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P de Partida | Crítica de Danza

Un cuarteto muy brillante

Los cuatro bailarines en el estreno de 'P de Partida' en el Teatro Lope de Vega.

Los cuatro bailarines en el estreno de 'P de Partida' en el Teatro Lope de Vega. / Óscar Romero

Hay gente que se pasa la vida preguntándose: ¿por qué a mí? o ¿por qué a mí no?; personas que se hunden con los reveses de la fortuna y personas que, como el Ave Fénix, resurgen una y otra vez de sus cenizas.

Pero si hay un colectivo que sepa lo que es que es volver a empezar con cada etapa, con cada proyecto… ese es el de los artistas de las artes escénicas, castigadas este año de una manera tan terrible como inesperada. Por ello, lo primero es agradecerles que hayan seguido trabajando a pesar de las dificultades, y a Raquel Madrid por por haber constituido el magnífico cuarteto que protagoniza P de Partida, el último trabajo realizado con su compañía Dos Proposiciones Danza Teatro.

El argumento principal de la pieza, la suerte y las distintas formas de afrontarla, aparece pues desde la óptica del artista, de cuatro artistas que descansan en el camerino de un viejo cabaret entre función y función y que cubren sus cabezas con pelucas y su piel con lentejuelas –obra de la siempre imaginativa Ro Sánchez– no solo para mostrar sus mejores caras sino para no dejar ni un resquicio por donde se pueda colar el desaliento.

El trabajo, absolutamente coral, nos ofrece, sobre todo, la oportunidad de ver a unos buenos bailarines, incluida la veterana y siempre estupenda Isabel Vázquez, cuyas apariciones sobre el escenario son ya muy escasas. Por otro lado, P de partida constituye un contenedor de buenos materiales cuya densidad –marca de la casa– en realidad podría haber dado origen a varios espectáculos.

Y es que ese continuo volver a empezar de las personas se aplica también a un trabajo que, para hablar con propiedad de sus potencialidades, toma demasiadas direcciones y pocas decisiones. Tal vez podría haber desarrollado el humor –por ejemplo, a partir de esa escena inicial de la lotería, en contraste con la hermosa imagen alada de Anna Paris–; o la parte trascendente y filosófica que Arturo Parrilla dejará en suspenso; o la parte cabaretera, con sus plumas y sus bonitas coreografías de conjunto, o la parte en que los cuatro perdedores aparecen directamente ante el público, para quedar atrapados entre los telones.

Sin embargo, ni la dramaturgia ni la dirección de escena dan unidad y claridad a la propuesta, podando lo gratuito. Y tampoco, dada la cantidad de materiales, han apostado por el caos hasta las últimas consecuencias. Por ello, al final nos quedamos con el trabajo de los cuatro intérpretes y con el brillo que, generosamente, nos han regalado en esta época de oscuridad.

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