Alfredo Sanzol | Dramaturgo

"No me gusta ser esclavo de la actualidad, lo que planteo vale para cualquier tiempo"

  • Bien conocido en el Central, el autor madrileño regresa este fin de semana al teatro de la Cartuja para presentar 'La valentía', una comedia sobre la familia y el peso del pasado

Alfredo Sanzol (Madrid, 1972), durante una visita anterior al Teatro Central.

Alfredo Sanzol (Madrid, 1972), durante una visita anterior al Teatro Central. / Juan Carlos Vázquez

Como es habitual en la obra de Alfredo Sanzol, el origen de La valentía, obra que llega este viernes al Teatro Central, donde podrá verse también el sábado, se remonta a una experiencia real, el recuerdo, en este caso, de un edén perdido. "Mi familia tiene una casa en un pueblecito de Burgos donde íbamos siempre a pasar los veranos. En los 80 se construyó allí una autopista, la AP-1, que pasaba muy cerca de la casa, y se rompió aquel paraíso", recuerda este dramaturgo que en 2017 recibió el Premio Nacional de Literatura Dramática por La respiración, consagración oficial de lo que ya se sabía desde muchos años antes: que su teatro, divertido y hondo, con un prodigioso oído para el habla coloquial y lleno de fogonazos de emocionante poesía, es una de las cosas más personales y estimulantes que le ha pasado a la reciente escena española.

–¿Qué va a encontrar el espectador, esta vez, en La valentía?

–Tenía ganas de hacer un homenaje a aquella casa, un regalo, un agradecimiento, y también, de paso, vengarme de la autopista. Así que construí una historia en la que se plantea un conflicto entre dos hermanas: una quiere conservar la casa pese a todo, incluso ha decidido quedarse a vivir allí, y la otra sólo aspira a deshacerse de ella porque le parece que, en esas condiciones, es una tortura. De modo que para disuadir a su hermana contrata a una pareja de hermanos que son profesionales especializados en dar sustos para sacar a la gente de los sitios. Pero la otra, por su parte, para sacar dinerito, pone una de las habitaciones en Airbnb, y aparecen allí los primeros inquilinos, que, estos sí, resultan ser fantasmas de verdad: los antepasados de ambas, los que construyeron la casa, que, al ver que está en peligro, regresan para defenderla. Entre enredos, confusiones y sustos cómicos, lo que hay de trasfondo son historias entre hermanos, diferentes visiones de las relaciones entre hermanos, y también una pregunta: hasta qué punto tenemos que ser fieles a lo que heredamos del pasado.

–Valentía puede significar cosas muy diferentes según a quién se le pregunte...

–Justamente eso plantea la obra. ¿Quién es el valiente, el que defiende lo que hemos heredado del pasado o el quiere desprenderse de todo eso y proyectar un futuro diferente? Ese debate existe en la sociedad, ¿no? Hay personas que al defender el pasado se consideran valientes, y hay otros que se consideran de tal modo por defender todo lo contrario.

–Es una cuestión que está particularmente vigente ahora mismo en el debate público, podríamos poner muchos ejemplos...

–Sí, pero a mí no me gusta ser esclavo de los vaivenes de la actualidad. Las preguntas que planteo se refieren a este tiempo, al tiempo que vendrá y también al pasado. Es decir, este debate no es de ahora, ni referido a un asunto concreto. En todos los momentos históricos las sociedades han tenido que enfrentarse a esta pregunta.

–Aunque luego esos materiales cobren otro vuelo, ¿en qué medida afronta su teatro como una forma de autobiografía?

–En mis obras casi siempre hay un pie puesto en algún elemento autobiográfico, que por lo demás suele resultarme problemático. La escritura y poner en pie un espectáculo se convierten para mí en un medio, no de solucionar, ¡ojalá!, pero sí de hacerme consciente, de conocer mejor en qué consiste ese problema. Pero sé que tratar ese tema no me convierte en un narcisista porque al final, en cuanto hablo de un asunto que a mí me parece muy personal, encuentro el eco de muchísimas personas que comparten la misma experiencia. En mi dramaturgia es fundamental la conciencia de que los problemas que vivimos no son problemas privados, meramente íntimos, sino que el cien por cien de las veces son colectivos, sociales: políticos.

–¿Quedará en algún momento superado esa especie de estigma de la comedia como algo menor, con menos prestigio intelectual que el drama o no digamos ya la tragedia?

–Yo no lo veré, pero a lo mejor dentro de 200 años... Este desprestigio tiene sus raíces en los filósofos griegos, así que viene de antiguo, nada menos que miles de años. Aunque precisamente en la tradición literaria española el humor es importantísimo. Tenemos en la cúspide de nuestra cultura al Quijote, que es un libro humorístico, o a Lope de Vega en el teatro, gran escritor de comedias. O a Goya, cuyo reconocimiento internacional tiene mucho que ver con los grabados, muchos de los cuales son satíricos. O sea que sí, es verdad que existe esa especie de podio intelectual donde el humor parece que no tiene sitio, pero tampoco hay que ponerse trágicos.

–Ahora no se para de hablar de los así llamados "límites del humor", de la corrección política (o no)... ¿Qué opina usted?

–Es ciertamente un tema complejo. Yo creo que no deberíamos perder nunca de vista una de las grandes libertades civiles, que es la libertad de expresión, y ceñirnos a dos figuras jurídicas, que están ya en el Código Penal, como son la difamación y la injuria. Y ya. Con eso, por mí, todo en orden.

–Hace un lustro, cuando presentaba en Sevilla una obra (Aventura!), sobre la terrible ansiedad colectiva generada por la crisis, decía que le preocupaba no saber si tendríamos la inteligencia colectiva necesaria para gestionarla. Hoy tenemos más perspectiva, a lo mejor sabemos ya si tuvimos esa inteligencia...

–Bueno, lo que opino es que la banca ha robado a la sociedad. Digo yo. Que a lo mejor no ha pasado eso, pero a mí me lo parece.

–Pero le preguntaba más bien por la reacción de la gente a ese robo del que habla...

–Ya. Lo que pasa es que yo de esas cosas no quiero hablar porque se salen ya... Yo no soy ni quiero ser un generador de opinión. Vamos a hablar mejor de teatro.

–Claro, pero es que sus obras, y las demás, todo el teatro, como usted sabe, nacen en un contexto determinado y no pueden, aunque lo intenten, ser ajenas a su clima político, y las suyas de hecho no rehuyen eso nunca...

–No, si yo entiendo tu pregunta y que quieras hablar de temas más de actualidad, pero yo prefiero ceñirme a mi trabajo. ¿Sabes qué pasa? Que la actualidad nos bombardea, hay una especie de dictadura del titular, pero resulta que a mí, por ejemplo, me parece también muy preocupante la situación de la investigación científica en España, pero eso, ah, no sale nunca en los titulares. Y por eso yo no quiero hablar de esto.

–Acabemos pues con otra cuestión. ¿No ha tenido nunca la tentación de escribir narrativa?

–Yo escribo continuamente prosa, muchos relatos, sobre todo, y es verdad que no los publico, pero muchos de ellos son a veces generadores de historias más largas. He tenido la suerte de poder ir escribiendo teatro de manera continuada, por lo que centro todo mi esfuerzo en la escritura de esos textos; es también, al final, una cuestión de tiempo: sencillamente no me da para más. Eso sí, ahora estoy preparando la publicación de dos volúmenes de mi teatro, cada uno con cinco obras, aunque puede que al final incluya también Cuscús y churros y Carrusel Palace, que no se conocen apenas.

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