A Manuel Llanes, director artístico de los espacios escénicos de la Junta, le cuesta creer que antes de que termine el año "aparezca una producción que merezca antes que ésta el Premio Max al mejor espectáculo, al mejor texto y, como mínimo, a la mejor actriz protagonista". Alfredo Sanzol, dramaturgo y director que con obras como En la luna o La calma mágica "ha hecho que nos reconciliemos con la comedia; hay que tener mucha inteligencia para que la comedia no se convierta en comedieta", sigue afianzándose como uno de los nombres clave de la escena española actual con este montaje de La Abadía y Lazona que se verá en el Teatro Central hoy y mañana.

Asegura Sanzol que, cuando imparte talleres a nuevos escritores, les anima a que no tengan miedo de volcar en sus textos parte de su intimidad si se sienten impulsados a ello. Su nueva propuesta, de hecho, demuestra el poder sanador de la creación ante una crisis personal. Sanzol se había separado de su pareja cuando una frase de un colaborador suyo, el actor Pietro Olivera, le disparó la imaginación: Alfredo, tú lo que tienes que hacer ahora es respirar, le dijo el intérprete. Y ese consejo aparentemente simple hizo que el autor aparcara otros proyectos que preparaba y se embarcara en La respiración, la historia del regreso a la vida y a sus ilusiones de Nagore (Nuria Mencía), herida como Sanzol tras una ruptura, una mujer "con un estado de ansiedad importante" que pasa de la "respiración alterada" a una "acompasada". "Cuando partes de una experiencia personal te das cuenta de que esos sentimientos son universales", señala el dramaturgo sobre la "identificación" que el público de Madrid ha tenido con este espectáculo, que parte de vivencias propias de Sanzol pero es una obra "sin voluntad autobiográfica. Como dice Téchiné, a mí lo que me interesa es la ficción".

Ficción, y fantasía, hay mucha en esta "comedia romántica"singular, en la que la protagonista "no termina con una pareja, pero sí esperanzada. La respiración defiende otra forma de vivir el amor". Y lo hace a través de los personajes que rodean a Nagore, cuando ella se siente sola y llama a su madre (Gloria Muñoz). La compañía se extenderá con los amigos que trae ésta: un fisioterapeuta (Pau Durá), un profesor de yoga (Pietro Olivera), un entrenador personal (Martiño Rivas) y una joven licenciada en derecho (Camila Viyuela). Ellos, dedicados a cuidar el cuerpo de la mujer; ellas, a la justicia (Nagore y su madre se dedican a la abogacía y la judicatura).

Sanzol se pregunta "por qué depositamos en los demás la responsabilidad de nuestra felicidad", pero lo hace alejado del dramatismo, inventándose una atmósfera de amor libre en la que "todos están enamorados de Nagore. Eso hace que ella tenga una transformación y que llegue a un sitio que es un final, pero también un punto de partida".

En esa feliz colectividad que retrata Sanzol, el autor advierte una mirada "moderna, en el sentido de que no hablamos de la lucha entre géneros, sino de una relación en la que hombres y mujeres son compañeros. Apostamos por lo que nos queda por construir", resume el escritor, que vuelve a mezclar los planos entre realidad y fantasía. "Hay algo que me interesa mucho, y es que el sueño nos afecta tanto como la vida real. El teatro está en revivir lo que ya no existe, en imaginar lo que todavía no ha existido. Ese lugar de la memoria, de la fantasía, es el teatro", opina un autor sobrado de inventiva que, sin embargo, manifiesta como su mayor interés "sacralizar lo cotidiano, lo que pasa desapercibido". Un tono con el que los intérpretes estaban familiarizados: Sanzol escribió el texto apoyándose también en experiencias de los actores, haciéndoles partícipes de los avances. "Cuando le das una obra terminada a un actor, éste tiene que impregnarse del imaginario, pero ellos ya lo conocían. Eso ha dado vuelo al conjunto".