El cineasta que hizo la división azul y la multiplicación roja
ES duro y paradójico vivir en una España de Berlanga pero sin Berlanga. Porque este país se lo inventó Berlanga en una de sus duermevelas de la División Azul. Expedicionario de esa impostura napoleónica de Franco junto al actor Luis Ciges. Me contaba hace poco Andrés Sorel que habló de ese episodio con el cineasta valenciano, pues el novelista había elegido como protagonista de su última novela, ambientada en la guerra de Cuba, al capitán Manuel Ciges, el padre del actor. División Azul y multiplicación roja de un opositor natural, casi moral, contra inercias y molicies.
Vino Berlanga a participar a unas jornadas sobre erotismo en el Museo de Arte Contemporáneo. A las que también acudió Mario Vargas Llosa. Dijo que la pornografía era el erotismo de los pobres. Si Berlanga hubiera sido académico de la Lengua, emprendería una campaña para suprimir la palabra cinéfilo. Su cine es la antinomia de la solemnidad que acompaña a lo que Malraux llamó séptimo arte. Impulsó la creación del premio literario La Sonrisa Vertical, cuya última edición, antes de que el certamen hiciera una mueca horizontal, la ganó el sevillano José Luis del Corral. El mismo año que éste cerró su librería La Roldana.
En una de las visitas de mis abuelos Andrés y Carmen a Sevilla, los llevé al cine. Vimos Moros y cristianos. Berlanga en estado puro. El humor levantino antes de la cursilería de la dieta mediterránea. Era más mediterráneo, por luminoso, por transgresor, que Braudel y Tirant lo Blanc. Recordé esa película cuando el bueno de Rafael Valencia, arabista nacido en la población extremeña de Berlanga, pronunció su discurso de ingreso en la Academia Sevillana de Buenas Letras. Valencia es de Berlanga y Berlanga era de Valencia. El cineasta contaba la ocurrencia de su amigo Edgar Neville cada vez que acudían a un acto social de cierta relevancia. Neville era por herencia marqués de Berlanga y se presentaba a sí mismo y a su amigo: Edgar Neville, marqués de Berlanga, y Luis Berlanga, conde de Neville. Pura escopeta nacional con los cartuchos preparados por Luis Escobar, marqués de las Marismas del Guadalquivir.
Plácido es la mejor película del cine español. No hay Nochebuenas más tristes en el celuloide que la de Plácido y la de Jack Lemmon en El apartamento de Billy Wilder. Cuando Trueba dijo que éste era Dios, al recibir el Oscar por Belle epoque, sabía que ese Dios americano de ascendencia centroeuropea tenía un hermano español. Lo que Berlanga ha unido, esos elencos formidables de actores de todos los registros, cómicos, dramáticos, mediáticos, anónimos, no lo separa ni Dios, en la jerga del cura al que interpreta en la famosa montería Agustín González. Hay que ser muy listo para dirigir Plácido y hay que ser muy tonto para no ver en esa película un alegato brutal, inmisericorde, contra la moral imperante en la España de la posguerra. Y no de imperio precisamente. Vino Cassen, Casto Sendra, el Plácido de la película, de gira teatral con Bárbara Rey y me dijo: "Soy una ametralladora del humor". Siempre le quedó agradecido a Berlanga por ese papel, por ese personaje que vuelve al imaginario cada vez que veo a los nuevos cosarios montados en los sofisticados motocarros.
En España los Estados Unidos abrieron cuatro bases después de la visita de Ike Eisenhower: Rota, Morón -que está mayormente en el término municipal de Arahal-, Torrejón de Ardoz y Villa del Río. El pueblo donde se desarrolla la acción de Bienvenido Mr. Marshall. Estaba jugando en el parque con mi hijo cuando me dijeron que había muerto Berlanga. Empecé a tararear Americanos. El gran momento de Lolita Sevilla, una de las protagonistas estelares del libro de Daniel Pineda Novo Las folclóricas y el cine. Otra cosa que borraría del diccionario Berlanga sería lo de cine de autor. España es una españolada, aunque ahora la llamen en la tele Hispania.
José Isbert, el alcalde, y Manolo Morán, el agente artístico de la cantante, antecesor del Pulpón al que inmortalizara Carlos Cano en una canción, se reencarnan ahora en alcaldes y representantes azotados por la crisis. Que vengan los americanos. Que venga Banacek, loado sea Pepe da Rosa. Alguna vez le oí contar que los sombreros de los parroquianos de Villa del Río que acuden a las albricias del maná de las barras y estrellas eran un homenaje de Berlanga a una de las películas de Eisenstein. Una cuenta pendiente con la estepa rusa de su viaje equinoccial con la División Azul.
En Valencia, junto a una de las estaciones de Metro, está la prisión donde rodó Todos a la cárcel. Con el personaje de Modesto, encarnado por el genial Manuel Aleixandre, que se fue poco antes que su director. En esa película brilla con luz propia Torrebruno. El director viajó en bicicleta de París a Tombuctú con Juan Diego y Concha Velasco. Saza dejó la montería para vender porteros electrónicos en la campaña de las catalanas, con el permiso de su señora.
Como la actualidad es hija del azar y sobrina de la lógica, algún alienígena confundiría la manifestación de funcionarios de ayer con el funeral de Berlanga. Uno de sus oficios predilectos y recurrentes. La aristocracia plebeya, el feudalismo sublimado por el sol y playa. Se fue antes de irse. Tiró la toalla de director en un país donde se hace cine pero no se hacen películas, donde antes que hacer el amor prefieren comprarlo hecho. Un país que reniega de Mr. Marshall pero no sabe vivir sin él: el más antinorteamericano en las pancartas, el más yanqui en las costumbres.
Se queda España huérfana sin su inventor. Sus películas y los chistes de Mingote conforman la sociología cutánea de un país que de tanto cabrearse no sabe enfadarse, que llora para que declaren patrimonio de la humanidad al quejío y que contrata de nuevo a Lolita Sevilla mientras que Pepe Isbert y Manolo Morán se aprenden lo que le dirán desde el balcón a los visitantes chinos. Los nuevos americanos de la globalización. Como alcalde vuestro que soy. Con las elecciones municipales en ciernes. España ha cambiado. Del motocarro de Plácido y la viajera de Villa del Río al Ferrari de Fernando Alonso que cinco millones de españoles verán hoy correr por el circuito de Abu Dhabi. O todos moros o todos cristianos.
España lo llora. Y lo ríe. Un grande. Enorme. Un gigante.
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