Imaginary | Crítica

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Un fotograma de 'Imaginary'.

Un fotograma de 'Imaginary'.

La productora Blumhouse fabrica películas de terror como churros, expresión que, pese a que soy consciente de que alude a la velocidad con la que cae la masa y la rapidez con que se fríe, siempre me ha parecido especialmente desafortunada por su desprecio hacia los calentitos, dando por supuesto que velocidad y cantidad equivale a mala calidad. No. Hay churros excelentes y churros flácido-grasientos.

Blumhouse, por ejemplo, tiene un acuerdo con Universal, que en los años 30 produjo como churros excelentes películas de terror que hoy son clásicos. En su corta historia de 24 años ha producido buenas (con las cumbres populares de las franquicias Insidious y Paranormal Activity y las de reconocimiento por su calidad de Wiplash, Get Out y BlacKKKlansman), regulares y malas películas. Imaginary se debe contar entre las últimas.

La acumulación de lugares comunes en un guión errático que suma el regreso a una casa que esconde un pasado, una niña con pesadillas y amigo imaginario, un osito de peluche que podría ser el sobrino del de Toy Story 3, una madre demente, un trauma infantil olvidado que reaparece, una puerta que conduce a mundos digamos que poco amables habitados por entes poco simpáticos, no funciona. Mucho ruido y pocos sustos. La dirige el afortunado Jeff Wadlow. Afortunado porque tras haber rodado Kick-Ass 2, Verdad o reto o Fantasy Island le dejan seguir haciéndolo.

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