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Cultura

El corazón del rey

  • La revista 'Andalucía en la Historia' aborda en su próximo número la batalla de Teba de 1330, un episodio clave de la Reconquista en la que participó el cruzado escocés James Douglas

A lo largo de sus siglos, la Reconquista fue un paisaje siempre en evolución, confuso, cambiante y a menudo impredecible. Más allá de los dos bandos que la sostuvieron hasta 1492 a ambos lados de una frontera más permeable de lo que el mito se ha empeñado en acuñar, en la cristianización de la Península participaron órdenes y factores de muy diversos orígenes. La consolidación del Camino de Santiago ya en el siglo IX atrajo a numerosos viajeros europeos que después vieron en la lucha contra los musulmanes una ocasión de ascender al rango de caballería, una puerta abierta a la nobleza más allá de los derechos de cuna. La consignación, tardía pero efectiva, de Castilla como tierra de cruzada por parte de Roma fomentó definitivamente la idea de la guerra como una empresa multinacional en la que confluyeron latinos, francos, germanos y sajones. Y resulta significativo el modo en que la historiografía española ha ignorado, pretendidamente, la naturaleza europea de la Reconquista cuando, por lo general, los lejanos países natales de los soldados que entregaron la vida contra Al Ándalus mantienen vivo su recuerdo y su homenaje. La revista Andalucía en la Historia, que publica el Centro de Estudios Andaluces, se propone hacer justicia con un amplio estudio que incluirá en su próximo número (a la venta a partir de julio) sobre uno de los episodios más importantes en este sentido: el que aconteció en la reconquista de Teba mediante la batalla librada en ese municipio malagueño en 1330. Un episodio promovido por el rey Alfonso XI que contó con unos invitados muy particulares: un grupo de caballeros escoceses comandados por sir James Douglas, quien llevó consigo en la batalla el corazón embalsamado del que había sido su rey, Roberto I de Escocia, más conocido como Robert the Bruce.

El caso presenta algunos precedentes notables. Desde que la Reconquista comenzó a tomar forma decidida en el siglo IX, los reyes castellanos habían mostrado un especial empeño en que Roma promoviera una cruzada en la Península contra la dominación andalusí. Pero Roma, por muy diversos motivos (entre los que cabe reseñar tanto la recuperación de los lugares sagrados como la búsqueda de reliquias relacionadas con el Nuevo Testamento, piezas que conferían un mayor poder y, como narraba Umberto Eco en su novela Baudolino, suculentos beneficios económicos), dirigía su atención exclusiva a Jerusalén y Tierra Santa. Esta falta de apoyo externo, unida a los problemas que sacudían a Castilla tanto en sus propios territorios como respecto a León y Navarra, constituía un lastre que dificultaba la mera aproximación a la frontera. La presencia europea filtrada a través del Camino de Santiago se mantenía álgida, pero aún insuficiente para organizar una cruzada con todas las de la ley sin el amparo de Roma. Pero fue el 28 de abril de 1329 cuando el papa Juan XXII emitió al fin una bula favorable al rey Alfonso XI, que le permitía tomar 20.000 maravedís de las tercias y diezmos de la Iglesia para su campaña. Tal y como cuenta el historiador malagueño Francisco Ortiz en su reciente libro Musulmanes y cristianos en el Valle de Ardales, Alfonso XI pudo resarcirse así del gasto inútil que había acarreado la dolorosa sucesión de guerras civiles y prolongar, al fin, el éxito que Alfonso VI había cosechado 300 años antes en la reconquista de Toledo, en la que no habían faltado caballeros europeos, principalmente franceses.

El 7 de junio del mismo 1329 falleció en Escocia el rey Roberto I, sucesor de William Wallace como guardián del país y paladín de la Guerra de la Independencia contra Eduardo I de Inglaterra. El monarca expiró sin haber cumplido el voto por el que se comprometió a partir a las cruzadas para expiar sus pecados (en concreto, según Ortiz, el que cometió matando a su rival John Comyn en el convento de Dumfries en 1306), pero en su lecho de muerte tuvo tiempo para solicitar un último deseo: que, tras el desenlace fatal, su corazón fuese extraído y llevado en peregrinación a Jerusalén. Uno de sus caballeros más leales, sir James Douglas, se comprometió a dar cumplimiento a su anhelo. El corazón del rey fue extraído, embalsamado y custodiado en una caja de plata con esmaltes que Douglas colgó a su cuello. La cruzada no tardó en organizarse: el 1 de septiembre del mismo año, el rey Eduardo III (para entonces, Escocia había vuelto a someterse al dominio inglés) firmó el edicto correspondiente y envió una carta a Alfonso XI, pidiéndole que facilitara el tránsito de los caballeros por la Península Ibérica hacia Tierra Santa, a modo de salvoconducto, con la promesa de que partían "por amor al Crucificado y en auxilio de los cristianos contra los sarracenos".

Con Douglas marcharon en peregrinación el carmelita laico Thomas de Lavington y los caballeros William Sinclair de Roslin, su hermano John de Roslin, William Keith de Glaston, Robert Logan, William Logan y otros hasta, según Ortiz, "un total de siete caballeros, veinte escuderos y una pequeña mesnada". Todos ellos se encontraron a comienzos del verano de 1330 con Alfonso XI en Sevilla, donde el rey les invitó a sumarse a su campaña a cambio de tesoros, armas y caballos. Douglas aceptó (algunas leyendas apuntan a que, durante el viaje, cuando el caballero escocés supo que el monarca castellano había decidido dirigir una cruzada contra los musulmanes de Granada, el corazón de Robert the Bruce se dirigió a su portador con estas palabras: "Quiero que arrojes mi corazón contra los enemigos del nombre de Cristo en la frontera de Granada"), pero rechazó cualquier recompensa material para no mancillar el fidedigno espíritu peregrino que movía a sus hombres.

La cruzada partió de Córdoba en julio de 1330 con la localidad de Teba señalada como objetivo primordial. Las crónicas recogidas por Francisco Ortiz apuntan dos motivos para la elección de este emplazamiento: el fácil mantenimiento del mismo una vez tomado, con viandas y pobladores enviados desde Córdoba y Écija; y su posición estratégica, en pleno corazón del Valle de Ardales, que permitiría a Alfonso XI someter otras fortificaciones cercanas tras la conquista del castillo de la Estrella. El asedio comenzó el 7 de agosto y desde el comienzo se reveló arduo: el general Ozmín, llegado desde Granada, dirigió una estrategia defensiva implacable que sin embargo se tornó polémica cuando decidió partir su ejército en dos, con una facción desplegada junto al Guadalteba y otra apostada en el castillo. Los cristianos aprovecharon la brecha con éxito y tomaron la plaza después de varios día de escaramuzas y hostigamientos, pero James Douglas murió a mano de los nazaríes. El rey de Granada, Mohamed IV, supo que el corazón que llevaba aquel hombre colgado era el del rey de Escocia y lo envió a Alfonso XI, quien a su vez lo repatrió al Norte con el cuerpo del caballero. Los restos de sir James Douglas descansan hoy en la abadía de St. Bride's Kirk. Y un monumento rinde tributo a su hazaña en Teba.

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