la obra resulta ni que pintada, sabemos de sobra que el esperpento no nació ayer.

En las palabras a modo de proemio con las que Pepe Quero presenta el último espectáculo de los Ulen, el dramaturgo lanza al aire el dilema: ¿Qué hacer cuando el cómico es invalidado por los creadores de realidad? ¿Dónde queda el payaso si su papel lo asume el político o el legislador? Es desde la derrota, desde una determinada indigencia satírica, desde donde la veterana compañía declina su particular UVI, aquí un espacio liminar -entre la vida y la muerte, la risa y el espanto- que deviene en tragicómica pasarela y cruel trituradora de titulares de periódico: el inmigrante sin papeles (y sin brazo), la mujer repetidamente apuñalada y el marqués pederasta lo moran, siempre a la espera de unas atenciones médicas minadas por los recortes. La escena, casi única, es esencialmente carnavalesca, y la risa que promueve el espectáculo deudora de tan popular y legendaria manera de encarar y encarnar el ocio; hay que volcar las jerarquías, convertir la noche en día, aunque el gesto, estético y ético, dure un rato.

Pero el carnaval, bien lo sabemos precisamente ahora, es también fiesta institucionalizada, y algo de los tics escénicos de esta práctica tienen quizás demasiada presencia en UVI (Zona Cero). Hablamos de una evidente arritmia y de esa indescriptible orfandad dramatúrgica que bien podría llamarse "el mal del cuarteto": el actor solo ante el peligro, desnudo ante el chiste no del todo logrado. A los Ulen, de todas maneras, les sobran tablas y admiradores. La gente fue con ganas de reírse y Rafael Erosa con pelucas suficientes para semejante envite.

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