"Las dos me miran, las dos que bailan"
Sevillano de Sanlúcar la Mayor, en 1969 llega a Estados Unidos, profesor de Georgia, pero nunca perdió el contacto ético y estético con su tierra. Es el único poeta que ganó dos veces el Andalucía de la Crítica
Muere el escritor y poeta sevillano Manuel Mantero a los 94 años
En el devenir del periodista libresco (me gusta más que cultural) el calendario nos regalaba una serie de ritos o rutinas: la visita en verano a Los Gallos, en la playa de La Jara, a Caballero Bonald; el comienzo del curso universitario con el alumnado festivo de las clases de Español para extranjeros (sobre todo extranjeras) de Rafael de Cózar, su particular versión de La tesis de Nancy; los encuentros con Paco García Tortosa cada 16 de junio para festejar con una pinta y unas letras el bloomsday. No faltaba tampoco el barbecho de Manuel Mantero (Sanlúcar la Mayor, 1930-Sevilla 2024), cada vez que hacía un alto en sus clases como catedrático de Literatura en Athens, Georgia. Todos faltan: Caballero Bonald, Rafael de Cózar, Paco García Tortosa. El último en ausentarse ha sido Manuel Mantero, como si su poema Cuando estaba muriéndome, publicado en su libro Fiesta, tuviera tintes proféticos: “mi vida / vertiginosamente ante mis ojos / pasó, película / o relámpago, todo deslumbraba / y todo en las tinieblas se perdía…”.
Se fue a Estados Unidos en 1969 y siempre quedábamos en la cafetería del hotel América. Llega a ese país en un lustro convulso: en 1967 asesinan a Robert Kennedy, en 1968 a Martin Luther King; en 1969, llega el hombre a la Luna. Esa marcha, extrañamiento le llama su amigo y estudioso de su obra Carlos Clementson, nunca apartó su mirada de la ciudad en la que se hizo poeta, la cuna de Bécquer, los Machado y Cernuda.
Una ligazón que está en el expresivo título de un poema de ese mismo libro: “Ante un cartel, con dos bailaoras de tamaño natural, de las fiestas primaverales de Sevilla, año 1917, que pintó Gustavo Bacarisas”. Todo está en el título y el cuadro del pintor gibraltareño, buen amigo de Ramón Carande, está en el Museo de Bellas Artes de Sevilla. Mantero me contaba que lo miraba todos los días en su despacho de Athens, Georgia. “Las dos me miran, / las dos que bailan / –bajo un gran arco–/ por sevillanas”.
Acaba de fallecer Antonio Hernández, el poeta de Arcos que puso en marcha los premios Andalucía de la Crítica en las modalidades de Narrativa, Poesía y Ópera Prima.
En su introducción, Veinte años nos observan, hacía un balance de esas dos décadas de avistar talentos y reconocerlos y destaca Hernández que sólo un poeta, Manuel Mantero, lo ganó dos veces en la sección de Poesía. Y en dos siglos distintos, en 1997 con Fiesta; en 2005, con Equipaje.
Las virtudes de Fiesta las glosa el propio Carlos Clementson, que de la época americana de Mantero comenta que su voz y su presencia habrían sido muy necesarias “para reivindicar la dignidad y altura de la poesía andaluza frente a modas e imposiciones estético-sociales teledirigidas e impuestas desde otros centros remotos de promoción cultural más operativos y determinantes que los nuestros”. Los méritos de Equipaje los destaca Carlos Benítez Villodres, que ubica a Mantero en la “generación del 50”, llamada también “la promoción desheredada”.
En este libro hay poemas dedicados a tres maestros y amigos poetas: Jorge Guillén, Ángel Crespo y Blas de Otero. Nace en Sanlúcar la Mayor, el Aljarafe tan unido a autores como Alfonso Grosso, Aquilino Duque o José Luis Núñez. Hizo su doctorado sobre Giacomo Leopardi. RD Editores (iniciales de Rogelio Delgado) editó su obra completa como justo desagravio. La editorial Anthropos, de Barcelona, editó en 1991 Manuel Mantero. Una poética indagatoria de la Otredad. El profesor Douglas Barnett publicó en Londres y Nueva York un estudio sobre su obra en 1995; la Sociedad Valle-Inclán de Ferrol editó en 2002 Manuel Mantero: lectura de la llama en el verso.
Fiesta consigue el premio Andalucía de la Crítica en 1997 entre Rafael Montesinos y María Victoria Atencia. Y Equipaje (ligero, como el de Antonio Machado), casi una década después, en 2005, entre José Infante y Pablo García Baena. La relación completa de premiados y las recensiones de las obras ganadoras están en el libro Veinte años de Literatura en Andalucía, de Francisco Morales Lomas y Manuel Gahete Jurado.
“A las gentes de Cádiz, una de las ciudades más bellas del mundo, en la que escribí esta novela durante el verano de 1989. Y a mi mujer y mis hijos, que no se quejaron”. Es la dedicatoria que Manuel Mantero hace de su novela Antes muerto que mudado (Paradigma, sello de Plaza y Janés, 1990). La acción se inicia el 1 de julio de 1596. Diez días después, la escuadra inglesa al mando del conde de Essex entraba en la bahía de Cádiz. En el ejército invasor viene como intérprete el poeta-soldado John Donne, autor de la frase con la que Mantero titula su novela, un género en el que se prodigó menos quien fue sobre todo poeta y profesor. También escribió la novela Estiércol de león. Un tributo al que Mantero se suma a otros admiradores de la obra de John Donne: Ernest Hemingway tituló con uno de sus versos la novela Por quién doblan las campanas. Otra frase de John Donne está en el título de Los hombres no son islas (Los clásicos nos ayudan a vivir), de Nuccio Ordine, premio Príncipe de Asturias a título póstumo.
Antes de residir en Estados Unidos, Mantero vivió en Italia. En 1960 consiguió el Premio Nacional de Literatura por Tiempo del hombre. Y el Fastenrath de la Academia de la Lengua por Misa solemne. Catedrático de Literatura, publicó varios libros de ensayo: Poesía española contemporánea. Estudio y antología, Los derechos del hombre en la poesía hispánica contemporánea, La poesía del Yo al Nosotros, Poetas españoles de posguerra.
En su tierra debió ser más conocido y reconocido este poeta profundo, hombre cálido, que sembró las aulas de la Universidad de Georgia de jóvenes estudiantes ávidos de saber más de Cervantes, de los místicos, de la rivalidad entre Góngora y Quevedo, de los ensayistas del 98 y los poetas del 27. Vivió el extrañamiento en América y la extrañeza en Sevilla. Como si se preparase para un largo viaje, se fue de Fiesta con su Equipaje. Un poeta nada complaciente (antes muerto que mudado) capaz de titular un poema Otra generación, o seducción de la mediocridad y rematar su Fiesta con esta Canción con flores a Vivaldi: “Al que inventó la muerte /¿qué haré para encontrar, /si tan sólo los muertos /la podrían pensar?”
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