Cultura

Siete toros burlan el sistema de seguridad de ‘Knight and Day’

  • El rodaje de la película de Cruise y Diaz, que debería de comenzar hoy, se suspende hasta que la productora Calle Cruzada dé garantías de una mayor seguridad a la ciudad

No era el más grande, ni parecía el más fiero. Pero cabeceó, embistió y derribó la barrera para dar libertad a seis de sus compañeros con los que trazaría una ruta por la ciudad salpicada de sorpresa y miedo. No sabemos su nombre. Bien podría llamarse Espartaco. Nombre de esclavo libertador y, curiosamente, de torero. Ni el más fiero, ni el más grande fue el astado que ayer burló el sistema de seguridad ideado para el ensayo general de la película Knight and Day. Un toro que provocó la espantá de media docena de astados más. Calle Barrié abajo.

No se cumplían aún las doce y cuarto de la mañana cuando un buen par de empujones del novillo manso fueron válidos para derrumbar los tablones (colocados apenas diez minutos antes del comienzo del ensayo) que cubrían la verja trasera de seguridad situada en la calle Novena.

Las esquinas con San Miguel y con Barrié delimitaban el corral donde aguardaban los diez ejemplares que protagonizarían el encierro de la escena final de la película de Tom Cruise y Cameron Diaz. Una escena que se rodaba hoy en Cádiz. Así es. Se rodaba. Y es que, a tenor del nefasto resultado de la prueba, el Ayuntamiento de la ciudad decidió “suspender la grabación” del filme, según sentenciaba el teniente de alcaldesa, Ignacio Romaní, durante una improvisada rueda de prensa en el Casino pasadas las cuatro de la tarde.

Minutos antes, José Luis Escolar, director de la productora Calle Cruzada, encargada de los trabajos en España de la cinta, atendía a los medios desde la barrera de la plaza de San Antonio para informar de los sucesos, de su intención de iniciar “cuanto antes” una “investigación”, detectar y reparar “los fallos, si los hubiera, del sistema de seguridad” para “continuar con el rodaje”. Una circunstancia que el Consistorio no contempla “hasta que no den explicaciones sobre lo ocurrido” y “presenten un nuevo plan de seguridad”, insistió Romaní.

Estas declaraciones vespertinas llegaron precedidas de una eterna, movida y, por lo visto, impredecible mañana de domingo, que se movió entre la tranquilidad, incluso el sopor, de las primeras horas, y el revuelo del mediodía.

Las diez de la mañana descubrían a un personal atareado que remataba con taladros, alambres y tornillos las vallas de seguridad, además de añadir alguna de última hora, como la que se levantó, rápidamente, en la calle San Miguel.

Una especie de bisbiseo delataba el ir y venir de la cámara que sobrevolaba la calle Ancha. Probaban el travelling. Sobre el practicable, un miembro del equipo de rodaje imitaba la misma senda montado en un quad.

Chavales de seguridad controlaban en cada puerta el paso de los vecinos. Algunas cabezas asomaban por los balcones. Algunos cuerpos embutidos en batas. “Que no entre ni salga nadie”, ordenaba la voz de mando distorsionada por los altavoces . Repitió una vez. Y otra vez. Y otra. Igual que las carreras del quad . Todo en orden.

Once y media. Los taladros continuaban taladrando. Y los alambres, amarrando. Los recortadores –especialistas para correr delante de los toros– toman la calle Ancha. Comienzan a calentar. Saltos, carreritas. Bromean entre ellos. Mientras, los astados ya están en el pequeño corral forrado de arena y serrín. Y también de los fragmentos de maceta que acababan de destrozar las reses. Parece que nadie se acordó de retirar las dos plantas que flanquean la puerta de la tienda Basic.

Doce y diez. Reunión de los recortadores en el centro de Ancha. La voz mecánica que sale de todas partes avisa: “Voy a decir uno, dos, tres y acción. En ese momento tenéis que estar preparados porque abrirán la verja y saldrán los toros”.

“Uno, dos...”. Como, justamente, en una película, todo ocurrió muy deprisa. El pastor que custodiaba la verja de Ancha azuzaba a las reses para que se acercaran. Dos efectivos de Protección Civil seguían la escena. Dos más de seguridad. En la valla trasera, la de Novena con Barrié, dos pastores animaban a los toros. Las reses avanzaron. Una quedó atrás. El toro intuyó una pequeña distancia entre la pared y la verja, salvada con un cadena y un pequeño candado. Cabeceó, embistió arramplando con tablones, cadena y candado. El toro escapó. El personal intentó que volviera al corral pero el animal se revolvió. El hueco dilataba. Se hacía más grande. Seis astados más se unieron a la burla.

Mientras, tranquilamente, tres morlacos reposaban en el corral, el resto de novillos se bebían la calle que viene a morir en Correos y Telégrafos. Plena Plaza. El personal de la productora salía disparado por unas vías y por otras, colapsando sus walkies con mensajes cruzados. “¡Van para el Mercado!”. “¡Dirección calle de la Rosa!”. “¿Hay heridos?”. “Pero, ¿qué coño ha ocurrido?”.

Recortadores, pastores y policías desaparecieron de la calle Ancha. A la caza y captura de la manada. La zona de seguridad se amplía. Los efectivos policiales y los chicos contratados para el control de paso de peatones y tráfico no ahorraron en aspavientos para alertar al público que se reunió para presenciar el rodaje. Curioso y desconocedor de los inquietantes acontecimientos que se sucedían a pocos metros.

“Venga hombre, ¿que se han escapado?”, se escuchaba a algún desconfiado en la plaza del Palillero. “Que sí quillo, que van por Barrié”, confirmaba otro con la risilla nerviosa y absurda que te planta porque sí el peligro. A los pocos segundos, se largaron. Por si acaso.

En la plaza de las Flores y el Mercado aún fue peor. Ellos sí que no se lo esperaban. “Por aquí, por mi lado han pasado ahora mismo”, relataba con gesto asombrado uno de los vendedores de Pecino. “Quilla, no te lo vas a creer, acabo de ver un toro por la Plaza”, decía por teléfono el novio a la novia desde el puesto de las aceitunas, también abierto en el mercado provisional durante la mañana de ayer. El regente de este establecimiento contaba la batallita a unos cuantos compradores. “Qué susto. Ya estamos nosotros recogíos”, informaba para medio Cádiz una señora.

Afortunadamente, para ella todo quedó ahí. No corrieron la misma suerte A. G. M., una señora de cuarenta y cinco años que tuvo un encontronazo en la calle de la Rosa con una de las reses, que le provocó heridas leves, y otra vecina gaditana que sufrió un ataque de ansiedad alimentado por el espectáculo. Ambas fueron atendidas en el Hospital Puerta del Mar y ambas fueron dadas de alta en el mismo día de ayer.

El inesperado y angustioso encierro de Cádiz proseguía por Libertad, Callejones y Rosa. Según el director de Calle Cruzada: “Los toros siempre estuvieron controlados por los pastores”. Según los testigos, más que controlados estuvieron “perseguidos”. “Iban tras ellos”. “Yo vi a los toros solos”. “Sí, había unas cuantas personas corriendo para alcanzarlos”. Palabras de gaditanos.

Ignacio Romaní no sabía, no contestaba. “Sólo puedo decir que la policía –dijo mirando con orgullo al superintendente del cuerpo Local, Antonio Rosón– ha ido acordonando las zonas y alertando a la gente”.

Los novillos mansos (pero bastante avispados) terminaron en el Campo de las Balas, el lugar que, según Escolar, formaba parte “del plan B” de seguridad que dijo poner en marcha en cuanto los toros se escaparon. Llegaran allí, bien, controlados, bien, por providencia divina, el amplio terraplén acabó convirtiéndose en la escena final de esta película de humor negro.

La policía situó varios coches de manera que impidieran el paso a la entrada del parking. Poco caso prestaron los animales que fueron enfilados hacia el mar. Lucha y más lucha durante dos horas. Recortadores y pastores realizaron una primera tentativa, fallida, para introducir a los novillos en el camión que, también, esperaba en el Campo de las Balas. Finalmente los vehículos policiales, los expertos corredores, y pastores lograron conducir a los animales al interior del transporte. Las tres reses que se quedaron en Novena alcanzaron por la tarde el mismo destino pero desde San Antonio.

Tras cerca de dos horas más de incertidumbre y a la espera de explicaciones, Ayuntamiento y productora, por separado, contactaron con los medios de comunicación. Ya el toro libertador, el espontáneo Espartaco, reposaba con sus compañeros en Jerez, ¿cogiendo fuerzas para la vuelta?

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