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San Vito | Crítica de danza

El movimiento perpetuo y liberador de Juan Luis Matilla

El bailarín Juan Luis Matilla en una imagen de la pieza estrenada anoche en el Teatro Lope de Vega.

El bailarín Juan Luis Matilla en una imagen de la pieza estrenada anoche en el Teatro Lope de Vega. / Ana Cayuela

Con producción del propio teatro Lope de Vega, San Vito es el primer espectáculo de Teatro Anatómico, una compañía creada por la dramaturga y directora de escena Ana Sánchez Acevedo y el músico Pedro Rojas-Ogáyar.

La pieza es fruto de una larga investigación sobre esas epidemias de baile incontrolado que surgieron por Europa entre los siglos XIV y XVII. Y como quiera que el cuerpo y la danza constituían el objeto principal de las mismas, directora y músico decidieron acudir a uno de los bailarines más sobresalientes de esta ciudad, Juan Luis Matilla.

Conocíamos desde hace años su talento y su talla de estupendo bailarín, pero también su tendencia a la performance y a los experimentos con su compañía Mopa. Por ello, verlo bailar solo durante más de una hora, desde que entra por la chácena abierta del teatro, con los únicos votos de no sucumbir a la quietud y no perder la concentración, constituye uno de los mayores placeres del espectáculo.

Con tres músicos en escena, la música, estupenda, sostiene toda la pieza, acompañando o guiando al bailarín en un recorrido en el que no faltan guiños más o menos claros –como el Anda Jaleo- a distintos géneros y culturas.

Así, en un sugestivo escenario, habitado por siete haces de cuerdas tensas entre el peine y el suelo formando distintas diagonales, con una magnífica iluminación que ayudó en todo momento a construir los diferentes ambientes, el diálogo orgánico y dinámico entre la música y la danza fue enriquecedor desde los primeros temblores del cuerpo del bailarín.

En plena madurez, vestido únicamente con un pantalón de diseño oriental y el torso cubierto con una pátina metalizada, la búsqueda de movimientos de Matilla es realmente encomiable.

Algunos de estos movimientos se centran en el propio cuerpo, jugando con los centros de gravedad o con diferentes partes que toman la iniciativa –a veces una sola mano o un brazo- y tiran del resto. O jugando con las distintas velocidades y con las diferentes energías.

Otros trascienden lo introspectivo para lanzarse a lo social, llevándonos a distintos países y culturas: al folklore mediterráneo, con sus trenzados de pies y sus brazos en alto, a las tarantelas, a Turquía con los giróvagos, a Oriente con su misticismo -propiciado por el sonido del armonio- o a África, con la llamada telúrica de sus pies a los sones electrizantes de las percusiones.

Hasta el final, con una especie de rave secundada por una decena de figurantes, no hay ni una sola renuncia en este movimiento perpetuo y liberador, perfectamente orquestado por Ana Sánchez Acevedo con el apoyo de la coreógrafa Luz Arcas. Un hermoso trabajo, raramente equilibrado en todos sus elementos, que obtuvo una larga y merecida ovación.

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