Paco Ibañez | Crítica

Le queda la palabra

  • Paco Ibañez nos conmovió profundamente en su concierto del miércoles, segundo de los programados por el Festival Singular en el abarrotado Teatro Lope de Vega, despertando con su palabra y su interpretación de grandes poemas las emociones de todo el público, que se resistía a volver a casa después de dos horas y cuarto tocando la gloria.

Paco Ibáñez en su emocionante regreso al Lope de Vega.

Paco Ibáñez en su emocionante regreso al Lope de Vega. / Juan Carlos Muñoz

En los anuncios del Festival Singular nos decían que el concierto de la noche del miércoles de Paco Ibañez en el Teatro Lope de Vega era una celebración de los 50 años que hace de aquel otro mítico concierto en el Olympia de París y que iba a recrearlo aquí. Nada más lejos de la realidad, porque de aquellas canciones no ha rescatado en Sevilla ni la mitad. Pero eso que hemos salido ganando, porque en lugar de una recreación de algo ya archiconocido por sus seguidores hemos tenido otra cosa mucho más deliciosa: una suerte de reunión con un dulce abuelo cebolleta que nos ha contado alegrías y desgracias de tiempos ya remotos y de cómo muchas de ellas se están repitiendo; y lo ha hecho demostrando gran conocimiento de causa y ningún estilo panfletario a la hora de repartir halagos con bellas palabras ni a la de repartir hachazos verbales sobre quienes los merecen. Y así, entre recuerdos de su amigo Paquillo el andaluz, que se ligó a la más bella moza de Perpignan, o de su abuelo, al que Franco condecoró por haber combatido en las guerras carlistas, saltando de unas historias a otras que no tenían mucho que ver con la que nos contaba pero a la que su cabeza de 84 años le dirigían, fue desgranándonos casi un par de docenas de canciones de las que, incomprensiblemente a juzgar por las traiciones de su memoria, que hacía que no recordase en qué bolsillo se había metido la cejilla de la guitarra o estuviese un rato buscándose las gafas, no olvidó ni un solo verso.

Una luna de sangre reflejada sobre el suelo del escenario le recibió solo, con su guitarra, y tras un cariñoso saludo nos dijo que ya que estaba en Andalucía quería comenzar con el primer poema al que le puso música, que era de un insigne cordobés, Luis de Góngora. Y retumbaron en todos los rincones del teatro los lamentos de La más bella niña por su joven esposo muerto en la batalla. Tan buen poeta como el anterior y enconado enemigo suyo, Quevedo fue el autor del poema siguiente al que Paco Ibañez puso voz, Es amarga la verdad; esta sí del repertorio del Olympia, precisamente también la segunda de allí, y también tras comenzar con una de Góngora, aunque diferente a la de esta noche, y proseguir con una tercera del Arcipreste de Hita que tampoco fue la que eligió en este concierto, cambiándola por Aristóteles lo dijo.

Siguieron dos romances, el de Abenamar, con el público tímidamente cantando con Paco los finales de las estrofas a petición suya y el de El enamorado y la muerte, que dieron paso a un viaje por las cuatros esquinas de España y los cuatro idiomas que en ella se hablan: el español lo usaba profusamente, usó el gallego para cantar versos de García Teixeiro; el vasco para entonar Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, traducido del original en italiano de Cesare Pavese; y cuando le tocaba usar el catalán se perdió en reminiscencias de cómo descubrió a George Brassens a través del traductor al castellano de sus canciones, Pierre Pascal, y prefirió cambiar de idioma (al fin y al cabo son parecidos, dijo) y usar el provenzal para cantarnos los versos que en este último inspiró una joven poco propensa a compartir su amor con él. No sin antes emocionarnos con La mala reputación de su admirado Brassens.

Mario Mas salió al escenario con otra guitarra, de aires muy gaditanos en los solos que interpretó acompañando al maestro, y fue la hora de recordar a García Lorca. Si tú vienes a la romería, de entrada; para seguir con La canción del jinete, la primera de este poeta a la que Paco puso música, y Mi niña se fue a la mar, apoyado en la segunda voz de Mario. El final de la primera parte fue reivindicativo y nos mostró al Paco Ibañez partícipe de la lucha universal que rebasa fronteras con el Soldadito boliviano que Nicolás Guillén dedicase al Che Guevara.

Tras un pequeño descanso Paco volvió a salir solo y nos llenó de nostalgia con el Como tú de Leon Felipe, poeta con el que repitió haciendo Ya no hay locos, y fue entonces cuando se dio cuenta de que había olvidado antes una canción, la de las mujeres, algo imperdonable; así que volvió a llamar a Mario Más para que le ayudase a interpretar Escucha abandonada, el hermosísimo poema con el que José Agustín Goytisolo invita a las mujeres a cantar, a reír, a olvidar al hombre que hasta ayer le dolía, como una desventura. Todo esto le dio pie a divagar sobre cómo las mujeres van mucho más allá que los hombres en su desinhibición artística y como homenaje a todas ellas, las mujeres que nos alegran la vida con su arte, lleno de sentimientos hizo florecer el recuerdo de la argentina Alfonsina Storni poniendo voz a su poema Yo seré a tu lado.

Imprescindible Miguel Hernández y Andaluces de Jaén. Necesaria como el aire que respiramos Me lo decía mi abuelito, la alegre canción construida sobre versos de Goytisolo con la que Paco Ibañez nos recordó que tenemos que coger de nuevo las riendas de la educación y de la cultura. Y del mismo autor, con Palabras para Julia nos metió a todos el corazón en un puño.

Era la hora de terminar, pero quería enjugar las lágrimas que nos había hecho saltar y acabar en fiesta, por lo que invitó a subir al escenario a su amigo Alfonso de Miguel, reconocido intérprete de sevillanas, que nos recordó, acompañado a la guitarra por Mario Mas y por dos animosas chicas del público que subieron a bailar, Las dos orillas que compuso Rafael del Estad, que justo hacía seis años que nos abandonó. Tras eso nadie quería irse sin escuchar, sin cantar con él, A galopar; y los versos de Rafael Alberti nos insuflaron a todos los presentes nuevas ganas de luchar y de no aceptar la realidad que nos proponen precisamente en un día como éste del concierto. Las emociones son pura energía; aprovechémosla contra ellos, para empujarles… hasta enterrarlos en el mar.

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