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Julio Camba. Una lección de periodismo | Crítica

El habitante del Palace

  • La peculiar figura de Julio Camba es objeto de un logrado rescate biográfico

Julio Camba en el Hotel Palace.

Julio Camba en el Hotel Palace. / D. S.

Acaba de aparecer ahora, mientras escribimos la presente, la biografía más gallega del periodista Julio Camba (Vilanova de Arousa, 1884-Madrid, 1962), titulada Julio Camba, un nudista en Vilanova, de la que es autor Benito Leiro. Su trabajo –treinta años de estudio– se centra en el albor del joven Camba. Esto es, en el influjo vital y en parte político que lo galaico tendrá en el futuro cronista. Se aportan datos desconocidos (sus primeros pinitos periodísticos con su hermano Francisco) y alguna extravagancia (en la playa de O Terrón Camba practicó el nudismo cual digno émulo de Adán). Su galleguismo político, como su anarquismo, lo irá orillando Camba conforme el desengaño, destilado con los años, vaya vaciando sus días sin menoscabo de su humorismo. El fulgor de lo breve y la nula ampulosidad fueron su estilo.

Por su parte, objeto de estas líneas, el profesor de la Universidad de Valencia, Francisco Fuster, señala esta faceta cambiana –fulgor y apatía– en su libro Julio Camba. Una lección de periodismo, merecedor del último Premio Antonio Domínguez Ortiz de Biografías. Si Camba jamás dio predicamento a su propia obra, seguro que le habría extrañado que, sesenta años después de su óbito (murió retirado en la célebre habitación 383 del hotel Palace de Madrid), alguien se preocupara de invertir tantísimo tiempo y cacumen en biografiarlo. La cita que abre el libro, de Joseph Roth, se antoja una especie de travestismo aplicable a Camba. No tiene desperdicio: “No soy una guarnición, ni un postre. Yo soy el plato principal. No escribo ‘glosas ingeniosas. Yo pinto el retrato de esta época’. Ese debería ser el trabajo de cualquier gran periódico. Yo soy un periodista; no un reportero; soy un autor, no un editorialista”.

El olvido hacia su obra (fue un extraordinario corresponsal en Londres, Berlín, Nueva York, Londres y Constantinopla), se debió a la propia actitud de Camba respecto a sí mismo y, también, al escaso tino que tuvo con las editoriales. Fue coetáneo de la generación del 14, pero no de la del 98 ni de la famosa y rutilante del 27. Fue admirado por Azorín, a la sazón su maestro. Ortega dirá de él que era “la más pura y elegante inteligencia de España” y Josep Pla que fue “el mejor escritor de artículos de este país”. En sus últimos años, el viajado Camba se hizo sedentario y recluso en su peculiar celda del Palace.

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