Folclore y vanguardia en tensión
Ensemble Teatro del Arte Sonoro | Crítica
La ficha
ENSEMBLE TEATRO DEL ARTE SONORO
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XVI Festival Zahir Ensemble de Música Contemporánea.Ensemble Teatro del Arte Sonoro: Rebeca Santiago, voz, guitarra y dirección artística; Vicente Contador, saxofón; Pablo Báez, contrabajo; Alba Gog, danza; Alwin van der Linde, electrónica; Miguel Ángel Blanco, técnico de audiovisuales.
Programa:Tierra voltiza
Rebeca Santiago (1979) y Tradicionales: [Que vengo de moler morena] / Kintsugi / [Yéndome yo a pasear] / Álef / [Con música de quintos] / Se desmorona el aire / [Penosita del alma] / Sobre el concepto de impermanencia / [Romance de la morería] / Sobre los espacios ausentes / [Que vengo de moler morena]
Lugar: Espacio Turina (Sala Juan de Mairena). Fecha: Lunes, 13 de octubre. Asistentes: Unas 30 personas.
El conjunto extremeño Teatro del Arte Sonoro volvía al Espacio Turina después de su actuación del año pasado para abrir de nuevo el ciclo de contemporánea de Zahir Ensemble. Encabezado por su alma máter, la guitarrista, cantante y compositora Rebeca Santiago, su propuesta era esta vez atrevida: partir de piezas del folclore vinculado a la Sierra de Montánchez y Tamuja (Cáceres) para hacerlo derivar y conectar con la música de la propia Santiago, una obra de un vanguardismo sin concesiones, que la conectan con ese ancho territorio que se ha dado en llamar Arte Sonoro, al que el conjunto rinde homenaje con su propio nombre.
Lejos de cualquier tratamiento pintoresco, la propuesta de Rebeca Santiago exploró los cruces entre tradición folclórica y experimentación sonora en un formato decididamente performativo. Tierra voltiza se articuló como un recorrido por la memoria musical de una región que, sin embargo, se proyecta más allá de sus límites geográficos. Las canciones tradicionales –Que vengo de moler morena, Yéndome yo a pasear, Con música de quintos, Penosita del alma y Romance de la morería– son en realidad huellas sonoras de un territorio cultural mucho más amplio. Son melodías recogidas en Extremadura, pero que figuran también en recopilaciones y cancioneros castellanos o navarros, con algún tema de resonancias incluso más amplias como esa jota de quintos.
Santiago las interpretó con voz limpia y natural, casi siempre sin acompañamiento, sin afectación y con un fraseo que evitó cualquier tentación de dramatismo, dejando que poco a poco se incorporaran su guitarra, el saxofón de Vicente Contador y el contrabajo de Pablo Báez. Los instrumentos dialogaron entre sí, pero en varios momentos cada uno tuvo su espacio solista de lucimiento, recreando piezas de la propia Santiago que, a menudo con un componente electrónico, se movió, pese a algunos atisbos de líneas melódicas más o menos claras, entre la estética bruitista y la música concreta instrumental, con amplio uso de técnicas extendidas. Pese a cierta apariencia de improvisación, la atención que los instrumentistas prestaron a sus partituras dieron a entender que en realidad todo estaba rigurosamente escrito.
La parte visual del espectáculo tuvo un papel relevante. Las proyecciones de la Sierra de Montánchez ofrecieron un marco poético, aunque quedaron eclipsadas por la intensa presencia escénica de Alba Gog, cuya danza –a medio camino entre la expresión corporal abstracta y la gimnasia contemporánea– se convirtió en el eje performativo del espectáculo. La fisicidad de Gog, su modo de ocupar el espacio con una energía casi ritual, concentró buena parte de la atención del público. A todo ello se sumó una iluminación en constante mutación, que metamorfoseaba la escena y contribuía a esa sensación de tránsito continuo entre lo visible y lo imaginado, entre la materia y la sombra. Con ese control del espacio entre lo caótico y lo abrasivo y una concepción amplia de la idea escénica, Tierra voltiza se movió entre lo ancestral y lo experimental, entre la raíz y el gesto rebelde y radical. Una experiencia de inmersión sensorial y simbólica que confirmó la madurez y la audacia de un proyecto que merecería más atención de la que recibe.
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