Kraftwerk: los robots tienen alma

Icónica Fest

Los padres de la electrónica, con más de medio siglo de carrera, demuestran a su paso por la Plaza de España que su legado sigue poderosamente vivo

Icónica Fest: el mago que crea momentos

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Concierto de Kraftwerk en Icónica.

Dentro de una gira que llevará al grupo en los próximos días a espacios singulares como el Anfiteatro Ernesto de Pascale en Florencia, la Abadía de Neumünster de Luxemburgo o el Odeón de Herodes Ático, en Atenas, Kraftwerk visitó este lunes la Plaza de España de Sevilla, dentro de la programación del Icónica Sevilla Fest. Los alemanes venían con el aval de haber escrito un capítulo de enorme influencia en la historia de la música, pero estos pioneros de la electrónica demostraron que pese al más de medio siglo que se extiende su propuesta su legado no se ha quedado antiguo, sigue invocando al futuro y sonando con un ímpetu maravilloso.

Con guiños a la ciudad en la que hacían escala, entre ellos la imagen de un platillo volante que aterrizaba en la plaza diseñada por Aníbal González, los Kraftwerk desplegaron ese grafismo irresistible de máquinas, computadoras y videojuegos para confirmar que los robots tienen alma, y que tras la aparente frialdad de su elegante repertorio se esconde un fuego que abrasa. Lo hicieron en un concierto que alcanzó las dos horas y que repasó algunos de los grandes éxitos de este cuarteto cuyos integrantes se han ido renovando, visionarios en los sonidos que acuñaron pero también en esa forma distinta, con cada uno de esos hombres colocado ante una consola, de comportarse en el escenario.

La fiesta arrancó con Numbers, un corte del Computerworld (1981) con el que presagiaban la influencia que la informática tendría en nuestras vidas y una canción que recoge esa estética marca de la casa que se repetiría durante la noche: letras que impactan al espectador en su concisión, ritmos rotundos. La Plaza de España retumbaba, y los Kraftwerk ejercieron a partir de ese momento como sacerdotes o chamanes de una liturgia que invitaba al trance. Una ceremonia en la que se sucedieron los himnos como The Man Machine, denuncia de un progreso que ha anulado al hombre, alienado en la cadena de montaje, y Autobahn, un tema de más de veinte minutos que subyugó a David Bowie y que se ilustra con el vídeo de un plácido viaje en una autovía rodeada por campos verdes y soleados.

El entusiasmo que suscitó en Sevilla Model, aparecida inicialmente en el disco The Man Machine en 1978 pero recuperada tres años más tarde como single, indica que es posiblemente la composición más pegadiza creada por los de Düsseldorf. Los mundos imaginarios y las geometrías de vivido cromatismo que habían tomado hasta entonces las tres pantallas que ocupaban la plaza dieron paso a un sofisticado desfile de modelos, la simulación de una película vintage, una de las pocas incursiones en la nostalgia que se permite el grupo.

Otra de las joyas que desató la euforia fue Tour de France, que llegaría tras otros hits como Neonlights o Radioactivity. Una sinfonía sublime que incluye las respiraciones entrecortadas de los ciclistas y una secuencia magistral en la que el espectador siente la emoción de la carrera, la dureza de la montaña, la comunión con el paisaje y el cansancio del recorrido, hasta un portentoso sprint final que se vive como una aventura vibrante.

El trayecto que disponían con el concierto estos referentes que abrieron el camino a bandas como New Order, Joy Division o Daft Punk continuó en tren, más concretamente en el Trans Europa Express (1977), con el que la música siempre gozosa de los germanos avanzó entre vías y torres eléctricas. En momentos así es cuando el oyente alberga un pálpito: lo de Kraftwerk no es una grabación enlatada, una reproducción gélida de viejos éxitos, sino una materia viva, un organismo en plena metamorfosis, y esos cuatro ataviados con trajes de luces LED son los alquimistas que procuran el milagro.

El encuentro con Kraftwerk se convierte así en una cuestión de fe: cuando suena Robots, una de las ultimas interpretaciones, nadie lo duda: los androides pueden bailar, y bailar es lo más parecido a decir Aleluya. Tras esa danza mecánica se acerca el fin con Music non stop. La música no para, proclaman los veteranos, y es así: su soniquete continuará en nuestras cabezas y, por qué no, en nuestros corazones de hombres alienados, un poco autómatas, que despertamos a la vida gracias a estos chamanes venidos del futuro.

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