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Cultura

Un reducto del flamenco indómito

  • La Puebla de Cazalla celebra hoy una nueva Reunión de Cante Jondo con Carmen Linares, La Macanita y El Junco

Carmen Linares será uno de los grandes atractivos de la velada de esta noche en la localidad sevillana.

Carmen Linares será uno de los grandes atractivos de la velada de esta noche en la localidad sevillana. / miguel ángel salas

El gentilicio de sus habitantes, moriscos, ya nace fruto de una desobediencia, la que protagonizaron los Duques de Osuna al no acatar la orden de los Reyes Católicos de expulsar a los moriscos. Puede que sea casual pero este acto de sublevación refleja todavía la idiosincrasia de La Puebla de Cazalla, un municipio políticamente comprometido, defensor a ultranza de su tierra y garante, en lo cultural, de una estética y una ética que encuentra en la tradición el sostén para el futuro.

Todo lo que encarna su Reunión de Cante Jondo, inaugurada en 1967 y que llega hoy (a partir de las 23:00) a su cuadragésimo novena edición siendo un reducto del flamenco indómito. Aquel que pervive al margen de las modas y que mantiene el concepto entre lo popular y lo vanguardista que defendieron sus creadores, el pintor y poeta Francisco Moreno Galván y el cantaor José Menese, de cuya muerte se cumplirá un año a finales de este mes, el día 29, por lo que la presente edición estará dedicada a su memoria.

Tras una semana de actos previos con las actuaciones de María Terremoto, Pepe Torres o Pepe el Boleco, así como una intensa programación en torno a la figura de Menese, La Puebla de Cazalla se prepara para vivir hoy una noche mágica con un cartel de primeras figuras que tiene como protagonistas a Carmen Linares, Rafael de Utrera, La Macanita o Raúl Montesinos, al cante; Antonio Carrión, Salvador Gutiérrez, José Quevedo El Bolita, Manuel Valencia, Domi de Morón y Antonio Cáceres, a la guitarra; y al gaditano José Jaén El Junco, al baile.

Ésta será, por tanto, la primera reunión sin la voz doliente de Menese, el cantaor rebelde que en los años 70 revolucionó el flamenco "expresando en su cante la pequeña historia o la anécdota cotidiana de ese pueblo andaluz al que pertenece", como lo definía el periodista José María Velázquez-Gaztelu en la serie que le dedica en su programa Rito y geografía del cante. Por eso, es inevitable sentir la expectación ante lo que Miguel Ángel Rivero, concejal de Cultura del Ayuntamiento morisco, define como "una noche difícil", que marcará sin duda el devenir del evento.

"Es imposible no estar triste, son muchos años con él [Menese] en este mismo escenario y se va a notar mucho su ausencia", cuenta Antonio Carrión, amigo y guitarrista habitual del cantaor, que devuelve la llamada de este periódico entrada ya la mañana y confiesa que acaba de despertarse: "Anoche [por la noche del miércoles] estuve acompañando a Perico el Pañero [con quien actuó] hasta la hora que tenía el tren de vuelta...". Lo cual viene a ilustrar el ambiente cercano y auténtico que se vive estos días en el municipio sevillano. "De ahí lo de reunión, y no festival", dice el guitarrista, que adelanta que dedicará su toque al maestro, a su amigo José Menese, "un cantaor anárquico que hacía lo que le salía del corazón".

En cuanto a la escenografía, frente a otros festivales estivales, esta cita sigue fiel a la sobriedad y austeridad de sus inicios hace casi medio siglo. "En nuestro caso, la no renovación del formato, que podría haber significado un atraso, es lo que se ha convertido hoy precisamente en el principal reclamo, porque propicia una mayor cercanía entre el artista y el público", apunta Rivero.

Por eso, no es de extrañar que acudan los aficionados más cabales y aquellos turistas -como los alemanes, japoneses y estadounidenses del Curso Internacional de Flamenco que se imparte en al localidad- ansiosos de "empaparse del ambiente" que se respira, literalmente, a través de los aromas de la sierra que desprende el romero, el tomillo y la mejorana que se esparcen sobre el patio de la Hacienda La Fuenlonguilla, el cortijo del siglo XIX que acoge el evento.

Hasta ese lugar los vecinos tienen la costumbre de llevar sus neveras cargadas pero, al contrario de lo que pueda parecer, "el respeto es increíble y el silencio es sepulcral", resalta Carrión. "La Puebla es como la catedral del cante. La gente viene a escuchar de verdad, no a pasar el rato como en otros sitios", añade. "Sólo hay que esperar al cierre por tonás en la que se apagan las luces y sólo se encienden los farolillos, la atmósfera es litúrgica", abunda el edil de Cultura.

Respeto, en fin, por un credo que, como el flamenco, se proyecta sobre el blanco y sus sombras. Y que desde estas tierras sigue queriéndose gritar las consignas sociales cantadas por el hijo de un zapatero que abrió la puerta del mítico Olympia de París al flamenco.

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