Manuel Chaves Nogales. Los años perdidos | Crítica

Periodismo de combate

  • La apasionante investigación de Yolanda Morató sobre los años londinenses de Manuel Chaves Nogales aporta datos fundamentales que permiten reevaluar su trayectoria en el exilio

Manuel Chaves Nogales en Londres, hacia 1942.

Manuel Chaves Nogales en Londres, hacia 1942.

La enorme relevancia que la figura y la obra de Manuel Chaves Nogales han adquirido en las últimas décadas se debe a la recuperación de los libros en los que reunió sus colaboraciones en la prensa, de calidad y vigencia extraordinarias, y en menor medida a los artículos y crónicas que no fueron recogidos en volúmenes pero han ido emergiendo de las hemerotecas desde los noventa hasta hoy mismo. De los años del exilio londinense, en particular, es decir del periodo comprendido entre 1940 y 1944, apenas se conocía una veintena, una cifra ínfima si tenemos en cuenta el ritmo habitual de producción de Chaves y su constante activismo hasta el final de su vida. De la mano de Yolanda Morató, que ya realizó una importante contribución a la Obra completa del autor en la edición de Asteroide, como traductora única de los artículos –del tiempo de la Guerra Civil y la inmediata posguerra española– que se han conservado a través de las versiones inglesas o francesas, y conoce además en profundidad la cultura británica del modernismo y las dos guerras mundiales, llega un esperado volumen que arroja luz sobre la etapa última del cronista y relaciona centenares de textos hasta ahora desconocidos.

Como otros refugiados, Chaves se pone al servicio del Ministerio de Información del Gobierno británico

Fruto de una pesquisa detenida, narrada en términos impecables, Los años perdidos es un libro excelente, lleno de nuevos datos que amplían, desmienten o matizan las aportaciones de las dos ediciones de la biografía de María Isabel Cintas –o el más reciente trabajo de Francisco Cánovas– y permiten reevaluar la etapa inglesa de Chaves desde una perspectiva distinta, más completa y ajustada a los hechos. Dejando al margen las especulaciones, la investigación de Morató sigue los pasos del cronista desde que abandona París, en las mismas vísperas de la Ocupación, y las correcciones al relato más difundido empiezan desde el principio, en relación con la huida de Francia que Chaves y la "gente de la embajada" hicieron en dos barcos desde Burdeos a Gales. Ya desde los años del primer exilio, cuando trabajaba para las agencias Cooperation y Havas, e incluso antes, con motivo de su corresponsalía en la capital francesa, Chaves había trabado contacto con las autoridades del país vecino, pero será en Londres donde se ponga directamente al servicio del Ministerio de Información del Gobierno británico, como tantos otros periodistas e intelectuales que habían llegado al país como refugiados.

La "pretendida objetividad" de las agencias era desmentida por el control omnímodo del poder político

El uso de fuentes de primera mano y la familiaridad de la investigadora con la época le permiten trazar, partiendo de datos contrastados en los archivos británicos o latinoamericanos y de testimonios sometidos a un riguroso procedimiento de verificación, un exhaustivo relato que introduce a decenas de personajes, algunos conocidos, como Imre Revesz (Rosenbaum)-Emery Reves, de quien se aportan precisiones muy relevantes, y otros apenas citados entre nosotros, que dan la medida del complejo universo de relaciones, estrechamente vigiladas por los servicios de inteligencia, al que se sumó Chaves tras la caída de Francia. Morató analiza a fondo su actividad, incluida la participación en la BBC, da cuenta de las redes de informantes, espías y agentes dobles, y recrea con escrupulosa minuciosidad la maraña de agencias –en realidad reducibles a dos: Havas, luego AFI, y Reuters, de la que dependía Atlantic Pacific Press– y sus distintas ramificaciones, que operaban como una especie de "consorcio" cuya "pretendida objetividad" era desmentida por el control omnímodo del poder político. También aborda la estrategia de la propaganda gubernamental y el contexto, absolutamente condicionado por las directrices de las autoridades, en el que se desarrolló su labor por esos años, orientada a presentar la información del modo más favorable a los intereses británicos.

Morató documenta los hechos sin concesiones a la retórica, dejando que estos hablen por sí solos

El recorrido de Morató se vuelca en documentar los hechos sin concesiones a la retórica, dejando que estos hablen por sí solos, y lo que revelan es que el cronista se ha visto obligado a renunciar a la famosa divisa –"andar y contar es mi oficio"– para trabajar como valedor de la causa aliada en los países neutrales de Latinoamérica. Chaves abandona por lo tanto el periodismo "de patas", señala la investigadora, aludiendo a la célebre distinción de Baroja, citada por el cronista, y pasa a ejercer el "de mesa", atado al duro banco en jornadas interminables. El audaz reportero de otro tiempo, convertido en un "agente en la sombra del cuarto poder", concibe ahora su tarea, estrictamente militante, como una contribución más al esfuerzo de guerra. El Chaves postrimero que reflejan estas páginas, un hombre de salud declinante, entregado al periodismo de consigna, sigue siendo un luchador por la libertad y un periodista de raza, pero no puede presentarse como modelo de independencia aunque su causa –una causa justa– sea la misma de sus patronos. Más que rebajarlo, sin embargo, el retrato tiene un efecto contrario, pues lo humaniza. En la realidad, al contrario que en la propaganda o en la mala literatura, los personajes ejemplares no son seres intachables.

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