Gatsby observa de nuevo la luz verde

Libros

El clásico de Francis Scott Fitzgerald regresa a las librerías dentro de la colección 'Letras Universales' de Cátedra.

El profesor Juan Ignacio Guijarro es el responsable de la edición.

Un cartel de la versión de 'El gran Gatsby' que dirigió Herbert Brenon en 1926.
Un cartel de la versión de 'El gran Gatsby' que dirigió Herbert Brenon en 1926. / Paramount

Cuesta creer, por la poderosa huella que ese texto ha dejado en la historia de la literatura y en el cine, que Francis Scott Fitzgerald muriese en 1940 dolido por el fracaso que había sido El gran Gatsby, una obra citada hoy a menudo como cumbre de la narrativa pero que en el momento de su publicación, 1925, tuvo una tibia acogida, y que por un tiempo pareció predestinada al olvido: cuando falleció su creador no se encontraba en ninguna librería.

"La novela no fue entendida", señala el profesor de la Universidad de Sevilla Juan Ignacio Guijarro González, responsable de la edición que lanza Cátedra de este clásico en su colección Letras Universales. "Hay quien pensó que se trataba de un paso atrás en la carrera de Fitzgerald, que cinco años antes, con su primera novela, se había convertido en toda una estrella. Esa fue una de las tragedias que llevó a cuestas: que la que creía con razón su obra maestra nunca fue apreciada mientras él vivió", valora el especialista, que añade que el autor de Suave es la noche se fue del mundo por culpa de un infarto viendo cómo ese muchacho al que había ayudado en sus comienzos, Ernest Hemingway, "era respetado y admirado mientras él moría casi en el olvido".

Guijarro sostiene en la completa introducción que firma del libro que la "azarosa" historia personal de Fitzgerald a menudo eclipsó su obra. El estadounidense se inspiró sin disimulo en muchas vivencias, propias y de su esposa Zelda, "y eso le pasó factura", opina el investigador, "porque mucha gente confunde a los personajes con él, y cuando se habla de Fitzgerald se incide en el cliché de artista autodestructivo, romántico y bebedor. Algo de eso había, sí, pero ese retrato olvida que estamos ante el gran orfebre de la palabra, ante uno de los narradores más grandes que uno puede encontrarse", lamenta el profesor.

"Su vida eclipsó su obra. Se olvida el gran orfebre de la palabra que fue", apunta Juan Ignacio Guijarro
Juan Ignacio Guijarro, fotografiado junto a las tumbas de Francis Scott Fitzgerald y su esposa Zelda.
Juan Ignacio Guijarro, fotografiado junto a las tumbas de Francis Scott Fitzgerald y su esposa Zelda.

Porque Fitzgerald, que curiosamente compuso "poemas muy pobres, sorprende en alguien que veneraba a Keats que hiciera una poesía tan pedestre", alcanzó en sus novelas y relatos un estremecedor lirismo. "Tiene frases en su prosa que son una belleza. El final de El gran Gatsby, por ejemplo. Yo le pongo de ejemplo a mis alumnos esa página. Tiene tantas imágenes, tantos hallazgos, que es pura poesía", dice Guijarro.

Ese estilista privilegiado tuvo también otra virtud notable, la de saber tomar el pulso de su tiempo. Nadie como él plasmó los fascinantes y convulsos años 20, un período en el que la mujer empieza a liberarse, se instaura la ley seca y las ambiciones y el progreso configuran un mundo voraz y próspero, en el que fluye también, en la música, en la literatura y en otras artes, una electrizante energía creativa. "Nick, el narrador de El gran Gatsby, habla al principio del libro de los sismógrafos y los terremotos. Pues Fitzgerald era un poco así: registraba los movimientos que había a su alrededor, percibió como nadie el espíritu de su época. Su primera novela, A este lado del paraíso, lo convierte casi en el portavoz de su generación, como pasó luego con Dylan en los 60. Él se da cuenta de que los jóvenes quieren dejar atrás la I Guerra Mundial, pero al mismo tiempo no pueden, porque el conflicto ha causado heridas muy profundas", analiza Guijarro, antes de añadir que "es Fitzgerald el que supuestamente acuña ese nombre de la era de jazz, aunque al parecer no sabía mucho de esta música".

Fitzgerald murió con la convicción de que la que creía su obra maestra había sido un fracaso

Pocas obras, también, han captado con tal maestría el espejismo del sueño americano y la fascinación con que observamos el dinero. Guijarro evoca en el prólogo un episodio que marcó, según los biógrafos, al narrador: Ginevra King, una joven de familia acaudalada, lo rechaza en sus años de estudiante, y un familiar de la muchacha asegura que "los niños pobres no debieran pensar en casarse con niñas ricas". Fitzgerald se convertiría en el autor mejor pagado de su país, pero "nunca llegó a superar esas cuestiones de clase y tuvo una relación complicada con el dinero, que él y Zelda despilfarraron", explica Guijarro. Proceder de "una familia de clase media venida a menos" no fue el único complejo de una persona "muy insegura", que se sentía "intelectualmente pobre" –no le ayudó coincidir en Princeton con el reputado crítico Edmund Wilson, que pese a ser su amigo no tuvo reparos en declarar en sus reseñas que Fitzgerald "carecía de ideas"– y tampoco se encontraba cómodo con su físico. "Cuando coincidía con Hemingway, el estereotipo de hombre rudo, hipermasculino, se sentía intimidado", cuenta Guijarro.

Para el investigador, aunque asociemos el enigmático perfil de Jay Gatsby a actores como Robert Redford o Leonardo DiCaprio, celebridades que han reforzado el carácter icónico del personaje, ninguna de las versiones cinematográficas "ha hecho justicia al original. Es una novela compleja en el fondo y en la forma, muy lírica, con una trama mínima pero con un montón de matices. Ningún director puede hacer nada frente a eso. Hay que acudir al libro para entender su grandeza", concluye Guijarro sobre una obra que en esta edición ha sido traducida por María Luisa Venegas Lagüéns.

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