Un año con tristeza de fondo

Un año con tristeza de fondo

18 de marzo 2011 - 20:51

Jesús Arias

2010 pasará a la historia de los anuarios como el año en que perdió al último gran genio del flamenco, el cantaor granadino Enrique Morente, que se encontraba precisamente en uno de sus mejores momentos cuando, en una intervención rutinaria por un problema de esófago, caía repentinamente en coma y, sólo diez días más tarde, fallecía en una clínica de Madrid. Era el 13 de diciembre y el universo del cante jondo se quedaba inesperadamente huérfano, noqueado, en silencio. Morente se encontraba en pleno proceso de grabación de una película y un disco, El peluquero de Picasso, junto al director Emilio Ruiz Barrachina, cuando le sobrevino una muerte oscura e inoportuna. Ahora ya discos como Misa flamenca, Alegro soleá & Fantasía del cante jondo o el impresionante Omega, pura descarga eléctrica de flamenco y punk, quedarán como los grandes hitos morentianos. Y grandes hitos musicales. No fue la única pérdida que conmocionó a España. La muerte, en junio, de José Saramago, el escritor portugués enamorado de Lanzarote y Granada, fue otro golpe que muy pocos esperaban aunque en el círculo íntimo del autor habían visto cómo se apagaba la luz del autor de Ensayo sobre la ceguera. Se iba un Nobel bueno, sabio y sincero.

Como bueno, sabio y sincero fue Miguel Delibes, cuya vida se apagó un 12 de marzo. Delibes hacía varias años que había renunciado a escribir, pero su muerte fue la confirmación del fin de una época en la literatura española. Otra pérdida que dejó un profundo deje de soledad y vacío fue la del viejo actor Manuel Aleixandre, el entrañable abuelo de todo el mundo, siempre divertido y socarrón, siempre hermoso en cualquiera de aquellas películas en las que participaba como un secundario de lujo, artista siempre, querido por todos. Triste 2010 que vio la marcha de intelectuales y filósofos como José Vidal Beneyto, el periodista Luis Mariñas o el sarcástico y manipulador descubridor de los Sex Pistols y uno de los gérmenes del movimiento punk rock en los años setenta: el loco Malcolm McLaren, ejemplo de cómo sacar dinero de un imperdible y una chaqueta de cuero. Un ejemplo muy distinto al de Juan Antonio Samaranch, el gran patriarca olímpico español, el hombre que llevó al deporte a una de sus cotas más altas en este país y que falleció el 21 de abril. El actor Antonio Ozores, el locutor Jordi Estadella, el domador Ángel Cristo o el cantante de Black Sabbath Ronnie James Dio se apagaron para siempre, como el norteamericano Dennis Hopper, uno de los actores más rebeldes y díscolos de Hollywood, o la genial bailaora La Polaca, otra pérdida para el flamenco, como la de Fernando Terremoto. Y conmoción causó también el fallecimiento del ex director del Instituto Andaluz de la Fotografía, Manuel Falces, uno de los grandes creadores andaluces.

Otros personajes entrañables que habitan ya sólo en el recuerdo son el ex ciclista Laurent Fignon, el político español Félix Pons, el guionista y director de cine Tom Mankiewicz o la cantante de jazz Abbey Lincoln, sin olvidar a Joaquín Soler Serrano, aquel periodista que en los años setenta, con su programa televisivo A fondo, podía entrevistar a creadores de la talla de Salvador Dalí. Mucha impresión causó también la muerte de José Antonio Labordeta, el hombre que llevó a España en su mochila, que cantó a la libertad y que mandó (“¡¡a la mierda!!”) a todo aquel que no quisiera escuchar a la gente sencilla de la calle. Su muerte fue un golpe duro para la sociedad. Para los amantes de la música, la pérdida de Solomon Burke fue otro adiós al blues y al soul. Lo mismo que fue un triste adiós el de Marcelino Camacho, el histórico dirigente sindicalistas, que murió el 29 de octubre. El mundo del corazón, por su parte, sufrió el fallecimiento de Paco Marsó, productor teatral y ex marido de Concha Velasco. Y el de la comedia se quedó helado con la pérdida de Leslie Nielsen, el famoso y simpático actor de Agárralo como puedas. Con él se fueron también el productor Dino di Laurentiis y el director Blake Edwards. Pero fue Enrique Morente quien dejó el mayor vacío de todos: el único hombre capaz de revolucionar todos los cimientos del flamenco sin tener que alterar un solo cante clásico, el único capaz de poner mil voces distintas a una misma seguiriya o una misma soleá, el único capaz de remover el cielo y la tierra para conseguir lo que quería. 2010 no fue sólo un año para el llanto. También lo fue para la alegría en el mundo de la cultura, como el sonoro éxito de crítica y taquilla que obtuvo la película Celda 211, de Daniel Monzón, reconocida como la gran triunfadora de los premios Goya. En el plano internacional, el gran fenómeno del año, el filme Avatar, de James Cameron, no vio su éxito reflejado en los Oscars, que fueron a encubrar a su ex mujer, la directora Kathryn Bigelow, y su película En tierra hostil. Unos Oscars que, por cierto, tuvieron representación andaluza, el cortometraje de animación La dama y la muerte, de Javier Recio, producido por Kandor Moon, la sociedad creada por Antonio Banderas. No logró la estatuilla, pero el viaje mereció la pena. En literatura, Ana María Matute consiguió por fin el añorado Premio Cervantes, que tanto tiempo había perseguido. Una sorpresa, como la genial concesión del Nobel de Literatura al hispano-peruano Mario Vargas Llosa, quien consiguió emocionar al público asistente a la concesión del galardón con un hermoso discurso sobre la vida y la literatura y la literatura en la vida.

Y más premios: el Nadal, concedido a Clara Sánchez por el libro Lo que esconde tu nombre, el Planeta, que se llevó Eduardo Mendoza por Riña de gatos. Madrid, 1936. El mundo del rock vio la unión de dos generaciones en las colaboraciones que realizaron en directo Miguel Ríos, que eligió 2010 para despedirse de los escenarios, con José Ignacio Lapido, que publicó un nuevo disco, De sombras y sueños, mientras grupos como Los Planetas editaban Una ópera egipcia o Joaquín Sabina se embarcaba en una nueva gira de llenos absolutos... 2010 se fue y con él arrastró a personas, conflictos y creaciones. Pero también dejó su impronta en la historia y sus doce meses para el recuerdo. El tiempo, mientras tanto, continúa fluyendo.

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