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La capilla de Antonio Sosa

  • El Salón de Arte Crisol acerca sólo este fin de semana una de las cimas de la carrera del pintor, una serie en óleo sobre papel inspirada por el barroco extremo de la iglesia de San José

La capilla de Antonio Sosa

La capilla de Antonio Sosa

Antonio Sosa (Coria del Río, Sevilla, 1952) se quedó fascinado hace un lustro al visitar por primera vez la capilla de San José, que hace 300 años levantó el gremio de los carpinteros de Sevilla en la céntrica calle Jovellanos. Con su apabullante esplendor propio del barroco tardío y su estructura, esta pequeña iglesia de planta rectangular desencadenó una catarata de imágenes en la mente de Sosa, que estaba completando por entonces una serie de estampaciones muy complicada que lo había llevado a un cierto callejón sin salida.

Rápidamente empezó a interpretar, con sus particulares códigos estéticos y su maestría compositiva, las celosías y relieves de la capilla de San José, el retablo y los ángeles que revolotean por él. Ese fogonazo creativo ha desembocado en una serie pictórica sobre papel cuyos motivos finales tienen ínfima o nula relación con los de la iglesia, incendiada durante las revueltas por la proclamación de la República y cuya recuperación promueve la asociación en defensa del patrimonio Areca San José.

Sosa, uno de los artistas sevillanos más importantes y también más personales e insobornables, considera que la obra de mayor formato de esta nueva serie, Cueva 4, constituye una cima en su carrera por cuanto es un derroche de libertad formal, desmesura iconográfica y elaboración ornamental donde ha puesto toda su sabiduría -y hasta su alma- como pintor, dibujante y escultor. Del amplio conjunto de piezas inspiradas por la capilla ha seleccionado cuatro para la muestra exprés Canto de espejos que ofrece desde ayer y hasta mañana domingo Salón de Arte Crisol, un espacio dedicado a la difusión y a la enseñanza del arte en el barrio de Los Remedios. "Me gustó esta galería porque es un proyecto alternativo y desenfadado. Creo profundamente en mi obra y no me importa el estatus del lugar donde se exhiba. A veces consideramos las obras mejores o peores según el poder de la galería o museo que las acoge, y espacios considerados vanguardistas ofrecen obras muy malas. Como considero que estoy fuera de los circuitos, no me preocupa coger mis pinturas a los 65 años y mostrarlas aquí porque creo que esto es de lo mejor que he hecho nunca", asegura.

En Cueva 4, al retrato de un hombre que nos recuerda a la faz de Cristo impresa en el paño de la Verónica lo rodean mitos grecolatinos, dioses mayas y personajes del cómic y el cine de animación, atrapados en una malla que los envuelve, sostiene y reúne. Esta obra de gran formato destaca junto a dos trabajos más pequeños poblados, según el pintor, por "marismeños penitentes": sombras humanas fruto de una imaginación visionaria que, por momentos parecen aborígenes o marcianos. De estos motivos, a los que aplica su talento cromático, parte Antonio Sosa para crear su particular capilla, a la manera de Rothko.

"Esta serie inédita es la continuación de una línea de trabajo que ya se intuía en mi última exposición en la Casa de la Provincia. Aquí he querido traspasar las fronteras del barroco. El retablo de la capilla de San José me sugirió inmediatamente la idea de una cueva, de un útero. Siento que el barroco es, de algún modo, como una tupida red que nos protege pero que también nos impide ver lo que hay más allá. Mi afán ha sido liberar y dar salida a muchos animales, personajes, mitos y obsesiones personales que quedaban ocultos por la tela metálica", explica Sosa, cuyo sincretismo iconográfico ya lo llevó a combinar en trabajos anteriores la silueta del Gran Poder con dibujos de Pixar. "Quiero donar uno de los dibujos preparatorios a la capilla para contribuir a su restauración porque todo esto salió de ahí", avisa.

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