TURANDOT | CRÍTICA
Misma historia, nuevas voces
Nocturama
Anoche tuvo lugar la tercera jornada de Nocturama, también en el Teatro Central, como la anterior, con una afluencia de público superior, aunque sin llegar al lleno ni originar molestas apreturas en las zonas de barra y DJ, donde Juano Azagra dio cumplida muestra de su buenísimo y ecléctico gusto musical. Llevábamos ya dos noches completas de festival sin que ninguno de los artistas participantes hubiese usado ni una sola vez una guitarra eléctrica. Aquí volvimos a verlas por fin; la primera de ellas en manos de Raúl Cantizano, al que acompañaba Hidden Forces Trío en el primero de los conciertos que se celebraron. Después fueron pasando por el escenario Alvinas, Ana Curra y SecoSecoSeco.
Cantizano y Hidden Forces editaron el pasado mes de mayo un disco que, según confesó el primero anoche con el modo ironía en ON, no habían sido capaces de aprendérselo, por lo que su concierto, por increíble que parezca, fue un diálogo de cincuenta minutos que los músicos entablaron con sus instrumentos, fiándose de sí mismos para tocar la siguiente nota sin saber del todo cuál debería ser. Existe una palabra para esa variante de la ciencia del comportamiento humano que tuvieron sobre el escenario Cantizano, con la guitarra más ardiente que le había escuchado hasta ahora; Marco Serrato con el bajo, Borja Díaz con la batería y Gustavo Domínguez alternando el saxo alto y el clarinete bajo; y esa palabra es improvisación. Tuvieron la habilidad de improvisar, de romper el patrón que habían creado en las interpretaciones del disco, creando de forma instantánea uno nuevo, sin un plano y sin un resultado conocido. En realidad, totalmente seguro de que eran movimientos sobre esas piezas del disco, solo lo estoy de dos de ellas: la tercera de las que interpretaron, porque reconocí como Marco asumía la parte vocal que Mike Watt tenía en We, who sold our soul for nothing, cuando se acercó al micrófono para comenzar a gritar He made a call and here we are keepers of the fire unknown… y por supuesto, después de una cuarta pieza relajada y paisajística, también la que le siguió, La charca, en la escuchamos a Xavier Castroviejo, que vino expresamente de Madrid para acompañar al cuarteto, tal como hace en la versión grabada.
Después de comenzar con un tema cortito de reminiscencias muy cercanas a John Zorn, Cantizano y los Hidden Forces se adentraron en un set incendiario y de mentalidad dura, llena de muchos efectos dramáticos y voces retorcidas; Marco todavía gritó sobre las bases de otras dos piezas, acompañándole Cantizano en una de ellas con improvisaciones guturales y lenguaje inexistente, pura cacofonía vocal. A veces la guitarra abrasadora estaba inmersa en pasajes como de metal pesado más que de jazz, del que solo oíamos algunas raíces, y estoy convencido de que incluso John McLauglin, Jack Bruce y Larry Young, que eran los músicos que formaban cuarteto junto a Tony Williams en la interpretación del Vuelta abajo, original de este último, hubiesen quedado impactados y sorprendidos por el tratamiento que le dieron los sevillanos a este tema, que fue con el que cerraron el concierto, improvisando sobre él un poco menos que sobre los anteriores; pero aún así, dándole otra vuelta de tuerca. Hacia abajo, por supuesto.
Alvinas hacían su presentación ante un público más amplio que el que encontraban en sus apariciones anteriores en pequeños locales y se notaba la expectación que habían generado; hasta estoy por decir que atrajeron más público anoche que Ana Curra, cabecera de cartel. Su concierto tuvo dos partes bien diferenciadas: una primera, con canciones directas que vienen desde el garage y el punk, demasiado deudoras a veces de Parálisis Permanente, como es el caso de Moscas fuera, con la que abrieron el concierto; y una segunda, con piezas basadas en el dub, la electrónica y la música de baile, que creo que es el camino por el que pueden llegar más lejos. Anoche les faltaba en la formación Jaime Sobrino, el bajista, que seguramente tendría compromisos con Vera Fauna, la banda en la que también milita, pero estuvieron todos los demás: Sebastián Orellana a la batería, Rey Fernández a la guitarra, Lorenzo Soria con su ordenador, cajas de ritmos, sintes, efectos y cacharrería electrónica variada, y la animosa Mercedes Almarcha cantando y emocionándose al dedicar el concierto a Sandra, Ruba, Sahar, Kety y Georgina, cinco chicas palestinas que compartieron con ella hace varios años este mismo escenario que pisaba hoy.
Las cuatro primeras canciones del concierto fueron las mismas y en el mismo orden que las cuatro primeras del disco que tienen disponible hasta ahora en las plataformas de escucha. Después de Moscas fuera llegaron Respira y Esperando. En la siguiente, Yoga, se les unió Rocío Huertas -que también colaboró en el disco- con una segunda guitarra, para mantenerse con ellos durante dos canciones más, Marić Mileva y Suicídate antes, las dos con textos de Mercedes y en una línea similar a las anteriores, impactantes y libertarias. La primera de ellas hace referencia a la primera esposa de Albert Einstein, una destacada matemática de la que se dice que es coautora de varias de las teorías atribuidas individualmente a su marido, con la que Alvinas quieren sacar de la oscuridad a tantas mujeres que permanecen en ella, con la merecida atención focal negada, y la segunda pone el punto de mira sobre esos desechos humanos que no limitándose a mantener a sus parejas en el ostracismo, hacen que cuando se genere atención sobre ellas sea porque las ha asesinado. Esta media docena de canciones fue la que compuso esa primera mitad a la que antes me referí, menos siniestra pero igual de insolente que la que nos recordaría más tarde Ana Curra revisitando El acto.
Para la segunda parte se olvidaron de las guitarras eléctricas; Rocío se retiró, pero es que Rey también soltó la suya, cambiada por instrumentos percusivos manuales. Los dos primeros temas, de hecho, no eran originales de Alvinas, sino recuperaciones de cuando Loren lanzaba artefactos de EBM, breaks y techno con el seudónimo de Bazofia, que fueron Daga coreana y Estoy en el keli, por eso la electrónica alimentó las líneas que ahora cantaba Loren en lugar de Mercedes, que recuperó el papel de vocalista principal con los versos nihilistas y surrealistas de Hans Arp, uno de los padres del dadaísmo, que ella misma había adaptado desde el poema Soy un caballo, también título de esta canción, con la que inventan un nuevo estilo al que Mercedes llamó techno-cultureta. El final llegó con la canción que todo el mundo esperaba, Veneno, que cierra también su disco pero que, inmersa en este otro tratamiento instrumental, se convirtió, eso espero, en una reafirmación de sus intenciones desde ahora.
No sería posible mantener un proyecto como el de Ana Curra en la actualidad si no fuese por el componente nostálgico que lo acompaña; por el recuerdo que todos tenemos de lo que una vez fuimos, o al menos quisimos ser, aunque no lo consiguiésemos: grandes transgresores. Muchos de ellos, ya muertos, como anoche mismo recordaba ella, citando nombres como el de Eduardo Benavente, El Ángel, Manuel Molina y el de Ricardo Pachón, con el que espero que se refiriese a Ricardito, recordado batería de Dogo y los Mercenarios, e hijo de Ricardo que, aunque algo pachucho, todavía vive y esperemos que siga así bastantes años más; muchos de ellos, digo, buscadores de lo que nos hace soñar, cambiar, ser más felices, que han formado la esencia, el espíritu, de lo que hoy es Ana Curra, sostienen con su recuerdo los sentimientos que nos provocan estas canciones que, si dependiesen solamente de la interpretación de Ana Curra no tendrían ninguna relevancia. Porque, además, en las que mejor estuvo fue en aquellas más desconocidas, de su discografía propia, como Aprendiz de bruja y Aphrodita la Monarca, que sacó adelante con un tono muy a lo Nina Hagen, en el que la estridencia no chirriaba como lo hizo en El Acto, la canción con la que comenzó el concierto tras la introducción con Lacrimosa, del Réquiem de Mozart. La mayoría de las demás canciones las gritó, más que cantó, en un tono muy similar, que uniformaba todas las partes vocales de himnos generacionales de los 80 como Adictos a la lujuria, Te gustará, Quiero ser santa, Tengo un pasajero o Nacidos para dominar, en la que la voz le temblaba de manera dolorosa. Las versiones en castellano que incluía El Acto, el disco cuyo homenaje sirve de excusa para estos conciertos, que eran el Héroes de Bowie y Quiero ser una perra de los Stooges, sonaron también con ese tono raso, aunque se salvaron porque en nuestras cabezas suenan de la misma forma en la que nosotros las escupimos, acompañando la voz de Ana Curra.
Los que sí brillaron a gran altura fueron los músicos de la banda que le respaldaba: Iñaki Rodríguez, espléndido a la guitarra, sobre todo en los riffs que desplegó en Ratas, una de las canciones de la época de Ana Curra con los Seres Vacíos; la bajista y el batería, Pilar Romano e Iván Rodriguez, formaron una contundente sección rítmica; demoledora fue su manera de apuntalar el rush final, enlazando Unidos, Autosuficiencia y Un día en Texas, antes de abandonar el escenario. Salimos contentos del concierto, no obstante, porque a las sombras que he desgranado en el texto las disipaba la luz de los potentes mensajes de inconformismo y rebelión de estas canciones, que todavía suenan tan ciertos hoy como lo eran cuando fueron escritas. La inmensa mayoría del público reunido anoche en la pista teníamos ya una edad suficiente -yo nací el mismo día que Sid Vicious- para haber sido profundamente afectados por la visión del mundo que tenía Parálisis Permanente y volvemos a la juventud reviviendo la irreverencia inherente a los conciertos de aquella banda que, eso sí, nos trajo Ana Curra con creces.
El ciclo se cerró con SecoSecoSeco y las guitarras eléctricas volvieron a desaparecer. Ahora teníamos ante nosotros a dos músicos: con sintetizadores Sergio Rejano, y en una batería analógica con recursos de percusión digital su hermano Daniel; Sergio además lanzaba en ocasiones su voz tratada electrónicamente, a través de unas piezas que se orientaban entre la Yellow Magic Orchestra menos ambiental y los Residents más irónicos. Una propuesta interesantísima la de estos portuenses, trayéndonos de nuevo la emoción que generaban los samplers y sintes cuando los sonidos que les extraían eran extraños y nuevos, y no ahora que son aparatos venerables y dignos de respeto. No tengo tan escuchado a SecoSecoSeco como para identificar bien las piezas que nos fueron ofreciendo a lo largo de los treinta y seis minutos que duró su set, pero recuerdo todavía la chispa eléctrica que me sacudió desde el cuello hacia abajo cuando el inicio de una de ellas me trajo a la mente al antiguo emulator que empleaban los Residents en la década de los 80.
Para esta especie de aftershow que era la actuación de SecoSecoSeco el recinto se había vaciado casi en su integridad, por lo que la mayoría del público se perdió un concierto de sonidos radicales, una destilación de los sonidos sintéticos en su forma más pura y concentrada. Añadieron intensidad a piezas que estremecían a un viejo amante de los sonidos del The Mole Show, como soy yo. Ciclos que fluían y se interseccionaban orgánicamente como corrientes cruzadas en el agua y florecían intermitentemente retroalimentándose de forma cálida y resonante. Texturas vitales y tonos ambientales de gran altura los construidos por Sergio; el latido, preciso y constante de Daniel, el maestro relojero que creaba el tiempo perfectamente medido con sus percusiones. SecoSecoSeco fueron impecables y convincentes, trascendiendo más allá de sus grabaciones originales y convirtiendo su escucha en una experiencia corta y dulce. Esta música que recrean se creó como el sonido del futuro hace muchas décadas, pero no ha perdido nada de su atractivo atemporal; en todo caso lo que hace es crecer cuando la pone al día gente con ideas innovadoras como este atractivo dúo, que merecía que su concierto lo hubiese disfrutado mucha más gente. Pero ya lo dijo el director de este Nocturama en la entrevista que nos concedió: Este año tenemos propuestas que en una sala seguramente solo reunirían a 15 o 20 personas. Las que quedamos aquí hasta el final éramos más, aunque tampoco muchas más. Tendremos que hacer examen de conciencia en estos meses y un acto de contrición que nos devuelva al disfrute de un festival que, después de celebrar su 20 aniversario en la próxima edición, quizás se piense si merece la pena seguir cumpliendo años.
También te puede interesar
TURANDOT | CRÍTICA
Misma historia, nuevas voces
Antonio Oyarzábal | Crítica
Diez universos femeninos
Salir al cine
Agenda SEFF: últimas jornadas
Ri Te en el Teatro Central
Un diálogo en clave de pantomima