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DERBI Sánchez Martínez, árbitro del Betis-Sevilla

Icónica Sevilla Fest | crítica

Azúcar y canela

  • Formando parte de su gira 'Inacustico DOC & More', Zucchero brindó un gran concierto en la Plaza de España, en otra de las agradables noches del ciclo Icónica Sevilla Fest.

Zucchero

Zucchero / Juan Delgado

He dado más de treinta conciertos en esta gira por varios países, pero en ninguno he cantado en un sitio tan bonito como este. Mucho debió impresionar la Plaza de España a Zucchero para decir esto después de haber cantado en el Coliseo romano o en la Piazza de San Marco veneciana. Apenas habló en las casi dos horas que estuvo sobre el escenario; estas palabras fueron las primeras que dijo, tras encadenar una decena de canciones, antes de presentar a los dos increíbles músicos que le acompañaban y retirarse unos minutos para dejarlos solos azucarando la subversión del You never can tell de Chuck Berry. Solo se dirigió al público que llenaba el recinto en otra ocasión, en la recta final, con una graciosa mezcla de italiano, inglés, español y el universal idioma de los gestos –come si dice stand up?- para que se levantasen de sus asientos y bailasen con él, que también dejó atrás su silla, la canción que todos esperaban: Baila morena. Fueron los momentos más festivos de la noche y los que más esperanza trajeron de que el fin de la pesadilla esté cerca; había que continuarlos y el trío lo hizo enlazando Diavolo in me, en la que los abrasadores acordes funkies que Kat Dyson sacó de su guitarra demostró por qué Prince quería tenerla tantas veces a su lado.

Todo había comenzado de forma muy dulce con Testa o croce; cara o cruz también para decidir si nos quedábamos con las atmósferas románticas que creaba la versátil voz de barítono que posee Zucchero o con el hechizo del solo de guitarra con que Dyson le dio la réplica. Después, en Il suono della domenica fue Doug Pettibone quien se lució dando elegancia a los sonidos hillbillies con su steel guitar. Se sucedieron canciones de todas las épocas, sin que primasen las del último disco que le da nombre a la gira; de él era la del inicio, también Soul mama, con la guitarra de Zucchero tan en primer plano como su voz; Spirito nel buio, con las bellísimas notas de la guitarra de doce cuerdas que ahora usaba Dyson y, sobre todo, Facile, ya con Zucchero a los teclados lanzando su voz en italiano mientras Dyson, en inglés, le seguía en un hermoso dúo partiéndonos el alma con su voz, infinita nostalgia de Janis Joplin, mientras daba caricias de seda ahora a una guitarra Fender.

Contrastando con la delicadeza que mostró en Diamante, el desgarro de Zucchero en Ci si arrende marcó otro de los grandes momentos del concierto; también lo fue la suave interpretación de Senza una donna y las dos versiones recreando las baladas ochenteras del Wonderful life de Black y Everybody’s got to learn sometime de The Korgis. Con Hey man, ya en los bises, Pettibone hizo empalidecer la guitarra de Clapton con que conocíamos la canción, de igual modo que la torre sur de la Plaza lo hizo con el Royal Abert Hall, donde Zucchero la interpretó para el mundo. Se quedó solo al final, sin más acompañamiento que el del teclado ante el que se sentó para, con la divina majestad de un dios, despedirse de forma hermosa y conmovedora haciendo vibrar todos los matices de You are so beatiful, la canción que Billy Preston compuso en los años 70 y dio a Joe Cocker su primer gran éxito. Solo quedó la medianoche para recoger en el aire nuestros suspiros dispersos mientras salíamos.

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