Para contar la historia del mundo
Moon Tiger | Crítica
La escritora británica Penelope Lively publicó en 1987 ‘Moon Tiger’, una novela portentosa sobre la memoria y la experiencia que ahora rescata Impedimenta con la traducción de Leonor Saro
Crímenes de sobra
La Ficha
Moon Tiger. Penelope Lively. Traducción de Leonor Saro. Editorial Impedimenta. Madrid, 2025. 288 páginas. 22, 95 euros.
La protagonista de Moon Tiger, Claudia Hampton, decide escribir una “historia universal”. Para lograr su objetivo, dispone de dos perspectivas bien definidas y a la vez complementarias: por una parte, Hampton es una historiadora reconocida, con lo que cuenta con suficientes recursos académicos y científicos; al mismo tiempo, nuestra mujer es una de las cronistas de guerra más célebres de su época, por lo que dispone también de material suficiente vivido en primera persona para darle a su empresa la mayor verdad y singularidad. Hampton, que asume su decisión en la cama de un hospital londinense, ha conocido de cerca las dos guerras mundiales y cree saber todo lo que se puede decir sobre la tercera: “He envejecido con el siglo, y ya no queda gran cosa de ninguno de los dos”, afirma. Mientras da rienda suelta a su relato, sin embargo, admite que únicamente puede contar la historia del mundo desde la suya propia; es decir, que todos y cada uno de los acontecimientos históricos más relevantes están íntimamente ligados a los distintos episodios de su biografía, y que solo puede aspirar a contar esa historia universal desde el tamiz estricto de su particular contingencia. Claudia Hampton es uno de los personajes más ricos, complejos, reveladores y humanos de la literatura del siglo XX, reválida perfecta para un don Quijote obligado a lidiar entre el relato común del mundo y la construcción más intransferible del mismo. Con Moon Tiger, su autora, Penelope Lively (El Cairo, 1933), obtuvo el Premio Booker en 1987 y firmó una novela inolvidable. Ahora, la editorial Impedimenta, que ya había incluido en su catálogo otros dos títulos de Lively (El mundo según Mark y el maravilloso ensayo Vida en el jardín), hace lo propio con Moon Tiger, con la estupenda traducción de Leonor Saro.
Para Hampton, la constante de la Historia es la guerra: “La historia entera está plagada de guerras, pero en estos cien últimos años se ha superado a sí misma. ¿Cuántos millones de seres humanos, tiroteados, mutilados, quemados, congelados, muertos de hambre, ahogados? Solo Dios lo sabe. Confío en que Él lo sepa; debería llevar un registro, aunque solo fuera para uso personal”. Tal es la premisa que adopta para su relato. En el mismo, sin embargo, no tardan en cruzarse claves personales, en una vida marcada por el colonialismo británico (rasgo compartido con la propia Lively), la competición infantil con un hermano brillante, el incesto, la maternidad y el anhelo de escapar en cada embestida de las convenciones impuestas, de ser reconocida como una mujer pionera y libre, tanto en sus ideas como en sus acciones. De este modo, el relato que debía mantenerse en el más estricto tono épico se diluye en multitud de afluentes: Lively alterna la primera y tercera persona en su novela y narra diversos episodios desde distintos puntos de vista (sin hacer de Moon Tiger una novela coral, pero sí deliciosamente polifónica), en virtud de una tensión que apenas ejerce resistencia en su disolución. Hampton admite que no existe una manera de contar el mundo fuera del relato de la propia experiencia. Que solo podemos narrar lo primero desde lo segundo. No se trata de una concesión a la posmodernidad, sino a la certeza de que, como seres contadores de historias, no podemos prescindir de nuestra contingencia: “A menos que sea parte de todo, no soy nada”, afirma el personaje como síntesis de esta revelación.
El título Moon Tiger hace referencia a un objeto cotidiano: una espiral verde que se quema por la noche para repeler a los mosquitos y deja tras de sí un rastro de ceniza gris. Este artículo aparece en la memoria de Hampton como un agujero negro que atrae todo lo demás: es un recuerdo anclado en la identidad misma del personaje y, al mismo tiempo, una eficaz representación de la humanidad y el tiempo. En la que posiblemente sea su mejor novela, Penelope Lively aborda la memoria y la experiencia con una hondura a la que solo puede aspirar la mejor narrativa, la más comprometida con las posibilidades de la escritura. La autora se muestra aquí particularmente cercana a Iris Murdoch a la hora de crear arquetipos de universalidad patente y particularidad aplastante, aunque a suficiente distancia especialmente en el abanico de recursos empleados. “El cuerpo también se borra: un patólogo descubriría poco más que un arqueólogo estudiando huesos antiguos”, dice sobre sí misma una Hampton en plena aceptación del final. Porque, sí, el destino último de la memoria es el olvido. Salvo que alguna inconsciente como la protagonista de Moon Tiger decida aceptar sus contradicciones y ponerse manos a la obra para contarlo todo.
También te puede interesar