Una reunión de ausencia, intención y poca magia

Flamenco

La histórica cita jonda de La Puebla de Cazalla se alargó dejando un sabor agridulce con una noche de cante correcto pero sin grandes emociones

Manuel de la Tomasa, junto al guitarrista Antonio Carrión, en su debut en la Reunión de La Puebla.
Manuel de la Tomasa, junto al guitarrista Antonio Carrión, en su debut en la Reunión de La Puebla. / Antonio Moreno

Sevilla/Ni del reloj, que estaba a punto de marcar las 6:30 de la madrugada, ni del frío que había empezado hace rato a calar los huesos. El centro de la conversación de los aficionados que se despedían a la salida de la Hacienda de la Fuenlonguilla, el espectacular cortijo que acogía este sábado la LI edición de la Reunión de Cante Jondo de La Puebla de Cazalla, seguía siendo el flamenco. Ese arte arrebatador, y tantas veces ingrato, que cuando satisface descoloca, silencia y calma y cuando decepciona te ubica, lastima y empacha. Para, en ambos casos, obligarte a reiniciar y cuestionarlo todo de nuevo.

Es decir, el desencanto y hasta el cabreo por la promesa de una gran noche que no llegó a ser, forma parte de este rito y contribuye a alimentar y enriquecer la vivencia experiencial que este pueblo morisco mantiene y regala como pocos. Porque no decepciona nada que no genere expectativas, como tampoco duele lo que no se quiere y se siente de verdad.

En este sentido, la reunión llegó marcada por la ausencia del esperadísimo cantaor local Pepe el Boleco, que por problemas familiares ajenos a la organización tuvo que ser sustituido por Rubio de Pruna. Seguramente la visceralidad, la fuerza y el cante telúrico de este viejoven, que atrae las miradas de un público ávido de voces agitadoras, hubiera contribuido a romper la monotonía y el sabor agridulce de una noche correcta pero tediosa, poco inspiradora y sin grandes emociones.

La solemne petenera de Ana la Yiya y la seguiriya vehemente de Manuel de la Tomasa fue de lo más aplaudido de la noche

El caso es que salvo algunos momentos, como la solemne petenera de Ana la Yiya, que presentó parte de su último trabajo A fuerza de corazón, la seguiriya vehemente de Manuel de la Tomasa, uno de los más aplaudidos por su carisma y entrega; el baile elegante y plástico de Luisa Palicio, que paró el tiempo por guajiras; el genio arrebatador de Fuensanta La Moneta, y la ronda de tonás, que fue de lo mejor de la cita, la noche se alargó por los intervalos y por la duración de algunos recitales, como el del Rubio de Pruna o Rubito Hijo –con casi 10 minutos por bulerías– sin que la magia apareciera y consiguiera anclar al público en su asiento.

Así, pese a las buenas intenciones, sobre el escenario faltó variedad (en palos, estilos, generaciones y personalidades cantaoras) y arrojo, como el que echamos de menos en una Montse Cortés que frente al reto optó por la comodidad. Y debajo, en el patio de butacas, fue excesivo el continuo trajín de neveras y trasiego de gente a la que parecía importarle poco qué significa un encuentro como éste.

En cualquier caso, La Puebla ha sabido sobreponerse a la falta de su mentor, José Menese, e incluso hacer frente al aparente desinterés por este tipo de formato, con mil entradas vendidas a aficionados de todas las edades y procedencias, 200 más que el pasado año. Y además, aquí, en este rincón donde las señales de las rotondas dirigen al visitante al Cante Jondo y la ética y la estética que impusiera Francisco Moreno Galván en torno a este arte se cuela en las casas, en los bares –con el Central como epicentro– y en el espíritu de sus vecinos, se practica y se cultiva el inconformismo como requisito necesario para alcanzar lo sublime. Sabedores, aun así, que esto llega muy pocas veces, pero que merece la pena seguir intentándolo.

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